Miquel Escudero-EL IMPARCIAL

¿Nos dice algo el nombre Joaquín Bau, nos hace alguna falta saberlo? En cualquier caso, podemos hacernos a la idea de cómo funcionan los tiempos en la vida, también en la dictadura que nos encorsetó durante 40 años. En un ensayo del libro Semblanzas Catalanas (Cátedra), Daniel Arasa se ha detenido en su figura y en la de Marcelino Domingo, otro político paisano y antagonista suyo.

Natural de Tortosa, Bau estudió el bachillerato en el colegio barcelonés de La Salle Bonanova. Su abuelo paterno era chocolatero y su padre un sencillo comerciante de aceites que, con los años, exportó a diversos países, construyó una refinería y amasó una fortuna. Nació en 1897, un año antes del desastre de Cuba, cuando se perdió la Perla del Caribe en manos estadounidenses. Siendo muy joven se afilió a la Comunión Tradicionalista. Con 28 años de edad ya era alcalde de Tortosa, y parece ser que fue bueno para sus paisanos: responsable y entregado a su tarea. Años después salió elegido diputado en Cortes, y lo fue por dos veces.

En 1935, al acabar su licenciatura en Derecho, en la Universidad de Valencia, fue nombrado presidente de la Junta Central de Corredores de Comercio de España. Acababa de fallecer su padre y se trasladó a vivir a Madrid, con su mujer e hijos. Se instaló en Velázquez 89, en el tercer piso; en el segundo, vivía su amigo José Calvo Sotelo. El último día que lo vio con vida, antes de que lo secuestraran en su casa y lo asesinaran, fue el 10 de julio de 1936, horas antes de que se desplazara a Benicàssim para pasar unos días. Ambos políticos estaban conspirando intensamente para el triunfo de un golpe de Estado. Según Bau, Calvo Sotelo le había confesado que no veía otra solución que adelantarse a los planes de ‘los comunistas y marxistas’. Nada más acabar el entierro de su amigo, ex ministro de Hacienda del general Primo de Rivera, se dirigió a Portugal para ver al general Sanjurjo, que murió en el aire a los pocos días. De desastre en desastre.

El 1 de octubre de 1936, el sublevado general Franco –acabado de nombrar jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos- estableció un Gobierno con el peculiar título de Junta Técnica del Estado. Y encargó a Bau presidir la Comisión de Industria, Comercio y Abastos; cargo equivalente al de una cartera ministerial y que desempeñó durante quince meses. En ese período se negó validez a los billetes de la zona republicana, y la peseta de la zona franquista llegó a cotizarse en el extranjero al doble que la peseta de la zona republicana.

Bau fue cesado sin recibir explicaciones y se dedicó a sus negocios, multiplicando su capital. Achacó el despido a Serrano Suñer, ambos se profesaban una profunda animadversión. Hay que contar con que Franco canjeó al general republicano Miaja por unos familiares de Bau que antepuso a los de su cuñado Serrano Suñer.

Veinte años después, en 1958, Bau volvió a la primera fila política por voluntad de Franco, quien le nombró consejero nacional del Movimiento y así pasó a ser, de forma automática, procurador en Cortes. De asombro en asombro.

En aquellos días se promulgaron los principios del Movimiento Nacional como Ley Fundamental del Reino. El tortosino era partidario de la restauración de la Monarquía, siempre que fuera “solidaria y continuadora del régimen actual”.

En 1964, Joaquín Bau fue nombrado presidente de la Comisión de Gobernación de las Cortes. Y al año siguiente lo fue de la Comisión de Leyes Fundamentales y Presidencia del Gobierno. De inmediato se le designó presidente del Consejo de Estado. Ocupó ese cargo hasta su muerte, en mayo de 1973. Presidir el Consejo de Estado implicaba ser miembro del Consejo del Reino (él pasó además a ser vicepresidente), una de cuyas funciones era presentar al caudillo victorioso una terna para que designara a los presidentes de las Cortes, del Tribunal Supremo y del Tribunal de Cuentas, entre otros órganos.

En sus memorias, Laureano López Rodó ensalzaba la recuperación de Joaquín Bau para la escena política como un gran acierto. Y agregaba: “estábamos perfectamente compenetrados”, “tenía tacto, no hería a nadie, todos le respetaban y sabía salirse con la suya”.

Dos días antes de fallecer con 76 años de edad, a causa de un cáncer, Bau recibió la noticia de que Franco “le había conferido la merced de Conde de Bau. Se emocionó. Era el último consuelo que recibió en vida”, escribió el muñidor de los Planes de Desarrollo.

A Franco le quedaban dos años de vida, dos telediarios. Y muy poco después, España sería devuelta a sí misma, en palabras de Julián Marías. Una tarea que a todos nos incumbe, que siempre está haciéndose y nunca está asegurada, como tampoco lo están la libertad, la igualdad y la justicia; entre nosotros y en ningún sitio.