Sortu no existe

Nace un partido y nada tiene que decir, ni sobre la violencia pasada ni sobre la futura. Tampoco sobre su inserción en la política vasca, a pesar de encontrarnos en plena vorágine electoral. Aldabonazo del comando Otazua: eufemismos.

Una excelente novela de Patricia Highsmith sirvió de base a dos películas con el mismo tema. Me gustó la segunda, pero por razones de edad recuerdo mejor la primera, A pleno sol, de René Clément, con Alain Delon desplazando como protagonista a Maurice Ronet. En el filme, un joven suplantaba la personalidad de su acaudalado amigo, a quien había asesinado, firmando en su nombre cheques, ocupando habitaciones de hotel y hasta seduciendo a su novia. El muerto solo existía sobre el papel.

Un relato que me ha recordado la reciente peripecia de Batasuna con Sortu, con la única diferencia de que aquí no se trataría de dos amigos, sino de un padre que finge la existencia de un hijo al que dio una vida ficticia, le proporciona los recursos jurídicos para que alcance su reconocimiento legal y en definitiva le condena a morir antes de haber nacido.

Al igual que en la película, todas las piezas del engaño son diseñadas una tras otra con absoluta precisión. La escenografía y el libreto de la presentación de los estatutos de Sortu no ofrecen espacio alguno para la duda: rechazo de ETA sin la menor reserva.

La supuestamente nueva organización enlaza con Batasuna por la presencia de personajes de sobra conocidos y por la finalidad independentista, solo que eso no significa que los viejos apologistas del terror se encuentren incapacitados para dar un viraje copernicano en sus posiciones respecto de la «violencia», en sintonía con una proporción abiertamente mayoritaria de la opinión política vasca. Hay además precedentes, en tantas otras organizaciones terroristas, o políticas subordinadas al terrorismo, donde sus miembros, en las Brigadas Rojas o en el IRA, sin arrepentimiento alguno por sus crímenes pretéritos, consideraron llegado el momento de manifestar que su táctica no llevaba sino a la catástrofe. ¿Por qué no había que pensar lo mismo ante la rotundidad de los textos de Iruin, al parecer supervisados por juristas no abertzales, como Javier Pérez Royo, nuevo aval de sinceridad?

Llegados a este punto, la sentencia de Estrasburgo añade una observación fundamental: no basta con la condena o el rechazo de la violencia; lo que cuentan son las acciones y los comportamientos respecto del terror y de la democracia. Y aquí desde el show de la presentación pública de los estatutos, Sortu provocó el asombro de un clamoroso silencio. Nace un partido y nada tiene que decir, ni sobre la violencia pasada ni sobre la futura. Tampoco sobre su inserción en la política vasca, a pesar de encontrarnos en plena vorágine electoral. Aldabonazo del comando Otazua: eufemismos. Ha declarado la guerra a ETA, vía estatutos, y ETA calla comprensiva, mientras Sortu también calla, aun cuando ese silencio dañe las perspectivas de legalización.

La absurda situación cobra sentido si leemos la circular uno de Batasuna en enero, mucho más importante que el discutible texto de ETA en 2009 sobre el cual basa su dictamen condenatorio el Supremo. Aquí las cosas están claras: Batasuna reconoce participar en el «proceso democrático» compartido por ETA, aprueba sin reservas el comunicado etarra anunciando «el alto el fuego permanente», aunque ETA siga optando por la guerra interminable, y Batasuna lo sepa. Forman parte de un mismo proyecto, como dos nadadores que practican la natación sincronizada, y juzga por eso que se ha concluido «la primera fase del proceso democrático», el etarra y también de Batasuna. ¿Cómo va a pedirle a ETA su disolución?

Gracias a esa generosa colaboración de ETA en tregua, Batasuna podrá jugar la carta de «la normalización política», declarando ser autónoma y empujando hacia donde siempre, a «la negociación política». Por eso, a pesar de la benevolencia de Aralar, Batasuna no piensa en acercarse a quien se tomó en serio cortar con el terror; su campo político es otro. Con su autodefinición democrática, Batasuna tampoco necesita hablar de ETA; toca ahora como antes interpelar al enemigo sempiterno, el Estado español, obligado a su juicio a dar la luz verde para esta izquierda abertzale igual a sí misma. Los gritos del dirigente abertzale Txelui Moreno, frente a toda propuesta de condenar de verdad a ETA, son la mejor expresión de ese continuismo. La izquierda abertzale ya ha cumplido, dicen en enero, y la ceremonia de Sortu sería su plasmación visual. A partir de ahí carece de presencia propia. Sortu fue una máscara.

La justicia es ciega por imparcial, no por invidente ni estúpida. Por eso como ciudadano me permito preguntar a los siete jueces de la minoría: ¿qué sentido tiene legalizar a un partido inexistente?

Antonio Elorza, EL PAÍS, 9/4/2011