IGNACIO CAMACHO-ABC
- A la hora de buscar contribuyentes del nuevo impuesto, el Gobierno considerará ‘rico’ a todo el que decida Podemos
Albricias: esta semana la clase política española ha dejado de hablar de guerras culturales, bienestar animal o autodeterminación de género para centrarse en el muy pragmático y relevante asunto del dinero. En concreto del que el Estado obtiene, mediante la presión fiscal, de nuestro esfuerzo. La apertura de este interesante debate hay que agradecérsela a Juanma Moreno, con su anuncio de suprimir el gravamen del patrimonio, y a partir de ahí ha entrado en tromba el Gobierno con ideas como la de recentralización de impuestos (Escrivá) o la tasa «para ricos» improvisada por María Jesús Montero pocas semanas después de que los propios socialistas la rechazasen en el Parlamento. Todo muy reflexivo y metódico, como puede apreciarse, aunque para una vez que esta gente se pone a discutir sobre algo serio no sea cosa de agobiarla pidiéndole también sensatez y acierto.
Ahora la cuestión parece centrada en definir el concepto de «rico», el sujeto pasivo del próximo varapalo. Jorge Manrique lo tenía claro en sus ‘Coplas’ de pie quebrado: los que no «viven por sus manos». Pero en el siglo XV no existían clases medias, cuya aparición complica el esquema binario y obliga a segmentar la imposición por tramos. Se buscan ciudadanos desahogados y lo bastante ingenuos para no disponer de pantallas societarias y otros sofisticados mecanismos con los que esquivar el estacazo. Hacienda, como de costumbre, ha invertido el método de cálculo: primero ha decidido cuánto quiere recaudar y a partir de ahí hará un retrato robot de los paganos. Si no encuentra suficientes plutócratas de chistera y habano irá ampliando los rasgos de los candidatos hasta completar el cuadro con cualquiera que tenga un capitalito invertido o ahorrado. La estratificación socio-ideológica de los contribuyentes es la gran aportación sanchista al Derecho tributario.
En principio, una figura como la de Bill Gates podría suscitar un aceptable consenso sobre el tipo de millonario susceptible de ser alanceado con nuevos impuestos. Pero he aquí que en vez de cobrarle, Sánchez le va a arrimar a su Fundación 130 millones procedentes de los presupuestos, y saca pecho porque la dádiva se dedicará a la lucha contra el sida y otros fines benéficos. Además, Gates es progresista y extranjero, de manera que no sirve como ejemplo adecuado de plutócrata doméstico merecedor de un escarmiento. Hay que afinar el criterio para encontrar españoles a quienes penalizar por su éxito. Y si surgen dudas sobre la altura del listón de los ingresos siempre se puede apelar al comodín populista del socio para establecerlo: rico será todo el que así lo declare Podemos. Cuyos dirigentes consideraban literalmente ‘inmoral’ un salario mensual mayor de tres mil euros… antes de que el acceso a los ministerios les permitiera percibirlo a ellos. La demagogia es una enfermedad que tiende a curarse con el tiempo.