Teo Uriarte: «Mirando atrás»

 

Es uno de los grandes libros de la temporada, entretenido como una buena novela de acción. Pero no es ficción, sino una autobiografía que ha llegado a las librerías en un momento en el que la política antiterrorista escinde a la sociedad. Teo espera sin pretensiones que se escuche su voz experta: «Antes de negociar con ETA, hay que derrotarla.»

Después de ser sometidos a largas jornadas de torturas, terribles somantas de ocho horas de puñetazos, patadas en los testículos y golpes de garrota en los calabozos de Bilbao, ni Uriarte ni sus compañeros dijeron a sus interrogadores quién mató al comisario Melitón Manzanas. Corría el año 68. La ETA a la que perteneció Teo Uriarte no es ni mucho menos esta que soportamos. No es porque aquellos fueran más duros que los de ahora. «Sospecho que no hubo nadie que declarara quién fue el que mató a Manzanas porque nos daba vergüenza matar». Así de simple. Lo explica Teo Uriarte en su autobiografía, «Mirando atrás».

Es uno de los grandes libros de la temporada, entretenido como una buena novela de acción. Pero esto no es ficción, sino la trayectoria vital de un español en la dictadura, en los pisos francos, en las cárceles, en la calle, en las campas, en los despachos.

Hoy, a Eduardo «Teo» Uriarte, ex etarra de la primera hornada, ex procesado en Burgos, ex impulsor de Euskadiko Ezkerra, ex teniente de alcalde socialista de Bilbao, le siguen avergonzando cosas de aquellos 70. No quiere, ni mucho menos, que se considere a la ETA antifranquista como un movimiento heróico en contraposición con la sanguinaria ETA de la democracia: de ambas repudia el asesinato, la sacralización de la muerte.

«Al principio iba a hacer un libro político, no biográfico, pero me di cuenta de que no se iba a entender si no contaba mi vida», dice mientras disfruta del pequeño placer -inmenso para él- de tomar una cerveza sin tener que mirar continuamente alrededor. Teo Uriarte ha dedicado muchas páginas a contar su vida carcelaria. Su libro, cree, contiene alguna enseñanza para los que hoy están entre rejas: «Siempre hay vida detrás de las tapias. Y hay otras cosas además de la política concebida fanáticamente. Está la amistad, la familia, muchísimas cosas que hay que vivir. La política sólo es una parte de la vida. Que asuman de una vez que esto es una democracia moldeable, que se puede moldear desde un uso pacífico de la misma democracia, y que el asesinato no conduce absolutamente a nada.»

–¿Y qué tiene de enseñanza este libro para el chaval que ahora está pensándose entrar en ETA?
–Unas palabras que intenten incidir racionalmente en ese mundo son … pólvora mojada. Que racionalmente asuma la existencia de un mundo más rico, y que acepte que el que considera un enemigo es un ser humano … Es que no es posible incidir racionalmente en una concepción fanática de la existencia. Sólo con un momento de ‘shock’, un ‘shock’ personal, puede empezar a ser sensible a otras cuestiones. Ese ‘shock’ se puede producir en la cárcel, donde hay otro mundo, y siempre que las autoridades penitenciarias sean responsables y den un trato humano.

Quizá escribió Uriarte este libro cumpliendo una misión didáctica, un objetivo docente. Sentía que tenía que hacer algún favor al lector que esté interesado en el tema y que sea joven, «para que no cometa los errores que yo cometí. Que él aprenda que se pueden tomar las cosas con más tranquilidad: que aprenda de mis errores. El maniqueísmo como comportamiento político es muy peligroso. Hubo momentos en mi vida en que fui bastante maniqueo. Nuestro gran error fue buscar atajos a través de la violencia».

Su libro sale en un momento políticamente oportuno, que le sitúa en la agenda informativa: «Ahora, con lo de negociación sí o negociación no, que lean mis páginas, para que cuando uno diga: «Hay razones para negociar ahora», se dé cuenta de que no hay tantas razones para una negociación ahora, y que cuando alguno crea que no se debe negociar nunca, piense que en un futuro quizá puede haber posibilidades de negociación».

Esto que dice Uriarte define su posición unos días después de la manifestación que la Asociación Víctimas del Terrorismo convocó -y el PP aventó- en Madrid contra la política antiterrorista de Zapatero. Teo Uriarte, amigo cercano de Nicolás Redondo Terreros, está alejado de la corriente actualmente dominante en su partido. Lo evidencia cuando opina sobre la polémica que ha levantado la manifestación: «Yo no excluyo la negociación, pero con la premisa de que hay que derrotar a ETA. Plantear una negociación antes de la derrota es un obstáculo para la propia negociación». Y matiza: «Soy crítico con el procedimiento, pero no con el fin». Se declara poco optimista con el momento en que estamos viviendo, «pero tampoco pesimista: al final, mientras la policía, la Guardia Civil y la gendarmería funcionen… Y si, además, y en eso creo al ministro del Interior y a los responsables políticos actuales, no hay tregua del Estado de derecho… En realidad soy optimista: espero que el Gobierno socialista entienda que sin unidad frente al terrorismo, y sin el consenso entre las víctimas, nunca habrá una solución negociada. Antes hay que llegar a un acuerdo con las víctimas».

–¿Qué diría ahora su amigo Mario Onaindia de los intentos de diálogo del PSOE y de los del PP por impedirlo?
–Mario era un radical como yo en estos temas. Una de sus frases predilectas era una de Unamuno: «Entre la paz y la libertad, me quedo con la libertad». Fue su eslogan en los últimos tiempos de su vida. Pero Mario hubiera sido crítico con la manifestación de la AVT, hubiera compartido conmigo que el talón de Aquiles de esa manifestación es que sus promotores la consideren un gran éxito… que les impide volver a tender puentes con el partido que hoy está en el poder.

Pronto cumplirá 60 años. Ya hace tiempo que Teo Uriarte se ha convertido en un
tipo normal, apartado de la labor ejecutiva en el PSE, lejos de su sillón de concejal, un ciudadano común, todo lo común que se puede ser andando siempre con guardaespaldas. Su ocupación principal, que simultanea con una columna en la edición vasca de El País, es la gerencia de la Fundación para la Libertad, uno de los foros cívicos de Euskadi contra la violencia.

Uriarte lleva encima su carné del PSE, pero muestra costurones en el pellejo, los pelos que se dejó en la gatera durante la batalla interna en la que defenestraron a Nicolás Redondo Terreros y ascendió el socialismo vasquista de Patxi López. Fue duro para este socialista que se hizo del PSE antes incluso de que Euskadiko Ezkerra convergiera con el partido.

–¿A qué socialismo vasco pertenece: al vizcaíno o al guipuzcoano de Jesús Eguiguren y Odón Elorza?
–¡Al vizcaíno, por Dios! ¡De Bilbao, de don Indalecio! ¡No me bajé yo de la burra del nacionalismo para convertirme en mitad pescado mitad carne, como algunos socialistas guipuzcoanos! No creo en la cosoberanía. El único espacio de libertad –y es algo que Onaindia también decía– se llama España. Es verdad que 40 años de dictadura despistaron al personal, pero España es un Estado con unas bases históricas, económicas, con unas relaciones culturales muy importantes; no es un invento, no es una opresión.

«Mirando atrás» se titula su libro. De su ejercicio retrospectivo, a este bilbaíno grandón, de manos gruesas y gesto despistado le han quedado algunas ideas claras, y entre ellas, una básica: «La principal virtud de algunos de mi generación fue decir «hasta aquí hemos llegado». El auténtico acto de heroísmo es decir eso en un momento dado, liberar a la sociedad de la enorme tragedia de los asesinatos, y a quien los ejerce, de la enorme tragedia de convertirse en asesino».


«PENSÉ QUE NOS MATABAN ALLÍ MISMO»
(Adelanto de «Mirando atrás»)

Txape, Mikel Iztueta,Txutxo Abrisketa y Mario Onaindia volvieron de Mogrovejo a Bilbao. Se había decidido abandonar la casa de Artekalle por su excesivo uso, en la sospecha de que estaba muy quemada, pero a uno de ellos se le ocurrió acercarse porque se había dejado un pantalón. En el tiempo que habíamos pasado en Santander habían detenido a Andoni Arrizabalaga, que había escuchado que dejábamos la casa. Por ello, no tuvo mucho inconveniente en hablar de ella. Cuando los compañeros entraron en la vivienda, fueron recibidos por varios policías.

Al entrar en una habitación, Txape cayó abatido por un tiro en el estomago. Mario echó a correr por el estrecho y largo pasillo salvándose milagrosamente de todo un cargador de metralleta que un policía descerrajó a su espalda. Mikel logró llegar a la puerta. Fue alcanzado por un balazo en el estómago cuando bajaba las escaleras, pero consiguió llegar a la calle y escapar desangrándose. Txutxo tuvo más suerte, porque se le abalanzaron varios y le inmovilizaron en el suelo. A Mario, después de registrar varias veces la casa, le descubrieron debajo del fregadero. Un sitio increíble para poder esconder su enorme humanidad. Le delató la punta de su zapato, un 45 que no pudo esconder det todo.

(…) A la mañana siguiente, hacia las seis, un perro del pueblo, ladraba asustado. Jon Etxabe se levantó y se acercó a la ventana. Se volvió y, con mucha tranquilidad, dijo que estábamos rodeados por un montón de guardias civiles. Gesalaga fue a esconder las armas al desván, después de evaluar la situación en la que estábamos y sin ver forma posible de abrirnos paso. Por lo visto, estaban allí todos los guardias civiles del valle, al mando de un teniente, más los diez o doce de la Brigada Político Social de Bilbao.

–Etxabe, le habla el comisario Barceló. Usted sabe de mis métodos. No su frirán daño alguno. Entréguense y no les pasará nada. Les doy dos minutos.

Deliberamos brevemente, en instantes que parecieron eternos. Decidimos salir y entregarnos cuando, sin que nosotros hiciéramos nada, empezaron a disparar. Lo hicieron hacia las ventanas, por lo que nos tuvimos que tirar al suelo. Vi una bala que caía de rebote del techo; me pareció algo insignificante, nada mortal. Gritaron alto fuego. Nos reclamaron que saliésemos y lo hicimos de uno en uno.

Nos pusieron contra la pared. Al ir a ponerle las esposas a Gesalaga, uno de la Político Social hizo un movimiento brusco y disparó la pistola en su pecho. Gesalaga cayó, encogiéndose como un pajarito e invocando en euskera a su padre. No hacía más que repetir: «Aita, aita, aita». Soltaron a Jon para que le confesara si quería, mientras Jone le aguantaba la cabeza. Trajeron un coche y se lo llevaron al hospital de Valdecilla, donde se recuperó. Salvó su vida y su sentido del humor. (…) Cuando vi que disparaban sobre Enrique, puestos los cuatro en fila contra la pared, pensé que nos mataban allí mismo.

Nos metieron en una especie de calabozo de la torre de Potes mientras los polis de Bilbao realizaban las gestiones del traslado de Gesalaga. Jone, Etxabe y yo intentábamos darnos ánimos mutuamente, diciéndonos que no había que «cantar» nada. Pero yo pensaba que, después de la detención de todos los liberados de la organización a excepción de Bruno y Txiki, las posibilidades de engañar a la policía eran muy escasas. Nos llevaron a Bilbao, nos dejaron ir a orinar y empezó la primera paliza, que duró ocho horas.

Uno entrado ya en años fue el que comenzó. A Jon y a mí nos dió unas colosales patadas en los huevos, y a Jone una bofetada. Fue una rapsodia de furia, un baile brutal en el que se iban animando entre ellos. Nos arrastraron a cada uno a diferentes antros del sótano, con una mesa de despacho y varias sillas. Las seis que había en el mío quedaron en dos, porque acabaron usando sus patas como porras cuando éstas se rompieron sobre mi cuerpo. Así estuvimos más de ocho horas sin apenas preguntas. Me dejaron descansar un rato en una celda inmunda y siguieron otras ocho horas en las que las preguntas fueron más abundantes. Hubo ratos que parecía un interrogatorio formal, conmigo sentado y otro enfrente, mientras el resto paseaba por la habitación. Si no les convencía lo que contaba, volvían a la paliza más brutal.

No tendría por qué describir lo que allí pasaba. No crean que me regodeo, porque son momentos de degradación humana. Lo hago para que no se repitan, porque en técnica policial son inútiles y gratuitos. Estas técnicas convierten a los policías en delincuentes. Y a los que las padecen, en seres vencidos por el odio y el rencor que podrían centrar su existencia en la venganza. Afortunadamente, no fue así en la mayoría de los casos.

Las sesiones más largas eran las que llamaban «de la botella turca». Te ponían en medio de ocho policías armados de estacas (…) y te lanzaban de un lado a otro, movido por los golpes.

(…) La otra técnica más usada, y sofisticada, era «el quirófano». Te extendían sobre la mesa, con el cuerpo hacia el suelo a partir de los genitales. Un poli gordo, sentado sobre tus piernas, evitaba que te deslizaras hacia el suelo. El resto, a la vez que te preguntaban, golpeaban con las estacas en el estómago y los genitales. No vale la pena detallar los sopapos, puñetazos y golpes aislados. El sótano era un continuo griterío de aullidos de dolor, que difícilmente podía creerse que fueran humanos.

«Mirando atrás»
Edita: Ediciones B, 2005
Número de páginas: 490
Precio: 19,00 €
ISBN: 84-666-2043-5

Editores, 24/6/2005