Francesc de Carreras-El País
Cuando el Gobierno se tomó en serio la situación, el personal sanitario respondió con una responsabilidad admirable, los ciudadanos empezaron a comportarse de manera ejemplar y así hasta ahora
No sé de quien salió el dicho “tarde y mal”. Era una doble crítica: los remedios a una situación determinada se habían adoptado tarde y, además, la solución era inadecuada. Por tanto, inoportunidad e inconveniencia. Un error desde todos los puntos de vista.
Pues bien, en el caso de la pandemia de coronavirus que nos asola, pienso que la actuación del Gobierno ha sido tardía, una irresponsabilidad grave, pero que en cuanto se ha puesto en acción, el 9 de marzo, el Ejecutivo lo está haciendo razonablemente bien. Dicho esto con una prevención necesaria que los lectores imagino pueden suponer: ni soy experto en la materia, ni conozco con exactitud como están gestionando las diversas Administraciones públicas las instrucciones que el Gobierno le da en virtud de las facultades otorgadas por el decreto de estado de alarma. Escribo como simple ciudadano que contempla, estupefacto, este panorama devastado.
Llegó tarde el Gobierno, de eso ya no caben dudas. Los ciudadanos ignorábamos la magnitud de la tragedia, pero no los responsables políticos: ya habían recibido suficientes informes y recomendaciones de organismos científicos europeos e internacionales como para tomar las medidas pertinentes y no lo hicieron, exactamente no tomaron ninguna. Ni se prohibieron manifestaciones, ni partidos de fútbol, ni corridas de toros o asambleas de partidos, es decir, aquellos acontecimientos en los que la aglomeración de personas facilitaba el contacto personal y, por tanto, el contagio. Eran las medidas mínimas que había que adoptar y nada se hizo.
Aún recuerdo que en la semana que finalizaba el domingo 8 de marzo el debate político estuvo centrado en aprobar el proyecto de ley de libertad sexual —la “prohibición del piropo”, como la han denominado algunos con sorna— que no corría prisa alguna excepto para mostrarlo como trofeo en la manifestación del Día de la Mujer. Aún recuerdo las imágenes de una Irene Montero, ministra de Igualdad —por cierto un curioso Ministerio— paseándose triunfante para ser felicitada por sus compañeras. Un modo de hacer política pueril y amateur, pura propaganda partidista e ideológica, nada que ver con un Estado serio y que pasará a la historia como una vergüenza.
Pero a partir de aquel día las cosas cambiaron. El lunes se anunciaron medidas para el Consejo de Ministros del martes y allí comenzó todo. El Gobierno se tomó en serio la situación, el personal sanitario respondió con una responsabilidad admirable, los ciudadanos empezaron a comportarse de manera ejemplar y así hasta ahora. ¿Estábamos preparados? No. ¿En estos días se ha hecho lo que se ha podido? Sí. ¿La actividad del Gobierno va en la buena dirección? También. ¿Cuál es esta buena dirección? Primero, contener la epidemia y, segundo, adoptar las medidas necesarias para que la España del día después no sea un país destruido y arruinado. Bien pero tarde.