Teología política

GABRIEL ALBIAC – ABC – 13/07/15

· No hay un átomo de izquierdismo en los sermones de Iglesias. Hay tópico mussoliniano.

¿Es algo Podemos? –Sí. Es Pablo Iglesias. No, ni siquiera eso. Es su imagen. Diseñada como el icono de un caudillo en el cual creer. De esa imagen se hizo un experimento crítico: suplir con su estampita eclesial cualquier concepto o sigla sobre las papeletas de su primera irrupción, cuando las elecciones europeas. Quedó un televisivo perfil chinesco.

Y nada más. Sin contenido, sin programa, hipertróficamente personalizado: un narcisismo loco ocupó el lugar que fuera antaño el del racional cálculo de lo menos malo para esa administración de bienes escasos a la cual llamamos política. El líder era un ornamento capilar, con muy buscado toque crístico: un emblema de salvación. Primó lo litúrgico: la política se trocó en teología. Schmitt había teorizado eso para Hitler: y la Centroeuropa de los años treinta pagó el coste de tal hallazgo.

Nada de fría racionalidad, de seco análisis. En su lugar, culto de latría al líder. Nada de contenidos: con eso no se ganan elecciones. Y sólo ganar importa: para esto sirve la fusión sentimental del pueblo con un líder que habla con el deífico poder de multiplicar panes y peces, mediante sola aplicación de su milagrería icónica de líder, su cursi estampita publicitaria de Eva Perón en vaqueros. Es una sentimentalidad sin filtros racionales, que llevará necesariamente a lo peor. Una vez que el fervor desencadene el odio.

Que es para lo que el fervor sirve en política: para alzar el endemoniado teatrillo, en cuyas sombras chinescas, malvados conspiradores imperialistas amenacen el destino paradisíaco del líder salvador en el instante de asaltar el paraíso a la cabeza de su pueblo. Llaman a eso populismo. En la Italia de entreguerras, se llamó fascismo. Aunque éste de ahora prefiera llamarlo «populismo de izquierdas». Que es exactamente lo mismo: la apelación a la voluntad carismática del jefe como única vía de salvación. Errejón: «Lo que ha traído el cambio en los ayuntamiento no ha sido la sopa de siglas, sino los liderazgos». En español: los caudillos.

El guía exige fe personal. En ella emerge su hombre nuevo, su mágico pueblo: «No es la izquierda la que va a traer el cambio, sino la gente». «Gentes de partidos sí. Partidos no». Quienes llaman aún «izquierdismo» a eso, están locos. No hay un átomo de izquierdismo en los sermones de Iglesias. Hay tópico mussoliniano. Filtrado por Perón y Chávez.

Amigos, familia, pueblo unido sólo por vínculos entrañables, suplen la fría política. Con las ridiculeces que tal emotividad arrastra. Nepotismo incluido. Las «parejas brillantes» de los jefes, los novios y las novias, los hijos y sobrinos, deben ser colocados; la cálida certeza de la sangre familiar consolida los puestos de confianza. ¿Qué fidelidad hay más tierna que la hogareña? Todo lo más sórdido que ha conocido la política del siglo XX, en una exagerada epítome. Brasillach había exaltado el fascismo francés como arrebato de sacralidad afectiva. Auden supo ver en esa afectividad la esencia del nazismo. Funciona siempre. Bienvenidos a los años treinta. Lo peor está de camino.

GABRIEL ALBIAC – ABC – 13/07/15