FÉLIX DE AZÚA-EL PAÏS
- Los modernos solemos vernos a nosotros mismos como arrastrados por un río gigantesco, salvaje y poderoso al que llamamos “la Historia”
Estos cambios de época, el paso del cristianismo al Renacimiento, por ejemplo, son asombrosos porque comparados unos con otros constatamos que cambian los sombreros, los zapatos, el baile y los gobiernos, pero seguimos siendo idénticos: unos despojos flotantes que hoy se rapan, se pinchan un aro en la nariz y se tatúan, pero no creen parecerse en nada a los papúes guineanos.
Cada época trae su propio atuendo, aunque a veces es tan pesado que tememos ahogarnos. Así sucedió en los siglos XV y XVI, cuando Italia se convirtió en el terreno de la guerra continental. Allí se mataron cientos de miles de soldados alemanes, franceses, españoles e italianos en constantes batallas, traiciones y carnicerías en cuyo centro se alzaba la figura repulsiva de un Sumo Pontífice armado hasta los dientes. Pero el río también arrastró una erupción artística incomparable. Buen resumen, con algún melindre políticamente correcto, el de Catherine Fletcher en La Belleza y el Terror (Taurus).