Tonia Etxarri-El Correo
- A medida que las urnas han ido evidenciando la debilidad del PSOE, Puigdemont se ha convertido, desde el 23-J, en el invitado necesario a la ‘grand bouffe’ nacionalista
Fue en mayo de 2019. Oriol Junqueras, diputado en prisión preventiva por los delitos cometidos durante el ‘procés’, pasó junto al escaño de Pedro Sánchez, entonces también presidente en funciones. «¿Cómo estás?», se interesó el dirigente socialista. «Tenemos que hablar», fue la respuesta del preso de ERC. Y desde entonces no han dejado de hacerlo a través de intermediarios. Con un resultado de intercambio de favores tan beneficioso para los secesionistas que ha dejado fuera del carril el mantenimiento de los principios democráticos y el respeto por la Justicia. Cinco meses después de aquel intercambio cordial de saludos el Tribunal Supremo impuso a los secesionistas y malversadores entre 9 y 13 años de cárcel. Los indultos llegaron dos años después y, finalmente, la reforma del Código Penal eliminó el delito de sedición y rebajó el de malversación; es decir, el de corrupción.
Un trueque del que van saliendo beneficiados los independentistas catalanes, que ahora están a punto de ver borrado de su historial los delitos cometidos gracias a una ley de impunidad, Sánchez se cobra los favores penales que han desautorizado a la Justicia española en forma de apoyos parlamentarios mientras el Estado democrático va sufriendo una deconstrucción considerable.
A medida que las urnas han ido evidenciando la debilidad del PSOE, Puigdemont se ha convertido, desde el 23-J, en el invitado necesario a la ‘grand bouffe’ nacionalista. Por eso ayer, a Pedro Sánchez no le dolieron prendas en recuperar el hilo directo con Junqueras. Porque lo necesita en su juego de equilibrios con los secesionistas. Su conversación ‘de ronda’ con Gabriel Rufián va por otra línea en la que el portavoz parlamentario se dedica a pasar los deberes a limpio. Por mucho que ERC y Junts compitan por el liderazgo independentista los dos coinciden en elevar el listón de sus exigencias, ahora que la fruta está madura. En cuanto consigan la amnistía, el referéndum. Y el pacto fiscal.
En la conversación que mantuvieron ayer, Sánchez recordó los avances logrados gracias a su alianza (ventajas para los que delinquieron en el ‘procés’, sobre todo). Y Junqueras le enseñó la factura. Su apoyo sería sólo para la investidura. Amarrar un acuerdo presupuestario, como pretende el PNV por su parte, tendrá otro precio para los republicanos que no olvidan que su complicidad con Sánchez, en la pasada legislatura, les penalizó en las urnas el 23-J. La estabilidad de Sánchez, pues, no está garantizada. Con la amnistía y el escenario para un posible referéndum, Sánchez se teme que hoy, en el desfile de las Fuerzas Armadas del 12 de octubre, le vayan a abroncar en la calle. Defensa le ha hecho el favor de colocar unas vallas a 200 metros de las autoridades. Tal como están las cosas, no esperará que le aplaudan. Su reunión con Junts se celebrará mañana viernes. ¿Hablará antes con Puigdemont por teléfono como hizo ayer con Junqueras? Se admiten apuestas.