Teología de la dignidad

Ignacio Camacho-ABC

  • Sevilla. Los Pajaritos. El Gran Poder a ras de suelo en la geografía del sufrimiento. El Dios de los pobres está con ellos

La barriada sevillana de Los Pajaritos lleva años en los tres primeros puestos de las estadísticas nacionales de marginación severa. Paro, inseguridad, droga, absentismo escolar, problemas graves de renta o vivienda. Allí y a las vecinas Candelaria y Santa Teresa, levantadas para acoger a los damnificados por la gran riada de principios de los sesenta, se desplazó ayer el Señor del Gran Poder en una salida cargada de trascendencia social, espiritual, cívica y misionera. Déjame que te lo cuente porque no es una historia más de la fascinación estética de Sevilla por las procesiones, el folklore o la fiesta sino un aldabonazo moral en la (escasa) conciencia colectiva de la pobreza; una demostración de compromiso con la dura realidad de esas periferias -donde la ciudad cambia de nombre, como escribió Francisco Candel a propósito de la Barcelona charnega- golpeadas con más fuerza por la crisis de la pandemia. Y merece que se sepa.

Verás. Todo el trasfondo religioso, sentimental, piadoso y artístico de la Semana Santa está construido sobre una compleja liturgia de símbolos en la que la estructura urbana tiene un fuerte protagonismo como depositaria de una memoria de potente nervio emotivo. Los cascos antiguos, la sede histórica del poder, son el núcleo de ese itinerario anímico que las hermandades del extrarradio recorren guiadas por la brújula de una tradición de siglos. Y lo que ahora hace el Cristo de mayor devoción popular es justamente el camino -también simbólico- inverso, acercándose a los territorios más alejados del centro para llevar a sus habitantes un mensaje de consuelo, de solidaridad, de justicia y de aliento. El mensaje de que el Dios de los pobres, el Dios de la redención por el sufrimiento, está con ellos y no se avergüenza de ir a verlos. Teología a ras de suelo.

De este modo, fíjate, las calles de Sevilla se han convertido en una metáfora de todo lo que la fe cristiana tiene de sensibilidad humanitaria. Sí, de eso que a menudo recuerda ese Papa que no te acaba de gustar porque su mentalidad política está forjada en la conflictiva tensión de la Iglesia iberoamericana. Tenías que haber visto la masa entusiasta que recibió al Cristo cuando dejó atrás la vieja ciudad turística y estamental y se adentró por avenidas amplias hasta la geografía desolada de la precariedad marginal y la economía subterránea, donde los servicios sociales colapsan sin más ayuda que la de los voluntarios de Cáritas. Esa desconchada arquitectura de la exclusión es la de cualquier ciudad de España. Y ayer, bajo el nublado de plata de una tarde cálida de otoño, rezumaba toda la nobleza de su dignidad recobrada al paso de la imagen sacra. No hicieron falta palabras. Bastó el silencio envolvente, espeso, casi sólido, en el que las miradas de miles de hombres y mujeres buscaban en la cara tiznada de la efigie el reflejo de su propia esperanza.