IÑAKI EZKERRA-EL CORREO

  • Sánchez desea convencernos de que los políticos también son humanos

Pedro Sánchez piensa potenciar su perfil personal a partir del otoño. El plan se nos anuncia solemnemente desde fuentes de La Moncloa como si se tratara de un programa económico, un viraje en la política exterior o un paquete de medidas sociales para paliar los efectos de la crisis; o sea, de algo serio y de interés nacional, en lugar de lo que es: una burda operación de maquillaje. La mera noticia de esa campaña de marketing como si se tratara de una primicia política demuestra que vivimos tiempos obscenos. Tratándose además de quien se trata (de alguien que se refiere a sí mismo como «mi persona»), la campaña que se nos promete, o con la que se nos amenaza, da escalofríos. Vamos a acceder, en fin, al perfil personal de su persona; esto es, a una redundancia egolátrica. Vamos a conocer a un «personalmente Sánchez» que uno, la verdad, preferiría seguir desconociendo.

Hay quien quiere ver un rasgo de modestia en esa manía del presidente de eludir el ego y fingir que cede el primer plano a una persona que, por otra parte, no deja de ser él mismo y que así lo hace constar cuando esa persona comparece pegada al posesivo de tal modo que en realidad le multiplica, le ensancha a Sánchez, como si dijéramos. Y es que los desdoblamientos del yo siempre han respondido a graves trastornos de la personalidad. Dicho con palabras de Mao en el ‘Libro Rojo’: «No te muestres tan humilde, que no eres tan importante».

Hemos soportado todo: las risitas de Fernando Simón, la cita de Ábalos con Delcy en Barajas, al lastre de Adriana Lastra, los niñes de Irene Montero… Pero un Sánchez personal ya es demasiado. Es la gota que colma el vaso. Sólo a un sádico como Iván Redondo se le puede ocurrir algo así. En realidad ese giro hacia una imagen presidencial blanda y a un sanchismo con rostro humano lleva implícito el reconocimiento de la inhumanidad y la dureza que ha caracterizado al huésped de La Moncloa en la gestión de la pandemia y en el uso de ésta para tomar espacios de poder que no le corresponden. En realidad, las apelaciones dulzonas a la sentimentalidad e incluso a la misericordia cristiana con las que hoy trata de colarnos los indultos ya tienen algo de ensayo de esa comedia blandengue que esconde un hueso duro.

Lo que nos va a contar el Sánchez postestival es que los políticos también son humanos; es decir, una versión monclovita de ‘Los ricos también lloran’, cuando todos sabemos que los ricos no lloran nunca y que los políticos no son humanos en efecto. Cuando Aznar quiso convencernos de que tenía corazón, nos confesó que hablaba catalán en la intimidad. Tiemblo de imaginar lo que nos puede contar un Sánchez personal haciendo como que tiene sentimientos.