FRANCESC DE CARRERAS-EL CONFIDENCIAL
- La patata caliente de Cataluña se traslada al Gobierno de España, como no podía ser menos. Un Gobierno que no es el de Rajoy de 2017, sino un Gobierno débil y dividido
La participación del 54% (25 puntos menos que en las anteriores de 2017) estaba más o menos prevista. Que los tres primeros partidos, con diferencia respecto al resto, fueran el PSC, ERC y JxCAT, también. Que Ciudadanos y el PP obtendrían muy malos resultados no ha sido una sorpresa, aunque quizá sí lo ha sido que estos resultados no hayan sido simplemente malos sino catastróficos. Que Vox obtendría escaños no es noticia, aunque sí lo es que haya obtenido más de los que se preveían y sea la cuarta fuerza política de Cataluña. Que Illa aumentaría de forma notable los votos del PSC (un efecto parecido al de Arrimadas en las anteriores elecciones) también era previsible.
Si hablamos de bloques que dividen la sociedad, ha ganado el independentismo (74 escaños) al no independentismo (61 escaños)
Por tanto, en líneas generales, en cuestiones importantes, no ha habido grandes sorpresas. Quizá dos detalles sean significativos, aunque de matiz. Por un lado, ERC ha obtenido un escaño más que Junts, es decir, el modosito Aragonès ha ganado por puntos al heroico exiliado Carles Puigdemont. Por otro, y de mayor enjundia simbólica, las fuerzas claramente independentistas han superado por poco el 50% de los votos. Ambos detalles, si bien de matiz, tendrán sin duda relevancia en los debates de las próximas semanas, especialmente cuando se trate de formar Gobierno.
En conclusión, de estas elecciones, el unionismo ha salido más debilitado y el independentismo más fortalecido, aunque por muy poco si consideramos, a resultas de los resultados definitivos, que es la más escasa de toda la historia de elecciones autonómicas. Si hablamos de bloques que dividen la sociedad en dos, ha ganado el independentismo (74 escaños) al no independentismo (61 escaños), una diferencia considerable. Pero el independentismo no está sólidamente unido: hay diferencias entre ERC y Junts, así como entre ambos y la CUP. Hasta ahora, en los momentos clave, nunca han ido por separado, pero ello no quiere decir que esta sea una regla que siempre se deba respetar. Veremos.
Lo que sí está claro es que para elegir un nuevo presidente hace falta un pacto entre tres partidos, con dos, nunca se llega a una mayoría, aunque una abstención táctica pueda otorgar la presidencia al candidato de uno de ellos. Tampoco es descartable, aunque en estos momentos sea una posibilidad remota, ir a unas nuevas elecciones por falta de acuerdos.
Pere Aragonès (y también Junqueras) ha dicho claramente que sus objetivos pasaban por la amnistía y el derecho de autodeterminación
Las posibilidades de formar Gobierno son las mismas que comentábamos hace una semana: bien un pacto entre partidos netamente independentistas (ERC, Junts y CUP), hoy por hoy la más probable, o un acuerdo llamado de izquierdas (PSC, ERC y ‘comunes’-Podemos), en sintonía con el Gobierno Sánchez. ERC ha firmado un acuerdo que prohíbe formar Gobierno con los partidos unionistas, pero nadie está plenamente convencido de que se cumplirá y, en todo caso, hay diversas formas de incumplirlo bajo una capa de ser fiel al mismo. Imagino que Pedro Sánchez duerme a pesar de sostener que le quitaría el sueño un Gobierno de coalición con Podemos. La poca credibilidad de los políticos tiene sólidos fundamentos empíricos.
En esta noche electoral, algunos líderes han pronunciado discursos que parecen encerrar algún misterio. Illa, con alusiones místicas, ha repetido su profunda esperanza en un reencuentro entre catalanes y en que estamos en el inicio de una nueva etapa. Pero más allá de ‘comunes’-Podemos, no ha aludido a quién debía ser su tercer aliado, aunque se sobreentiende que debe ser ERC, y ha prometido que presentará su candidatura a presidente.
Pere Aragonès (y también Junqueras) ha dicho claramente que sus objetivos pasaban por la amnistía y el derecho de autodeterminación hasta alcanzar la meta de una república catalana, lo mismo que habían sostenido minutos antes Puigdemont y Laura Borràs. Aunque Aragonès, al decir que persigue estos objetivos, se ha dirigido nominativamente a Sánchez, lo que puede ser interpretado como una alusión a la famosa mesa de diálogo previa a un acuerdo. Ahí puede estar el matiz diferenciador. Junts no acepta pactos con el Gobierno, ERC es el dialogante y espera que el presidente del Gobierno haga las debidas —¿prometidas?— concesiones. Quizá por ahí se aclara la confianza de Illa en un reencuentro. Pero no le será fácil a ERC defender estos acuerdos ante sus bases de votantes y, sobre todo, de militantes.
Por tanto, la patata caliente de Cataluña se traslada al Gobierno de España, como no podía ser menos. Un Gobierno que no es el de Rajoy de 2017, sino un Gobierno débil y dividido. Es posible, y hasta probable, que de una forma u otra, la salida del caso catalán pretenda ser negociada. Un problema que se une a los muchos que ya tiene Sánchez con Podemos y que afecta a cuestiones de constitucionalidad y, desde el prisma político, a la igualdad entre españoles y entre comunidades autónomas, además de un arriesgado precedente de cara al futuro.
Se ha llegado a todo este embrollo por la presentación de la moción de censura del PSOE con el apoyo de socios tan fiables como Podemos, ERC, Bildu y todos los demás, incluido el PNV. Todo lo que está pasando en España tiene su origen próximo —además de por el ‘error Rivera’— en esta oportunista acción de Sánchez para ser presidente del Gobierno. El sorprendente agradecimiento de Illa a Iván Redondo parece esconder una jugada, sospechosa y de largo alcance, que no sabemos exactamente cuál es, pero nos tememos que pueda ser lo peor.