Tonia Etxarri-EL CORREO
Con los proyectos avalados por el Congreso de los Diputados con un aprobado raspado (la reforma laboral y el plan antichoque) Pedro Sánchez va salvando los obstáculos en el momento más delicado de toda su legislatura. Tampoco va a ser fácil esta semana en la que la directora del CNI, Paz Esteban, tendrá que comparecer ante el Parlamento. En esa comisión de secretos oficiales constituida gracias al amaño de la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, que alteró las mayorías para aplacar la sobreactuación de los independentistas y pudieran entrar en el ‘sancta santorum’ de las intrigas tanto ERC y Junts como Bildu y la CUP.
Los nuevos integrantes de la comisión quieren explicaciones sobre el presunto espionaje pero acudirán con una toma de postura preconcebida. Que rueden cabezas. ¿Sería suficiente con la dimisión de la jefa de los espías? No lo parece. Veremos cómo discurre ese reparto de papeles entre ERC y Bildu. La semana pasada el grupo de Otegi le salvó la papeleta al presidente del Gobierno. Y los de Rufián ejercieron de víctima doliente para atar en corto a Pedro Sánchez.
La pregunta retórica que formuló la ministra de Defensa, en sede parlamentaria, todavía retumba en sus oídos. ¿Qué tiene que hacer un Estado y un gobierno cuando alguien vulnera la Constitución, cuando declara la independencia, cuando tiene relaciones con dirigentes políticos de un país que está invadiendo Ucrania? Para ella la respuesta lógica era vigilarlos. Que ésa es la función del CNI. Pero la de su Gobierno, a través de los hechos, ha sido otra. Vigilarlos, sí, pero pactar con ellos, indultarlos después de haber sido condenados por sedición, liberarlos de las multas iniciales impuestas por el Tribunal de Cuentas y sentarlos en la comisión de secretos oficiales. Y el Gobierno, al dar pábulo a las quejas por los presuntos seguimientos telefónicos, dejó a la ministra Robles capeando su soledad con la mayor dignidad ( y contradicción) posible.
La legislatura está garantizada, a pesar de su equilibrio inestable, con los Presupuestos aprobados porque Pedro Sánchez necesita prolongarla. Ganar tiempo con el reparto de los fondos europeos y ejercer de anfitrión de la cumbre de la OTAN en Madrid para intentar remontar la imagen deteriorada de su Gobierno en plena guerra a las puertas de Europa.
Tendrá que ir sorteando los apoyos suficientes hasta la próxima cita con las urnas para que lo suyo parezca una travesía del desierto. En realidad no lo es. Va cambiando de aliados. Partido a partido. Bildu le salvó esta vez. Y lo volverá a hacer porque sabe que si no vota lo que le interesa a Sánchez se interrumpiría el ritmo de traslados de los presos de ETA. Que en esos pilares descansa su carrera. En sus presos (porque son suyos) y en «tumbar definitivamente el régimen» como reconoció uno de sus portavoces cuando explicó por qué están en el Congreso de los Diputados. Quedan muchas incógnitas por resolver con las intervenciones telefónicas. El caso del espionaje de Pegasus no será flor de un día. Está sirviendo al independentismo para reivindicar mayor influencia, conscientes de que con otro presidente no tendrían tantas contemplaciones. A golpe de votaciones agónicas en el Congreso, Sánchez , que necesita contrarrestar el ascenso demoscópico de Feijóo, tendrá que conceder nuevas cesiones a sus insaciables socios. Se va alejando de la imagen de centro moderado con la que pretendía reubicarse en lo que le queda de legislatura.