Miquel Giménez-Vozpópuli

  • El durísimo discurso de Casado contra Vox ha despertado oleadas de elogios entre la izquierda. Todo han sido sonrisas

Shakespeare, que conocía al ser humano lo suficiente como para marcar distancia con sus congéneres, advertía que la falsedad acostumbra a presentarse bajo una apariencia hermosa, añadiendo que existen puñales sangrientos en las sonrisas de ciertas personas, especialmente las más próximas. Pablo Casado, muy severo con Abascal en la moción de censura, recibe ahora el beneplácito de todos aquellos que lo han puesto cual no digan dueñas hasta ayer mismo. Desde medios pseudo progres a conocidos opinadores oficiales, incluso políticos como el vice maduro Iglesias, todos han alabado la moderación del dirigente popular, su sentido del Estado, su inteligencia al distanciarse de Vox, su modélica centralidad. Prodigiosa caída del caballo por parte del córner izquierdista no será; iluminación divina, menos. Casado era y es el de siempre, un político que, siendo buena persona y teniendo las mejores intenciones, no es rival para el monstruo al que le ha tocado enfrentarse. Y ojalá que algún día lo sea, no me malinterpreten. Pero, a día de hoy, mucho nos tememos que la razón social PP la sobrelleva el hombre como puede y le deja Feijóo.

El líder popular debería hacer una reflexión. Porque, o mucho cambian las cosas, o tenemos Sánchez para rato, y fíjense que digo Sánchez y no Iglesias. El podemita es puro apéndice, puro moño situado en el cogote de Su Pedridad para asustar a las criaturas, para aparentar que este es un Gobierno rojo y no la sum de una porción de nulidades ambiciosas y, especialmente, para evitar que los morados le incendien la calle, cosa que Pedro teme más que a un nublado.

Sánchez sabe que el peligro lo tiene dentro y cree así tenerlo más controlado, pero también sabe que ese moño es de quita y pon. Porque Sánchez es el problema, a ver si nos vamos enterando. Sánchez no conoce ni a Dios bendito y si debe sacrificar a Podemos para seguir siendo presidente, lo hará sin que se le altere un músculo. Sánchez es especialista en decir hoy una cosa y mañana todo lo contrario. Sánchez es capaz de aparecer cantinfleando en televisión dos horas, engarzando una falacia tras otra, a un país confinado y luego irse a comer tranquilamente.

El Sánchez al que le da igual sentarse con Bildu que con Torra y que da el pésame a la familia de un terrorista es quien ahora extiende su mano al principal partido de la oposición

Es ese Sánchez, el que ahora ha parado la maquinaria para su inconstitucional reforma del Consejo General del Poder Judicial, quien ofrece a Casado pactar la composición de este. Sin Podemos, claro, condición que Casado ha impuesto desde el minuto cero. El Sánchez que, alabando al estadista Casado, le va a proponer como poco media docena de acuerdos más, según me comentan, entre los cuales no sería menor uno de mínimos de cara a los Presupuestos Generales del Estado. Bruselas dixit. El Sánchez al que le da igual sentarse con Bildu que con Torra y que da el pésame a la familia de un terrorista es quien ahora extiende su mano al principal partido de la oposición una vez que ha dejado patente su distancia con Vox. Distancia que ya veremos como resuelven en los sitios en los que el PP gobierna gracias al partido de Abascal, que esa es otra.

Ahora bien, si Casado está rodeado de sonrisas lobunas que se relamen pensando que tienen al PP en la misma postura genuflexa de Ciudadanos, ¿se distanciará Sánchez de la extrema izquierda? ¿Es lo que le han dicho en Europa, que vaya hacia una gran coalición al estilo alemán? ¿Que se aleje de Podemos, Bildu y los separatistas? ¿Eso trompetea el cornetín de órdenes de Von der Leyen?

Sería demasiado bonito que los partidos llegasen a acuerdos por encima de ideologías, pero nos tememos que ese abrazo de Sánchez sea como el del oso y que Casado pueda acabar deglutido por el monstruo de vanidad que es el presidente. Cuidado, señor Casado, que los lobos suelen hacer un mueca parecida a la sonrisa antes de lanzarse a devorar a su presa. Recuerde que para hacer política de Estado no basta con que una de las dos partes ponga buena voluntad. Han de ser dos. Y uno no va a cenar a la mesa del diablo sin llevar, por lo menos, una botellita de agua bendita y un rosario en el bolsillo.

Se lo digo por su bien y por el de todos.