Javier Caraballo-El Confidencial
- El secretario general del PSOE había entrado en barrena desde que en febrero pasado lo apostó todo en las elecciones de Cataluña
La historia se le ha repetido a Susana Díaz y, esta vez, con la crueldad de la caricatura, como si la hubiera derrotado una sombra. Ha caído Susana Díaz en las primarias del PSOE andaluz y, al margen de la trascendencia política entre los socialistas andaluces, la agrupación más potente del PSOE, un partido que ha sido hegemónico en esa tierra durante 38 años. Al margen, incluso, de lo que supone esa derrota para la afectada, que tendrá que dejar la política o mendigar un cargo, lo trascendental de ese resultado en toda España radica en que esto de Andalucía es lo primero que le sale bien a Pedro Sánchez en todo lo que llevamos de año.
Esa es la gran moraleja de estas primarias, que Susana Díaz ha vuelto a salvar a su gran rival, Pedro Sánchez; que gracias a ella el presidente del Gobierno puede comenzar la semana pensando que ha vuelto a sonreírle la baraka; que todo aquello que se le había torcido no era un presagio de su propio declive político; que gracias a las primarias de Andalucía ha demostrado que sigue vivo y fuerte. Todos sus adversarios habían afilado los cuchillos para este lunes, con los ecos de miles de voces en la Plaza de Colón, con la esperanza de que una derrota de Pedro Sánchez en su propio partido ratificara el deterioro de su liderazgo y el cambio de ciclo en la política española. Pero no, Susana Díaz ha vuelto a salvarlo.
El secretario general del PSOE había entrado en barrena desde que en febrero pasado lo apostó todo en las elecciones de Cataluña y solo pudo empatar con lo que había conseguido tres años antes Inés Arrimadas. Una ‘amarga victoria’ con la que encadenó una sucesión de desastres que lo han hecho tambalear por primera vez desde que llegó a la Moncloa: primero el ridículo boreal de la moción de censura de Murcia, que puso en duda la verdadera eficacia del equipo de asesores, el famoso laboratorio que decide sus estrategias, y luego la debacle de Madrid, en la que se había implicado personalmente, y que demostró sus pies de barro como nunca había ocurrido.
Aquel líder sonriente que lo había superado todo, aquel que venía de derrotar a quienes lo echaron de la secretaría general del PSOE con el aliento de las vacas sagradas del socialismo; aquel que ganó la primera moción de censura en España y luego, al frente de su partido, cinco elecciones seguidas en el convulso año electoral de 2019. Ese líder que aparentaba ser imbatible, Pedro Sánchez, comenzó a tropezarse tanto que, como ocurre siempre, parecía que era su propio sino político el que comenzaba a palidecer. Se extendió tanto la impresión de que el presidente se encontraba en su peor momento que eso fue, precisamente, lo que animó a Susana Díaz a aceptar, finalmente, el órdago que le lanzaban sus enemigos y convocó unas elecciones primarias para este mes de junio.
Hasta el batacazo del PSOE en Madrid, la aún secretaria general del PSOE de Andalucía se había resistido a convocar esas elecciones primarias, pero cuando comprobó el desastre político de Pedro Sánchez cambió de estrategia, convencida de que era el momento para asestarle un nuevo golpe y asentarse triunfal en el liderazgo de la agrupación andaluza. A fin de cuentas, como debió pensar la propia Susana Díaz, era ella la que convocaba las primarias, era ella la que tenía el control de la organización regional, la que conocía los censos de los militantes, y era ella, además, la que hace tres años estaba en la presidencia de la Junta de Andalucía, repartiendo cargos y favores entre los suyos.
Si a todo ese abanico de desaciertos se le unía el monumental escándalo de los indultos a los presos independentistas catalanes, que divide seriamente al electorado y a la propia militancia, el cuadro favorable se completaba rotundamente. ¿Cómo no vencer en esas condiciones a Pedro Sánchez, ahora que tenía la rodilla hincada en tierra? Pues no. Dos veces le ha ganado Pedro Sánchez unas elecciones primarias a Susana Díaz, a cada cual más cruel, porque la primera vez, contra todo pronóstico, la hundió en el partido, pero fue un encuentro cara a cara; en esta segunda ocasión, Pedro Sánchez la ha derrotado con un poder delegado, el alcalde de Sevilla, Juan Espadas, que fue quien recibió el encargo de liderar el nuevo PSOE andaluz. Vencida por el ser y por su sombra, esa es la amargura para esta mujer. Más que rival, tras lo ocurrido, Susana Díaz es el amuleto de la suerte de Pedro Sánchez.
El domingo de elecciones primarias en Andalucía, Susana Díaz se presentó en la Plaza de Santa Ana, en el corazón de Triana, con una camiseta rosa, unos vaqueros y sus zapatillas de deportes. De una forma muy visible, la todavía líder de los socialistas andaluces se decidió por un cambio radical de imagen, desde el pelo hasta los pies, para mostrarse ante los suyos como una política nueva, reinventada, escarmentada de sus errores o, por lo menos, de aquello que le reprochaban: si la acusaban de soberbia, ahora hablaría con todos, con ese look juvenil, y se sentaría a charlar en las sedes o en las plazas; si le decían distante, ahora estaba atenta a cada parto para mandarle un ramo de flores a la madre.
Cada día tiene un afán y, por eso, Susana Díaz seleccionó una camiseta con mensaje diario, todos en inglés: ‘Positive always wins’ (El optimismo siempre gana), ‘In women we trust’ (Creemos en las mujeres), ‘Happiness for everyone’ (Felicidad para todos), ‘It´s on time to make the magic’ (Es hora de hacer magia), ‘Kindness is golden’ (La amabilidad es de oro), ‘Choose Empathy’ (Elegir empatía), y cosas así… Para el día decisivo, en el corazón de Triana, cuando acudió a votar en las segundas primarias en las que se enfrentaba a Pedro Sánchez, Susana Díaz se puso la camiseta rosa en la que se leía: ‘Good vibes only’ (Solo buenas vibraciones). Le patinaron dos letras porque el mensaje acabó siendo otro, más corto: ‘Goodbye, Susana’.