Ignacio Camacho-ABC
- Sufrimos otra plaga superpuesta: la de los ideólogos reconvertidos en profetas del mundo que surgirá tras la pandemia
Si no sabemos cuándo va a acabar esta endemoniada crisis, ni cómo -ni quiénes, que es peor- podremos salir de la emergencia, qué diablos vamos a adivinar del mundo y de la sociedad que quedarán tras ella. Y sin embargo, es el pasatiempo de moda para muchos ideólogos reconvertidos en profetas que estos días invaden la televisión y la prensa de pronósticos y conjeturas sobre el porvenir que nos espera si sobrevivimos a la tragedia. Que si desaparecerán los besos y los abrazos, trocados en formales reverencias a la japonesa; que si habrá que olvidarse de socializar en bares y en fiestas; que si se desplomará el neocapitalismo y China devendrá en primera potencia; que si seremos más cuidadosos con
el equilibrio del planeta, que si nos volveremos introspectivos o, por el contrario, viviremos la vida con mentalidad hedonista y abierta. Más a corto plazo, hay voluntaristas interesados que pronostican una recuperación socioeconómica rápida y pesimistas que la barruntan penosa y lenta. Pero seamos sinceros: nadie tiene ni puñetera idea. La mayoría de nosotros ni siquiera vimos venir hace tres meses la epidemia, lo que no es óbice para la responsabilidad de los Gobiernos que despreciaron sus evidencias cuando ya tenían datos concluyentes sobre la mesa. Quizá en el fondo todo dependa de la ciencia: si aparece pronto una vacuna o un tratamiento es posible que renazca una euforia existencial plena, y si la cura tarda tal vez nos envolvamos en el milenarismo agorero de una nueva Edad Media.
Casi todos los pensadores de guardia acaban arrimando el ascua del coronavirus a la sardina de sus preferencias políticas. Destaca en ello el esloveno Slavoj Zizek, filósofo y psicosociólogo poslacaniano del que sus más ilustres colegas desconfían por su confusa mezcla de teorías, y que ha augurado un futuro en términos de dicotomía apocalíptica. Comunismo o barbarie ha dicho: nótese la disyuntiva, esa «o» que descarta con dogmático aplomo todo atisbo de sinonimia. Zizek es uno de los intelectuales favoritos de los dirigentes de Podemos, que también han entrevisto en la catástrofe global una ocasión pintiparada para su asalto a los cielos. Desde que cayó el muro de Berlín, los comunistas europeos se vieron obligados a usar pasaportes ideológicos posmodernos, siendo el del populismo el que los camufló con más éxito. Ahora ya no se recatan en exhibir su sueño de que el caos provoque las condiciones idóneas para retomar su proyecto, la siniestra distopía del orden nuevo que ha de emerger de un mundo simbólica y literalmente enfermo. Y lo presentan como una alternativa para los ingenuos que no reparen en que la barbarie también son ellos.
Nos toca, pues, sobrevivir a otra plaga, la de los gurús y sus vaticinios. Heraldos más bien sombríos de un tiempo de ventajistas dispuestos a sacar partido de los escombros sociales que deje en pie la irrupción del virus.