Ignacio Camacho-ABC
- La impostura de Sánchez consiste en disociarse de sí mismo para enajenar la responsabilidad de sus compromisos
Entre las características más asombrosas de Sánchez está la de la disociación psicológica. Esa capacidad para hablar distanciado de sí mismo, como si Su Persona fuesen en realidad dos que viven la una al margen de la otra y sin que ese desdoblamiento le plantee ninguna perturbación contradictoria. Su discurso contiene a menudo un componente amnésico, de deliberado olvido selectivo, que fluye con la naturalidad de un entrenado ejercicio. Se le suele calificar de mentiroso pero se trata propiamente de un perfecto cínico para el que los argumentos sólo tienen el valor del momento en que son dichos. Sus palabras son significantes efímeros al servicio de un objetivo que les da sentido instrumental durante un rato preciso y lo pierden en cuanto pasan pasan a un contexto distinto. De ese modo, la única responsabilidad de sus compromisos recae sobre los espíritus cándidos o desavisados que se los hayan creído.
Ayer, por ejemplo, en un mitin para arropar a Gabilondo, proclamó que sólo podrá pactar con su pupilo aquel que «renuncie al extremismo». Sic, tal cual. Eso es lo que había ido a decir y lo que dijo. Se refería, claro, a Pablo Iglesias, cuyo temperamento insurgente parece haber redescubierto en un arrebato de repentina lucidez que no le impide continuar gobernando con su partido. Ése es su extraordinario rasgo disociativo: la desenvoltura para pretender que la audiencia ignore la presencia de cinco miembros de Podemos en el Consejo de Ministros o desdeñe -en el supuesto de que la mera salida del Gabinete de su líder los haya convertido por bienaventurado ensalmo a un sensato pragmatismo- la evidencia de que el Ejecutivo aprueba sus presupuestos, leyes y decretos con el apoyo explícito de los independentistas catalanes y de Bildu. Los promotores de una insurrección y los legatarios del terrorismo. Sin duda la compañía menos radical y extremista que pueda encontrarse en el heterogéneo arco político.
Pero éste es Sánchez, y así de desahogado es su desparpajo. A base de desinhibición ha logrado que su impostura pase inadvertida o impune y deje de causar escándalo. Su absoluta falta de embarazo -desfachatez se dice en eso que Celaya llamaba castellano vulgar y aquilatado- para desvincularse de su propia conciencia ha hecho de la política un arte de lo instantáneo. El hombre que se abrazó con Iglesias comparece en Madrid revestido del perfil moderado de su candidato y pone cara de asco al socio que lo sostiene en el cargo. El mismo al que seguirá necesitando para permanecer en La Moncloa y para gobernar Madrid, si llega el caso. Y como, que se sepa, no padece de ningún trastorno de identidad ni de ningún desorden del conocimiento sólo cabe colegir que siente por la inteligencia y la autonomía crítica de los ciudadanos un absoluto desprecio. Quizá porque tiene motivos de sobra para confiar en que puede tomarles el pelo.