Sonrisas y lagrimas

Toda la militancia del PNV sabe que lo que queda tras la marcha de su actual líder es un partido herido. Como se vio en el Parlamento, la ponencia que ha dado pie al discurso de Ibarretxe no es de consenso, sino más bien un texto del que puede apropiarse quien antes lo interprete. El lehendakari ha hecho ya la primera lectura, y será difícil que alguien pueda refutarla.

Por si todavía quedaba alguien que no tuviera del todo claro que la retirada de Josu Jon Imaz tenía que ver con sus discrepancias frontales con el lehendakari Ibarretxe, ahí está el discurso que este último pronunció anteayer en el Parlamento vasco para aclarárselo. El lehendakari no hizo siquiera el esfuerzo de disimular, andándose por las ramas. Todo lo contrario. Se empeñó en poner de manifiesto, con sus planteamientos sobre la consulta, el derecho unilateral a decidir, la pluralidad del país y la estrategia para acabar con el terrorismo, que su coincidencia con el todavía presidente de la ejecutiva de su partido apenas va un milímetro más allá de la común creencia en que «la patria de los vascos es Euskadi». Tan claro lo quiso dejar que no dudó en sugerir que, si las tesis de Imaz hubieran resultado vencedoras, él habría presentado su dimisión. «En el momento en que aceptara este camino -el de la moratoria de la consulta defendida por aquél en razón de la persistencia de ETA-, no sería ni un segundo más lehendakari de este país». Toma ya. Pocas afirmaciones habrían expresado con mayor claridad el ‘o tú o yo’ al que Ibarrtexe había conducido el enfrentamiento.

Hay que aceptar que, de puertas afuera, la dirección del partido ha solventado la crisis con el mínimo de daños colaterales posible. Asumida la renuncia de Josu Jon Imaz, víctima, como se ha visto, del fuego amigo, la elaboración de una ponencia política de supuesto consenso, la retirada prácticamente inmediata de Joseba Egibar y el acuerdo sobre la más equilibrada composición de la próxima ejecutiva han pretendido dar la impresión, si no de un ‘aquí no ha pasado nada’ que no resultaría en absoluto creíble, sí, al menos, de un partido capaz de minimizar los efectos negativos de sus problemas internos. Puede decirse, en este sentido, que el Partido Nacionalista Vasco ha sabido recomponer su figura.

Sin embargo, el ambiente que hoy se respirará en las campas de Foronda seguirá cargado de reticencias, silencios y miradas furtivas. Por debajo del aparente entusiasmo que tratarán de transmitir los vítores y los aplausos de la multitud, permanecerá aún vivo, en buena parte de la militancia, el rescoldo de la frustración por la retirada de un líder con las dotes humanas y políticas de Imaz, así como el del resentimiento contra quien ha sido el indudable causante de pérdida tan sentida. Y las lágrimas que correrán por las mejillas de este nada desdeñable sector de la militancia peneuvista se harán aún más amargas por contraste con las sonrisas que iluminarán el rostro de quienes creen haber salido victoriosos de la contienda.

Quien, desde luego, no se dedicará a atizar el fuego será el que todavía es presidente del partido. Sus palabras serán, como siempre han sido, mesuradas, tal y como corresponde a la elegancia y a la lealtad que lo han caracterizado en todo momento. Es de prever que, coherente con sus ideas, se limite a explayarse en los mismos conceptos que ya adelantó en el Palacio Euskalduna, cuando fue proclamado, hace casi cuatro años, presidente del EBB, y que son los que le han servido de guía a lo largo de su mandato. Nunca se ha desviado de ellos. Se ha limitado simplemente a hacer cada vez más explícitas sus consecuencias. Por ello, volverá, sin duda, a citar los nombres de quienes constituyen, para él, lo mejor de la historia de su partido: José Antonio de Agirre, Manuel de Irujo, Javier de Landaburu y Juan de Ajuriaguerra. Tratar de actualizarlos ha sido su empeño fallido. Por el momento.

Y es que, aun cuando nadie hurgue hoy en la llaga, toda la militancia sabe que lo que queda tras la marcha de su actual líder es un partido herido. Como se vio anteayer en el Parlamento, la ponencia que ha dado pie al discurso del lehendakari no es una que pueda llamarse propiamente de consenso. Se trata, más bien, de un texto que, por dar precisamente cabida a las posiciones enfrentadas de unos y de otros, está expuesto a dejarse apropiar por quien antes lo lea y lo interprete. De momento, el lehendakari ha hecho ya la primera lectura, y será difícil que alguien pueda refutarla. Entre otras cosas, porque, desde que Ibarretxe salvó al partido en aquellas dramáticas elecciones de la primavera de 2001, a él se le ha concedido el insólito privilegio de erigirse en el intérprete autorizado de la doctrina jeltzale. Y, como ha venido a demostrarse en la última crisis, nadie se ha revelado hasta ahora con capacidad suficiente como para cuestionar esa autoridad tan generosamente otorgada. Es dudoso, además, que alguien pueda revelarse con tal capacidad en el próximo futuro. No sería de excluir, con todo, que, tras la carga de profundidad que el lehendakari lanzó anteayer en el Pleno de Política General, algunos de su propio partido se pregunten si no resultará en exceso peligroso navegar con semejante mina a la deriva.

José Luis Zubizarreta, EL CORREO, 30/9/2007