Por esta vez no son los franceses quienes protestan. Su contención incluso es alabada en Berlín, donde revienta la acritud. París se ha abstenido de airear «os habíamos avisado». Los aliados europeos no dan crédito al unilateralismo de Joe Biden en su vergonzante salida de Afganistán. El 46 presidente estadounidense ha cerrado veinte años de intervencionismo armado occidental en tierras orientales. Pero no es hora de culpabilidades; sí de la reciprocidad dado el seguidismo americano y de abrir los ojos. La exasperación de Macron aboga por otra decencia: «la Europa de la defensa, de la autonomía estratégica, es ahora».
En su gira europea de junio, Biden se entregaba al «América está de vuelta» y proclamaba las virtudes de la cooperación, el Derecho internacional y la alianza transatlántica. «El presidente ha asumido el papel de líder del mundo libre con confianza y habilidad», se felicitaba Jake Sullivan, consejero de Seguridad Nacional. Una óptica poco compartida cuando los europeos han sido los guardianes del multilateralismo en el transcurso de la corrosiva era Trump al impulsar, por ejemplo, la preservación del acuerdo de París sobre el clima y del nuclear con Irán.
Nada es seguro. El realineamiento de Alemania con Estados Unidos y la legendaria «relación especial» de Reino Unido con Washington no cuadran con el retorno de los talibanes sin previo aviso del socio mayor. La Administración Biden, excusándose en que cualquier retirada de Afganistán, fuese cual fuese la fecha, estaba destinada al caos, repite machaconamente que era imposible contentar todas las evacuaciones. En clave de política interna se trabaja en favor de «los intereses estadounidenses».
Biden está confrontado al primer episodio de su presidencia en el que los medios critican severamente su actuación. Los próximos a los demócratas celebran la entrega de los soldados, temen la tragedia para la región y se preguntan qué necesidad había de sacar al débil contingente estadounidense que quedaba en tierras afganas sirviendo de poderosa fuerza estabilizadora y sin conocimiento de víctimas desde lejana fecha. Atentado en el aeropuerto de Kabul, muertes, aplastamientos, una promesa electoral cumplida coincidiendo con el vigésimo aniversario del 11-S… Transformar el caos en misión cumplida no es fácil.
En el Viejo Continente, los debates toman un giro existencial. Cámara de los Comunes: muchos diputados conservadores caen en la cuenta de la precariedad de la alianza con el amigo americano, pese a los centenares de británicos caídos en Irak y Afganistán. Empezamos a sentirnos desnudos ante las dictaduras rusa, china, turca y el ubicuo islamo-fascismo.
En Alemania, país emocionalmente crítico con sus Fuerzas Armadas, la debacle de Kabul ha cambiado a mejor la percepción sobre la Bundeswehr. En plena campaña electoral, los candidatos recalcan la insuficiencia de medios europeos, al punto de que Armin Laschet, representante de la CDU y patrocinado de Angela Merkel, lanzaba: «Tenemos que reforzar Europa de modo que no tengamos nunca más que dejar hacer a los estadounidenses».
El naufragio afgano es una humillación para los dos lados del Atlántico con implicación moral diferente según qué orilla contemplemos. Contrariamente a lo que afirma ahora la Casa Blanca, la guerra contra un régimen o contra los yihadistas en el gran Oriente Medio se acompañaba de la ‘nation building’. El militar tenía una contrapartida humanitaria: levantar estructuras de Estado y sociedades tolerantes.
En veinte años de construcción nacional, mucho ha sido lo logrado. El Afganistán de 2021 (38 millones de habitantes) es todavía uno de los países más pobres del planeta, pero sus indicadores de desarrollo humano crecían: salud pública, educación y derechos de las mujeres, especialmente. Dueños del territorio, los talibanes no van a mutar de movimiento armado clandestino en abnegados gestores atentos a las demandas de una sociedad evolucionada. Edwards Girardet, redactor jefe de Global Geneva, matiza: «Occidente se ha esforzado en crear a gran velocidad un Afganistán ‘nuevo’ y ‘democrático’ a su propia imagen o conforme a sus representaciones, cuando hubiese hecho falta contar con la complejidad del país».
Regresan los talibanes y la barbarie teocrática con que ofician el poder. Estados Unidos da la espalda al mundo como gendarme universal para centrarse en sí misma; invertir en su modernización, vigilar los ciberataques y la proliferación nuclear, limar fricciones con Rusia e impedir el liderazgo mundial de China. La Administración de Biden no quiere ser acusada de abandono de Afganistán. Los socios occidentales remedian su abandono de la concertación.
En París, los mismos países que en noviembre de 2019 criticaban al presidente Macron por sus declaraciones sobre la muerte cerebral de la OTAN razonan hoy: algo no va bien en la Alianza y habrá que arreglarlo. «Va a ser necesario reevaluar la jerarquía de los riesgos con los estadounidenses, en particular el riesgo terrorista», apunta la diplomacia europea.