ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 13/12/15
· Mi liberada: Habrás seguido con tu indignación habitual el último capítulo de lo que llamas violencia de género. Sé que las razonables declaraciones de Marta Rivera de la Cruz sobre la necesidad de que se equiparen las penas de los hombres y mujeres implicados en esos crímenes te habrán parecido una delincuencia. El linchamiento de la candidata de C’s demuestra hasta qué punto el ejercicio de la razón se ha convertido en España en una forma suprema de valor, y cómo twitter ha dejado de ser el espontáneo refugio de tantos tontos para convertirse en una organización metódica de malvados. La candidata se rebela contra el hecho penal de que la mujer pague menos que el hombre por los crímenes de pareja. Una extravagancia moral y jurídica que se da sólo en España y en Suecia.
El atenuante está basado, al parecer, en la evidencia de que las mujeres son víctimas de esa violencia en una proporción mayor que los hombres. Pero, a mi juicio, queda incompleto. Porque dado el hecho de que los hombres son ejecutores de la violencia, empezando por la que ejercen contra su propia vida, en una proporción mucho mayor que las mujeres (por eso en Barcelona hay cuatro prisiones de hombres por una de mujeres), deberían ver agravadas todas sus penas. La ley de género suecoespañola no entiende de hombres particulares sino del hombre genérico. Por lo tanto, el hecho de que los otros crímenes masculinos no padezcan el agravante de sexo indica que la ley de género, antes que agravar la culpabilidad de los hombres, atenúa la de las mujeres. Y precisa el punto de cocción al que ha llegado la discriminación positiva.
Sin embargo, el atenuante femenino no es sólo jurídico ni es el principal. El atenuante principal es el mediático y, en consecuencia, el social. Voy a demostrártelo, pero deberás hacer el esfuerzo de leer lo que sigue. Una crónica publicada en un periódico español, sobre un crimen que ocurrió hace cuatro días en la ciudad de Gerona. Dice así:
Título: «Un padre lanza a sus dos hijas por la ventana y se suicida»
Subtítulo: «El hombre sufría una depresión, episodio que se pudo ver agravado por su dificultad para manejar las distintas edades de sus hijas»
«’Querido Pedro, demasiado tarde pero estoy contigo’. Así comienza una carta colocada ayer junto a tres rosas en el suelo de la plaza de Mela Mutermilch de Girona. Allí, la noche del miércoles murieron una niña de once años, una bebé de diez meses y el padre de ambas, Pedro P., de 42. Los tres cayeron desde un decimotercer piso. Fuentes cercanas a la investigación aseguran que el padre lanzó a las niñas por una ventana y, acto seguido, se suicidó.
La ciudad de Girona ha quedado rota tras la muerte de Pedro P. y dos de sus hijas. El aparejador, de 42 años, era hijo de un conocido matrimonio de empresarios de tiendas de calzado. A las 19.30 del miércoles se trasladó junto a dos de sus hijas hasta su despacho de arquitectos, en el piso 13 del número 63 de la calle Joaquim Vayreda. Allí trabajaba junto a su esposa en el mismo piso donde el aparejador pasó su infancia. Uno de los primeros edificios de la ciudad catalana en el que la pareja había instalado su despacho –Martí Franch Arquitectura del Paisaje– desde el que habían logrado el reconocimiento internacional.
Doce minutos después de atravesar el portal del inmueble, los cuerpos de las dos menores impactaron frente a la terraza del bar Kiu, en la plaza Mela Mutermilch. Un segundo después, el cuerpo del padre caía sobre un depósito de obra, a unos metros de sus hijas.
El Ayuntamiento convocó ayer un minuto de silencio. Muchos conocían a Pedro o a su familia. Las cinco tiendas de Calzados Girona, propiedad de los padres del fallecido, abrieron las puertas. ‘Es el mejor homenaje que podemos hacer’, aseguró una dependienta del comercio situado en la calle Francesc Roger. ‘Él pasaba muy poco por aquí’, asegura la joven.
Fuentes cercanas al caso aseguran que el hombre estaba sufriendo una depresión. Ese episodio se pudo ver agravado por su dificultad para manejar las distintas edades de sus hijas, agregaron las mismas fuentes. La esposa de Pedro fue localizada horas más tarde de las muertes. El matrimonio tiene otro hijo de siete años que, cuando sucedieron los hechos, estaba con sus abuelos.
El psiquiatra Juan Romeu sostiene que este tipo de comportamiento se denomina suicidio ampliado. ‘En muchas ocasiones la persona tiene que empezar a suicidarse y, matando primero a sus hijos, llega a un punto de no retorno’.
Este tipo de muertes se producen cuando la persona ‘llega a la conclusión de que es mejor matar a sus hijos de forma piadosa antes de suicidarse para no dejarles huérfanos’.
‘Pedro P., hemos fallado, te querremos siempre’, rezaba otra de las pocas cartas depositadas en la plaza».
¿Lo has leído? ¿Lo has hecho atentamente? Sí, ya veo. Ya veo tu cara granate de indignación. Quizá te estás preguntando por qué no aparece en la descripción de la acción el verbo matar o cualquiera de sus sinónimos. O, mucho peor, por qué aparece esta frase: «Allí, la noche del miércoles murieron (¡¡murieron!!) una niña de once años, una bebé de diez meses y el padre de ambas, Pedro P., de 42». O acaso estás intentando comprender por qué la depresión, un vago rumor exculpatorio, se erige como sólido atenuante, al modo con que la pasión desbocada disculpaba en otro tiempo a los asesinos de mujeres. Incluso, tal vez, estás esbozando una risa trágica ante la hipótesis de que no poder manejar a niños de diferentes edades sea causa de echarlos ventana abajo.
Sería razonable que estuvieras indignada porque un ayuntamiento incluya a un asesino en su minuto de silencio y puede que quieras llevar a los tribunales al psiquiatra ampliado Romeu por concluir que es mejor matar a los hijos de forma piadosa. No concibes cómo la crónica no incluye la hipótesis principal en este tipo de crímenes, la que los hace inequívocos crímenes de género, y es que el asesinato de los hijos es la suprema venganza contra la mujer. Y por último: tal vez estás escupiendo, literalmente, sobre la posibilidad de que la culpa individual del hombre y genérica del macho se diluya en ese asombroso «hemos fallado, te querremos siempre».
Pero no. Lo sé. Tu cara granate sólo se explica porque compruebas que te la he jugado y donde pone Pedro P. debe poner Mireia P., que ése es el nombre de la asesina suicida y el único cambio, con sus derivados lógicos, que me he permitido hacer en la crónica.
Sigue ciega tu camino.
ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 13/12/15