FERNANDO VALLESPÍN-El País
  • A nadie se le escapa que ese diseño leninista, de control del todo desde un centro, es el que está detrás de las resistencias al acuerdo. Esto no va de pájaros y flores, va de poder

Quienes hemos seguido los brotes políticos que emanaron de aquel cada vez más lejano 15-M de 2011 no tenemos más remedio que poner ahora el foco en el proyecto de Sumar. Recordemos que Podemos hizo de conductor de la fulgurante energía política salida de aquel movimiento, de instancia representativa de quienes no se sentían representados. Supuso un golpe importante a la autocomprensión de la izquierda europea porque se valió de estrategias retóricas ―e incluso doctrinales― foráneas, más inspiradas en el populismo latinoamericano que en la amplia tradición del comunismo insertado en los sistemas de partidos occidentales. Era otra cosa que la IU que veníamos conociendo, una nueva izquierda 2.0, con amplia presencia en las redes y su gestión de los Círculos, un liderazgo de varias cabezas y una organización territorial, sus Confluencias, de tipo confederal. Puede que su éxito inicial se debiera precisamente a esto, a que no parecía un partido sino algo más espontáneo.

Su declive posterior se debió, sin embargo, a la dificultad de insertar este constructo en un entramado sistémico cuyas lógicas son difíciles de esquivar. Para empezar, romper con los presupuestos del sistema representativo en un régimen parlamentario. Ningún partido, grupo o movimiento puede presentarse como el representante del pueblo o de la gente, lo son todos. De ello fue bien consciente Podemos y transmutó su identidad populista en algo más realista, presentarse como encarnación de la izquierda, la supuesta versión más auténtica de esta. Luego está también la letra pequeña de los sistemas de partidos, la necesidad de vertebrar un mínimo de organización, que entre otras cosas debe ocuparse de decidir quién se integra en las listas. Por decirlo en lenguaje weberiano, quién además de vivir para la política puede acabar viviendo de la política. Ay, los despojos del poder, cuya distribución es muy posible que estuviera detrás de sus ulteriores escisiones. Por último, una vez instituido como partido de gobierno, pasar por las horcas caudinas del entramado institucional, no todo le está permitido hacer a una mayoría en una democracia liberal.

Que estos choques con la realidad produjeran un desencantamiento del movimiento —Weber, de nuevo— va de suyo. Sus guerras de poder interno y los imperativos sistémicos le hicieron perder la magia o el aura inicial. Y aquí es donde entra Sumar, un proyecto que nace precisamente con el objetivo de re-encantarlo. Un liderazgo menos pendiente de disciplinamientos internos, menos masculino, y una misma insistencia en los ideales. Eso sí, perfectamente familiarizado ya con los obstáculos a los que se enfrenta, lo cual le aproxima a la experiencia histórica de la socialdemocracia cuando le tocó gobernar. Además, le da la vuelta como un calcetín al mito de origen del movimiento, el haber sido de abajo-arriba, bottom-up, como decimos los politólogos. Ahora es top-down, desde una vicepresidencia, nada menos, cuya legitimidad se asienta además sobre la propia gestión. Pero supuestamente también sobre un liderazgo que hace de paraguas integrador de la pluralidad del movimiento, apelando a su espontaneidad.

Aquí es donde choca con Podemos. Ayer, en estas mismas páginas, Monedero lo dejó claro, no hay viabilidad para una izquierda amplia sin una “columna vertebral que articule al conjunto”, la que representa UP, se entiende. No lo dijo de modo explícito, pero a nadie se le escapa que ese diseño leninista, de control del todo desde un centro, es el que está detrás de las resistencias al acuerdo de Podemos con Sumar. Esto no va de pájaros y flores, va de poder. Esperaremos ansiosos al próximo capítulo.