Tonia Etxarri-El Correo
Estamos donde estábamos el 25 de julio. Tras la investidura fallida de Pedro Sánchez. Si quien fue candidato a presidente escenificó ayer su desconfianza hacia el interlocutor que necesita para formar Gobierno, que no es otro que Pablo Iglesias, se achica cada vez más el espacio para ese Ejecutivo monocolor, socialista y apoyado desde el exterior por los populistas. Después de su entrevista con el rey Felipe VI, seguimos más bloqueados que en el punto cero. Ni se mantiene una vía abierta para retomar las negociaciones con Iglesias, a no ser que éste acepte aplicarse la fórmula portuguesa y validase un Gobierno socialista sin pertenecer al Gabinete. Ni es concebible que Sánchez siga pidiendo al PP de Pablo Casado y al Ciudadanos de Albert Rivera que se abstengan, después de su pacto con los nacionalistas en Navarra, con permiso de EH Bildu. En la comunidad foral, los socialistas han desplazado a la fuerza que ganó las elecciones (Navarra Suma) para gobernar ellos con nacionalistas y populistas y el control de la izquierda abertzale. Ayer le preguntaban en Mallorca si sigue pensando (como dijo en 2016) que era un error creer que solo podía gobernar el partido más votado. Porque ahora él se reivindica como el único presidente posible con sus 123 escaños. Pero no contestó a la cuestión.
Se le ha complicado el juego a Pedro Sánchez. El Rey, antes de recibirle ayer en Marivent, ya se había pronunciado a favor de un intento de acuerdo político a fin de evitar otra convocatoria electoral. Pero no tiene margen de maniobra. A pesar de los intentos de repartir culpas de la causa de este bloqueo entre todos los interlocutores políticos, Sánchez sabe que es él, como candidato a presidente, quien ha tenido mayor responsabilidad. Sus mismas palabras dirigidas contra Rajoy en 2016 cuando el presidente del PP no fue capaz de concitar apoyos para formar Gobierno se le vuelven ahora en contra. Y le sitúan de nuevo en el punto de salida. Con una diferencia. La del conocimiento de las escasas posibilidades que tiene de que Podemos le apoye. Le presionan para que se trabaje a los interlocutores difíciles. Porque sus rondas con los colectivos sociales afines no le darán el Gobierno que persigue. Con este panorama, sus entrevistas más bien parecen escenarios electorales.
¿Volveremos a las urnas el 10 de noviembre? Muchos observadores discrepan del Rey. Y piensan que, antes que tener un Gobierno inestable, otras elecciones serían el mal menor. Como una segunda vuelta. Aunque los resultados no alterasen mucho la relación de las mayorías, los protagonistas políticos tendrían que cambiar de actitud. Estamos ante una situación de bloqueo institucional. Pero también mental. Resulta inquietante escuchar las lecturas que los políticos hacen de los resultados electorales. Pedro Sánchez está convencido de que los electores votaron a favor de un Gobierno progresista. De haber sido así, ¿no tendría que haber ganado el PSOE más representación que la de los 123 escaños? De haber sido así, ¿no tendría que haber obtenido Podemos mejores resultados en vez de haber quedado como la cuarta fuerza política? Porque la segunda fuerza la representa el PP. Y la tercera, Ciudadanos. ¿No querrían decir los votantes que optaban por un Gobierno de emergencia nacional, transversal, al estilo de Alemania, por ejemplo? Hay que ser prudentes con la lectura de los votos. No se puede confundir las ambiciones partidistas con la voluntad de la sociedad española. No siempre coinciden.