EL CORREO 02/06/14 – FERNANDO SAVATER
· La gente que se queda en casa es más o menos burguesa y moderada, pero los fanáticos y los extremistas, en cambio, no suelen renunciar a votar, aunque sea contra el sistema que les permite hacerlo
Tras las elecciones europeas y en vistas de sus resultados, se me ocurren un par de modificaciones posibles para el reglamento de próximos comicios. La primera es de signo meramente profiláctico y sólo intenta ayudar a que los votantes sepan mejor qué es lo que eligen cuando depositan la papeleta en la urna. Podríamos llamarla ‘cautela Musil’, en homenaje al autor de ‘El joven Toerless’ y ‘El hombre sin atributos’. En efecto, cuando alguien se acercaba a Robert Musil y le declaraba su admiración, el escritor le preguntaba de inmediato: «Muy bien, pero… ¿puede decirme usted a quién más admira?». Según qué nombre dijese a continuación el incauto admirador, Musil se sentía halagado u ofendido. Añado de paso que solía ser más propenso a lo segundo que a lo primero…
Pues bien, de igual modo los ciudadanos no deberían contentarse sólo con saber cuáles son los modelos políticos detestados por los candidatos que se presentan a las elecciones. Por lo general, esa información nunca es regateada, todo lo contrario: ninguno oculta que su bestia negra es el Gobierno actual de Rajoy, o el que encabezó Zapatero, o la estricta señora Merkel, o la Troika, o toda la casta parlamentaria hoy vigente, o el capitalismo y sus mercados o lo que sea. Táchese en cada caso lo que no interesa. Tras oír esas diatribas, deberíamos exigirles: «Muy bien, pero… ¿puede usted decirme ahora a qué políticos admira y qué modelos le parecen dignos de imitación?» Porque es relevante saber de modo explícito si sus ideales alternativos se parecen a Fidel Castro, a Ronald Reagan, a Nicolás Maduro, a la señora Thatcher, a los ayatolás iraníes, a la Crimea de Putin o a lo que se tercie.
Ya sabemos que nunca hay dos situaciones históricas idénticas (aunque algunos se empeñen en revivir a cada paso para descalificar en presente el franquismo, el estalinismo, la situación colonial de Irlanda o Argelia, etc…) pero no vendría mal conocer junto a las antipatías de los candidatos, que podemos compartir, las simpatías que movilizan aunque sólo sea simbólicamente los proyectos más o menos brumosos que proponen. Son un dato relevante, porque aunque todos solemos votar principalmente contra algo, también implícitamente estamos con nuestro voto aceptando que queremos parecernos a alguien. Y no a alguien cualquiera con anhelos utópicos, sino a alguno de los que ya han gobernado o a algún sistema que hemos visto funcionar. Creo que poner en vigor esta ‘cautela Musil’ ayudaría a los electores a saber mejor lo que están favoreciendo en las urnas.
La otra reforma electoral que se me ocurre es de mayor calado, pero también a mi juicio más necesaria. Se trata de extender a todos los países europeos la norma del voto obligatorio, que hoy sólo está vigente en Bélgica, Chipre, Grecia, Italia y Luxemburgo (donde se castiga con una multa de mil euros a los reincidentes en infringirla). Resulta escandaloso, en efecto, que más de la mitad de los ciudadanos que tienen derecho a votar para construir Europa se abstengan de hacerlo, por desidia, por desgana o por simple y llana estupidez, que abunda por mucho que al ‘pueblo’ siempre se le deba dar la razón.
Es cierto que mucha gente ni se entera de en qué consiste la Unión Europea, las diversas candidaturas políticas que se presentan o lo que la democracia les ofrece: pero en cambio no dejan de repetir los males que según algunos nos afligen por políticas desacertadas dictadas por la Troika o cualquier organismo supranacional. Y lo principal que no debe olvidarse, todos los que pueden se benefician de las muchas ventajas que supone pertenecer a este club demasiado exclusivo de libertades, garantías y abundancia material o cultural. Están acostumbrados a viajar como polizones en este gran yate de lujo que navega por un mar de necesidades y congojas planetarias: sin pagar billete como ciudadanos, pero también sin dejar de gruñir y quejarse en cuanto no se les atiende como es debido a bordo.
Pero no basta con escandalizarnos de esta situación: hay que tratarla como un problema. La mayoría de los ciudadanos europeos no vota porque dan la Unión por supuesta en sus ventajas y por inevitable en sus errores o injusticias. Dos errores, más peligrosos si van juntos. La gente que se queda en casa es más o menos burguesa y moderada, ay, demasiado moderada, pero en cambio los fanáticos y los extremistas siempre están en la calle: esos no suelen renunciar a votar, aunque sea contra el sistema que les permite hacerlo. Por eso luego en el Parlamento crecen las opciones menos recomendables, que además se arrogan la representación global del ‘pueblo’. Hacer el voto obligatorio puede parecer una medida antipática, poco liberal, pero es también pedagógica porque sirve para recordarnos que en democracia todos somos obligatoriamente políticos, queramos o no, votemos o no, lo sepamos o no. La participación es imprescindible para que no caigamos en la dictadura camuflada de los eternos especialistas en mandar. Y si es imprescindible, debería ser irrenunciable por ley: ¿o acaso alguien cree que se pagarían impuestos, que también son imprescindibles para el funcionamiento de la democracia, si no fuesen eso, impuestos?
EL CORREO 02/06/14 – FERNANDO SAVATER