JUAN RAMÓN RALLO-El Confidencial
- La economía puede terminar siendo mucho más perjudicada por los parones sucesivos de lo que lo habría sido con un único parón inicial suficientemente prolongado
La supresión es la estrategia que han seguido países tan diversos como Nueva Zelanda, Australia, Vietnam, Taiwán o China. Sus ventajas son muy evidentes: una vez el virus ha sido eliminado de una comunidad, su vida interna puede regresar a la normalidad (no plenamente, dado que si el resto del planeta no ha acabado con el virus, ningún país con relaciones exteriores volverá del todo a la normalidad). Pero los riesgos de esta estrategia también son obvios: un país que haya logrado erradicar internamente el virus pero que siga abierto al exterior (y España, por ejemplo, por su especialización económica, va a estar considerablemente abierta al exterior) se expone a dilapidar todo el esfuerzo logrado si el virus vuelve a penetrar desde fuera (la supresión exige de entrada un distanciamiento social más intenso y, sobre todo, más duradero que la mitigación, por lo que sus costes iniciales son mayores). Por eso, en todo caso, las estrategias de supresión deben verse suplementadas con sistemas de testeo y de rastreo eficaces que permitan localizar rápidamente cualquier nuevo foco de contagio para así aislarlo con rapidez (tales sistemas son más sencillos de implementar cuando existen muy pocos casos activos que cuando hay centenares de focos y transmisión comunitaria descontrolada).
Las ventajas de la mitigación pasan por el hecho de que requiere menores sacrificios iniciales, pues las medidas no son tan contundentes
La mitigación es, en cambio, la estrategia que han seguido los países occidentales. Sus ventajas pasan por que, en teoría, requiere de menores sacrificios iniciales que la mitigación: las medidas de distanciamiento social no necesitan ser tan contundentes ni, sobre todo, mantenerse en vigor durante tanto tiempo como en el caso de la supresión, dado que, como decíamos, el objetivo no es aniquilar totalmente el virus, sino mantenerlo bajo control (o, como suele decirse últimamente, “convivir con el virus”). Pero los riesgos de esta estrategia deberían saltar a la vista para cualquiera que la proponga: si los casos activos siguen siendo muy numerosos (aun cuando no desborden el sistema sanitario), la probabilidad de nuevas olas de contagios se mantendrá elevada. Salvo que se disponga de un sistema de testeo y rastreo tremendamente eficiente (mucho más que en el caso de la supresión, dado que se hace necesario monitorizar a muchas más personas), la única alternativa para prevenir nuevas infecciones descontroladas es mantener estructuralmente algunas medidas de distanciamiento social (sobre aquellas actividades que impliquen un mayor riesgo de contagio). Y si no se dispone de un sistema de testeo y rastreo eficiente ni tampoco se aceptan medidas permanentes de distanciamiento social, la aparición de nuevas olas, que terminan requiriendo nuevos cierres económicos duros, está prácticamente garantizada.
Por eso, a largo plazo, la estrategia de mitigación puede resultar mucho más costosa que la de supresión: porque por no cerrar suficientemente una vez, nos vemos abocados a cierres persistentes y continuados. El único supuesto en el que la mitigación resultaría claramente preferible a la supresión sería si la vacuna o la inmunidad de grupo se hallaran a la vuelta de la esquina: en ese caso, sí tendría sentido mitigar la transmisión hasta que podamos erradicar el virus sin recurrir a medidas duras de distanciamiento social.
Pero si no estamos cerca ni de la inmunidad de grupo ni de la vacuna, entonces la mitigación puede terminar revelándose como uno de los mayores errores cometidos por nuestras élites políticas en las últimas décadas. A la postre, recordemos que cada vez que la pandemia se descontrola, la economía sufre, adoptemos o no medidas centralizadas de distanciamiento social (simplemente, porque los ciudadanos tratan de protegerse a sí mismos reduciendo las interacciones sociales: menor producción y menor consumo). En este sentido, por ejemplo, el PIB de nuestro país podría volver a contraerse durante el cuarto trimestre de 2020 como consecuencia de la segunda ola que estamos experimentando. Y este mismo problema volveremos a padecerlo ante unas hipotéticas tercera, cuarta o quinta ola. ¿Cuánto tiempo podrá aguantar el sistema financiero mientras la morosidad sigue creciendo y acumulándose como consecuencia de una economía que no regresa a la normalidad? Todavía peor, ¿cuánto tiempo podrán aguantar nuestras finanzas públicas (y las de la Unión Europea) sin una economía que vuelva a activarse con vigor, contribuyendo a sanear así las cuentas del Estado?
España estuvo cerca de suprimir el virus durante el estado de alarma, pero se optó por una desescalada temprana para no dañar en exceso la economía. Al final, empero, puede que la economía termine siendo mucho más perjudicada por los parones sucesivos de lo que lo habría sido con un único parón inicial suficientemente prolongado.