Carlos Sánchez-El Confidencial
- El bipartidismo imperfecto ha vuelto. La nueva política está hoy oxidada. La falta de autocrítica hace que cada elección sea un suplicio para Ciudadanos y Podemos. El viejo-nuevo tiempo resucita
Contaba Jorge Semprún que en una ocasión, durante una reunión del comité central del PCE, un tal Tano, se supone que era su nombre en la clandestinidad, le gritó en plena discusión de forma desaforada: “¡Te voy a hacer yo la autocrítica, camarada Sánchez; no eres más que un intelectual!”.
Sánchez, como se sabe, era el seudónimo del exministro de Cultura de Felipe González, quien se las tuvo tiesas con la dictadura y con la propia dirección comunista, a quien criticaba porque había fantaseado sobre el seguimiento real de las movilizaciones lanzadas por el partido a finales de los años cincuenta, la célebre HNP (huelga nacional pacífica).
Semprún se quejaba de que no había habido suficiente autocrítica por la baja participación, y desde entonces el ‘te voy a hacer yo la autocrítica’ se ha convertido en un clásico. En la política española, de hecho, pocas son las ocasiones en que los líderes hacen una autocrítica sincera, y en público, lo que le da mayor credibilidad, sobre las causas de una determinada debacle electoral. Pocas veces la han realizado el PSOE y el PP, que son los partidos centrales del sistema, y menos aún —lo que es verdaderamente singular— las dos fuerzas —obviando a UPyD— que vinieron a sacudir el árbol prematuramente envejecido de la política española, pero que hoy viven su momento más amargo. Ni Ciudadanos ni el cainita mundo de Unidas Podemos han abierto un verdadero debate sobre su ocaso.
Seis años y medio. Eso es lo que ha durado el fin del bipartidismo, ciertamente imperfecto, que ha articulado la política española desde 1977, y que muchos consideraban irreversible. No es mucho tiempo si se tiene en cuenta que los nuevos partidos —nacidos al calor de la crisis económica iniciada en 2008— irrumpieron con inusitada fuerza.
Ni Ciudadanos ni el cainita mundo de Unidas Podemos han abierto un verdadero debate sobre su ocaso. Para ellos, cada elección es un suplicio
Sin duda, porque aquella crisis, que nació económica, fue derivando, sin que nadie moviera un músculo por evitar la degradación de la propia democracia, en una crisis política, por la pérdida de credibilidad de las instituciones. Hasta el punto de que en 2015 Podemos y sus confluencias —en sus primeras elecciones generales— lograron 71 diputados, mientras que Ciudadanos, tras dar el salto a la escena nacional, obtuvo 40 congresistas.
Catastrofismo nacionalista
Entre las dos formaciones, nada menos que 9,65 millones de votos, algo más de una de cada tres papeletas depositadas en las urnas. Desde entonces, sin embargo, ambas formaciones se han ido diluyendo elección tras elección. Ciudadanos, en abril de 2019, todavía pudo mejorar sus resultados (57 diputados), pero desde entonces, y tras dejar a Vox el camino expedito manejando un catastrofismo nacionalista digno de tener en cuenta, la nueva política se ha oxidado tanto como lo está el Titanic en el fondo del Atlántico.
La lectura, pues, es obvia. España, elección tras elección, y tras salir de la ecuación Ciudadanos, al que solo le falta el certificado de defunción expedido por Inés Arrimadas, probablemente la peor dirigente política de la democracia, vuelve a un horizonte muy parecido al de 2011, cuando el PP (mayoría absoluta) y el PSOE lograron entre ambos el 84% de los diputados. Hoy, la única novedad es la presencia de Vox, que probablemente ha tocado techo, mientras que el mundo de Podemos e IU vuelve a lo que históricamente fue el PCE, alrededor de un 10% de los votos.
Julio Iglesias hablaría de que la vida sigue igual, pero sería, sin embargo, un error pensar que las cartas ya están distribuidas y que el futuro está escrito. Si algo ha quedado claro tras seis años y medio de nueva política, es que hoy la lealtad del elector respecto del partido votado es mínima, solo hay que mirar a Italia o Francia. La propia Ayuso obtuvo en 2019 los peores resultados de la historia del PP en Madrid y apenas dos años después rozó la mayoría absoluta, mientras que en Andalucía también los conservadores han pasado del cero al infinito, duplicando sus votos en menos de cuatro años con una gestión que no pasará a los anales de la historia política. En ambos casos, a costa de Ciudadanos. Nunca en la democracia española se habían producido trasvases tan relevantes en un corto periodo de tiempo.
La estabilidad política vende en términos electorales. Y nada más lejos de esa cultura que la proliferación de «agendas extravagantes»
No es un fenómeno genuinamente español. La crisis de la socialdemocracia y de los partidos conservadores en Europa tiene que ver con el auge de nuevos partidos o con la eclosión de movimientos que, pasado algún tiempo, tienden a pincharse. En algunos casos, porque pierden su virginidad al formar parte del Gobierno de turno, y ahí está el caso obvio de Unidas Podemos, que no es ni la sombra de lo que fue, y en otros porque no son capaces de garantizar la estabilidad política, un activo muy relevante en sociedades complejas, donde en el voto influyen no solo cuestiones ideológicas, sino el desempleo, el endeudamiento de los hogares o el funcionamiento del sistema sanitario. Es más, en ocasiones, incluso colaborando con la cultura de la estabilidad, como ha hecho Juan Marín en Andalucía, los partidos pequeños corren el riesgo de sucumbir ante la fuerza del voto útil. El PNV sabe muy bien lo que es un partido-Estado capaz de pactar con quien sea para garantizar la gobernabilidad.
Agendas extravagantes
La estabilidad, por decirlo de alguna manera, vende en términos electorales. Y nada más lejos de esa cultura que la proliferación de «agendas extravagantes», como las ha llamado con acierto un editorial de Faes, que son útiles al comienzo del periplo político para llamar la atención y montar absurdas guerras culturales, pero que transcurrido algún tiempo tienden a disiparse. Sobre todo, en un contexto como el actual, de alta inflación y elevada incertidumbre económica.
Ni siquiera la polarización ya da votos. Si la estrategia de la izquierda en Andalucía pasaba por frenar a la ultraderecha, muchos andaluces, por pura coherencia, lo que han hecho es votar a Moreno Bonilla, como antes los franceses hicieron con Macron para que no ganara Le Pen. No deja de ser curioso que el domingo Abascal destacara que gracias a Vox se había producido una “derrota histórica del socialismo y de la extrema izquierda”, mientras que para las candidatas de Por Andalucía y Adelante Andalucía —encuentren las diferencias— lo más relevante tras el batacazo electoral fuera que Vox no será decisivo. Los mismos argumentos desde posiciones radicalmente distintas.
El PSOE y el resto de la izquierda han polarizado todo lo que han podido, como hace de forma sistemática Ayuso en Madrid para ganar votos
Era evidente que esa dialéctica tenía poco recorrido, y eso explica que el eje de la propuesta de Yolanda Díaz sea una reivindicación de la transversalidad política. El problema es que lo ha hecho demasiado tarde y no resulta creíble estando en el Gobierno desde el minuto uno. Después de que el PSOE y el resto de la izquierda hayan polarizado todo lo que han podido, como hace de forma sistemática Ayuso en Madrid para ganar votos, no es fácil volver a la casilla original y decir pelillos a la mar. Era broma eso de que venía el fascismo.
Un factor de inestabilidad
Las dificultades para construir espacios políticos distintos a los que representan los dos partidos mayoritarios ‘atrapalotodo’ no son un asunto menor. Significa que cuando no existen opciones nacionales, el voto más ideológico y matizado, que es el propio de los partidos liberales o de las formaciones radicales puras —en el sentido etimológico del término, no en el político al uso—, tiende a fragmentarse territorialmente, ya que atiende sus demandas, lo que en última instancia supone un factor de inestabilidad, ya que priman los intereses particulares frente a los generales.
El PSOE de Sánchez, que poco ha hecho por evitarlo, lo está pagando y es rehén de la competencia territorial, y también UP, en cuyo nacimiento lleva la penitencia por crecer no con un proyecto sólido e ideológicamente coherente en el espacio de la izquierda a la izquierda del PSOE, sino con la suma de muchas partes que al final solo buscaban intereses localistas, como la vieja burguesía del caciquismo español que se apoyaba en los barones territoriales. En esto, hemos cambiado muy poco. Si Joaquín Costa, azote del caciquismo, levantara la cabeza…
El resultado es que si el PP vence en las próximas elecciones sin mayoría absoluta, no tendrá más remedio que echarse en los brazos de Vox, lo cual incorpora un factor de competencia por el mismo espacio político que introduce mayor inestabilidad. Precisamente, porque los partidos que vinieron a cambiar la política española han sucumbido víctimas de sus propias contradicciones. A veces es mejor consolidar posiciones después del éxito inicial que crecer hasta alcanzar la irrelevancia.