ABC 29/08/16
IGNACIO CAMACHO
· El discurso marianista sonará en las Cortes con el eco yermo de una función ritual de teatro del absurdo
OCHO meses ha tenido Rajoy para preparar ese discurso de investidura que aún retocan, con el recién firmado pacto con C’s sobre la mesa, los amanuenses de La Moncloa. Ocho meses en los que el doble ganador de las elecciones no ha querido primero y no ha podido después ofrecerse como candidato a la reelección; si por él fuese tampoco lo haría mañana porque no es el presidente hombre dado a las formalidades superfluas. Al final ha acabado aceptando la evidencia de que incluso el tiempo, que tiene fama de moldear en sus manos, es un bien finito que en política es menester tasar de vez en cuando. Acostumbrado a dilatar los plazos le ha llegado el momento de acelerarlos a costa de escenificar su propio fracaso.
Al cabo de esos tres trimestres de espera, el discurso marianista sonará en las Cortes con el eco yermo de una función de teatro. De teatro del absurdo porque ni el acuerdo con Rivera ni la presión sobre Sánchez sirven para que la realidad avance un solo palmo. El desenlace de la votación está decidido en la camarilla jerárquica de un partido en pleno combate por el poder orgánico. La sesión de esta semana en las Cortes no es más que un mero ritual; el segundo tras la intentona socialista de marzo, en la que al menos cupo un cierto suspense sobre la decisión final de Podemos. Como en aquella ocasión, este debate será con muy alta probabilidad el primero de la siguiente campaña electoral y así estará enfocado. El programa de gobierno es una entelequia sobre el que nadie va a discutir; todos los argumentos se centrarán en la atribución de responsabilidades sobre la continuidad del colapso. Las réplicas están, como siempre, escritas, y la fuerte atención mediática sólo sirve para rellenar horas de programación, para aprovechar la retórica parlamentaria como gratuito combustible del espectáculo.
Hace tiempo que la política española no es más que pura logomaquia. Propaganda de consumo inmediato y fugaz, cháchara estéril desprovista de significado. La fragmentación del Parlamento ha convertido a la Cámara en otro escenario más de esa contienda publicitaria. La pugna por el reparto de los asientos, por su capacidad de visualización en pantalla, simboliza con dramática claridad la banalización de la sede institucional de la soberanía, donde ya no se adoptan decisiones sino que se dramatizan consignas. La confrontación de ideas y de proyectos se ha licuado; quizá no cabía esperar otra cosa de una democracia de tertulianos.
Por todo eso el discurso de Rajoy, igual que el pacto estéril con C’s, será una humareda perdida como la del poema de Alberti: qué dolor de papeles que ha de barrer el viento. Pronto serán dos las representaciones baldías. Acaso sólo quepa la esperanza de que al menos empiecen a bajar las audiencias por hartazgo; si nos degradan de ciudadanos a espectadores, tendremos que empezar a votar con el mando a distancia.