Luis Ventoso-ABC

  • Ante este crack hay un camino de salida y otro a la sima

Hemos parado el mundo. Así que el estropicio económico ya ha comenzado. Más de seis millones de estadounidenses solicitaron el paro la semana pasada y en España hemos sufrido el peor marzo de nuestra historia, con la destrucción de 833.000 empleos (que no son la foto completa del descalabro). El inédito experimento de cercenar la demanda encerrando a la gente en sus casas, al tiempo que se ha parado todo el aparato productivo, nos arreará un sopapo épico. Para intentar levantarse se vislumbran dos vías políticas posibles: la de Ludwig o la de Pablete.

En alemán, idioma preñado de palabros imposibles, llaman «wirtschaftswunder» al milagro económico tras la Segunda Guerra Mundial. El país quedó hecho añicos. Perdió al 8,6% de su población y su poderío industrial; su agricultura quedó reducida a un 35%. ¿Cómo salieron del hoyo?

Aquí emerge el economista Ludwig Erhard, con su rostro regordete, sus orejas de soplillo y su puro. Un democristiano de ideario liberal, herido en el frente en la Primera Guerra Mundial. Erhard, hijo de un fabricante de paño bávaro, sentía repelús ante el nazismo («un aborto de inmundicia y fuego») y fue degradado por él. Admirador de las ideas de Hayek y Röpke, las potencias aliadas se fijaron en él tras la guerra para que reparase el reloj roto de la economía alemana. El cóctel de Erhard consistió en combinar el aperturismo liberal con un ahondamiento en el Estado del bienestar fundado por Von Bismarck. Nacía la economía social de mercado. En 1948 se puso manos a la obra de manera espectacular. El domingo 20 de junio se cepilló la vieja moneda e instauró el nuevo marco. Anuló de sopetón casi todo el valor de la divisa anterior, pero ahora los alemanes sabían que al menos el dinero que tenían en la mano era de verdad, no un gas inflacionario. Al mes siguiente abolió el control de precios de Hitler. El mercado negro dejó así de resultar rentable. De un día a otro, como en un milagro laico, los escaparates se llenaron de bienes de consumo que se podían comprar con una moneda real. El absentismo laboral cayó en picado, e incluso fue calando el espíritu patriótico de trabajar más para levantar al país. Por último, Ludwig bajó los impuestos. El resto lo hizo el Plan Marshall estadounidense, con una inyección equivalente al 5% del PIB alemán de entonces. En 1950, Alemania ya era una potencia industrial otra vez, mientras que el Reino Unido, con la receta socialista del bienintencionado Attlee, mantendría el racionamiento hasta 1954. Por su parte, Alemania del Este enfilaba la senda hacia la mediocridad y se despedía de las libertades para fundar un encantador paraíso marxista donde hasta los hijos espiaban a sus padres.

Las recetas que propone Iglesias Turrión para salir de esta crisis son exactamente las contrarias a las de Erhard: multifracasado intervencionismo socialista, mucha subvención y poca laboriosidad y odio rampante a los empresarios. De que gane o pierda su envite dependerá que España salga a flote o quiebre. Y no solo peligra tu bolsillo; también tu libertad. Conviene ir despertando…