Teatro pánico en Ferraz

EL MUNDO 09/09/16
JORGE BUSTOS

SE ABRE el telón y vemos al galán, interpretado por el actor madrileño Sánchez Pérez, cortejando siglas –unas más monjiles, más lúbricas otras–, que en todo caso se prestan de buena gana a la comedia. La obra nos suena, la estrenaron en primavera y la reponen ahora no bajo demanda del público sino a causa de la cicatería de los programadores, la escueta imaginación de los guionistas y la convalecencia del divo más veterano del escalafón, gallego de origen y de ejercicio. Nuestro Tenorio se esmera, declama con énfasis ayudado por el timbre cavernoso de su voz, pero no logra pactar con el espectador la suspensión de su incredulidad. Es una farsa y todos lo saben. El más consciente de que pisa tablas y no suelo es el mismo protagonista, lo cual garantiza el anunciado fracaso del reestreno.

Claro que quizá no se trate de una simple opereta. Quizá se trate de una pieza de teatro pánico, ese que debe morir en el momento exacto de nacer. Porque las evoluciones de Sánchez están sentenciadas desde el instante de su concepción ideológica, que es un aborto, y continúan sentenciadas sobre la mesa de operaciones aritméticas, que es una aporía. Así que quizá Sánchez sea un antihéroe de Arrabal, un emperador de Asiria desdoblado en arquitecto de su propia soledad.

¿Hay humor en las obras de Arrabal? Lo hay, pero también pánico. No pánico a unas terceras elecciones, sino a las cuartas seguidas de unas quintas seguidas de unas sextas seguidas de unas séptimas, número bíblico del infinito. Es lo contrario de lo que ocurría en la magna comedia de Wilder sobre el Berlín de posguerra, cuando el oficial americano informa a la delegación diplomática de sus progresos en la desnazificación de Alemania: «No sabían votar, después de 14 años sin elecciones. Fue como darle agua a un borracho». Estamos de acuerdo en que las dictaduras no resultan divertidas, pero emborracharse de elecciones también empieza a dejar de serlo. Nada hay más aburrido que la repetición perpetua de lo que sea, el eterno retorno de la nada, y el tedio da paso a la agonía si lo que se repite es un duelo entre unos mismos contendientes encadenados a su propia animadversión. Esto es ya tragedia pura. De hecho, apuntaría Arrabal, el teatro pánico de nuestro bloqueo político tiene mucho de suplicio chino, ahora que uno de los antagonistas ha vuelto de allí.

¿Cómo era un suplicio chino? Cuando en la antigua China sorprendían a un esclavo encamado con una dama noble, imperdonable transgresión en toda sociedad de castas, los amantes eran enterrados vivos y juntos en un pozo durante un año. Transcurrido ese periodo, la aldea bullía de expectación, aunque sólo había dos posibilidades: que ella lo hubiera devorado a él o que él la hubiera devorado a ella. Los dos morían, pero uno antes que el otro, y en ese momento (causa pánico pensar que incluso antes) el superviviente, desquiciado por el hambre –agua sí daba el pozo–, mordía el cadáver quizá aún tibio de su amado o de su amada. Se admitían apuestas antes de descorrer la losa y salir de dudas.

Tal será el fin desventurado de Rajoy o de Sánchez, unidos por el rechazo con idéntica fatalidad que depara el amor. Ya que el bipartidismo se negó a amarse en la gran coalición, será condenado al canibalismo en su trágico pozo.

Para Arrabal, la confusión es el origen de todo, así que tengamos paciencia. Lo malo es que la catarsis, mientras llega, la pagamos entre todos.