ISABEL SAN SEBASTIÁN, ABC 24/10/13
· El socialista López Guerra hizo muy bien su trabajo: la doctrina está liquidada; las víctimas, humilladas, y los etarras, exultantes.
Fue Pilar Ruiz Albizu, madre del concejal socialista Joseba Pagazaurtundúa, asesinado por ETA en 2003, quien formuló apenas dos años después el augurio sombrío en el que hoy nos reconocemos quienes nunca aceptaremos el trágala de trocar «paz» por dignidad y justicia. «Cerrarás más veces los ojos y harás cosas que nos helarán la sangre», le espetó a Patxi López, cuando éste se sentó a negociar con el terrorista Otegi en un hotel de Bilbao. Eran los albores de un «proceso» ignominioso del que aún no hemos visto el final.
Hablemos claro. José Luis Rodríguez Zapatero redactó a partir de 2004 los términos de un contrato acordado con la banda terrorista, que Mariano Rajoy suscribió tácitamente al cumplir cada una de sus cláusulas. Todo de espaldas a los españoles, por supuesto, sin luz ni verdad ni taquígrafos. Los pistoleros se comprometían a cesar en su actividad armada, muy mermada ya gracias al trabajo de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad, a cambio de lo cual el Gobierno les garantizaba que su tentáculo político regresaría a las instituciones y que los presos, hasta los más sanguinarios, saldrían más pronto que tarde. Los documentos que recogen los detalles de ese pacto mencionan expresamente el nombre de Bolinaga (probablemente escogido por ETA por lo repugnante de su historial delictivo, con el fin de poner a prueba la voluntad del Estado) y también la derogación de la doctrina Parot, viejo caballo de batalla de la serpiente.
En esa clave hay que entender la precipitada designación gubernamental en 2007 del militante socialista Luis López Guerra para el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, recurrida en su día por la asociación mayoritaria de jueces, APM, por entender que el personaje en cuestión no cumplía con el necesario requisito de independencia. ¿Independencia para qué? Si se pretendía inclinar la balanza en la dirección necesaria para dar satisfacción a ETA, era menester que fuese un magistrado español quien defendiera en Estrasburgo la liquidación de esa herramienta legal imprescindible para enmendar las carencias de un Código Penal franquista que el PSOE no quiso reformar hasta 1995. Y el socialista López Guerra hizo muy bien su trabajo: la doctrina está liquidada; las víctimas, humilladas, y los etarras, exultantes. Esto también lo anunció Pilar Ruiz con una lucidez gélida: «¡Qué solos se han quedado nuestros muertos!». Solos, pisoteados, estafados en su sacrificio por unos dirigentes políticos cuya ingratitud sólo es comparable a su cobardía, hambrientos de memoria y de justicia.
Se nos predica desde ciertos púlpitos de la «bienpensantía» que quienes exigimos para estas alimañas unas penas acordes con sus fechorías confundimos justicia con venganza. Nada más lejos de la realidad. Venganza sería que alguna víctima se hubiese arrogado el derecho a cobrarse ojo por ojo, cosa que milagrosamente no ha ocurrido jamás. Justicia es que robar la vida a una persona no cueste lo mismo que robársela a veinticinco. La aplicación de la doctrina Parot trataba de evitar ese desafuero. Ahora centenares de asesinatos quedarán sencillamente impunes porque los verdugos sólo serán castigados por el primero, y ni siquiera con treinta años. Si eso es velar por los derechos humanos, que venga Dios y lo vea.
¿Cuál será el próximo paso? ¿La liberación de Otegi a fin de que «lidere el proceso»? ¿El desembarco de Troitiño o De Juana Chaos en el parlamento vasco? Seguiremos viendo cosas que nos helarán la sangre, eso es seguro; tan seguro como que algunos no comulgaremos con estas ruedas de molino. El día 27, a las doce y media, estaremos en la madrileña plaza de Colón, del único lado posible: el de las víctimas de esta democracia ingrata.
ISABEL SAN SEBASTIÁN, ABC 24/10/13