IGNACIO CAMACHO-ABC

  • El veredicto real es el de las urnas, no el de la percepción subjetiva que el resultado produzca en la opinión pública

Las elecciones contemporáneas tienen dos resultados: el de verdad, o sea, el de las urnas, y el de las sensaciones subjetivas que ese veredicto deja en la opinión pública. El primero decide la identidad del próximo presidente en virtud del juego de mayorías y minorías; el segundo no decide nada pero produce relevantes percepciones anímicas que tienen que ver con el manejo anticipado de las expectativas y que, aunque secundarias, influyen en la ciudadanía a la hora de establecer conclusiones políticas. Así, por ejemplo, el PP y sus votantes saldrán decepcionados si el escrutinio de mañana no confirma los pronósticos de una victoria amplia, incluso consiguiendo el objetivo esencial de sacar a Sánchez de la Moncloa en un camión de mudanzas. Y al contrario, los socialistas presentarán su presumible derrota como una remontada en el caso de lograr una minoración significativa de las distancias. De hecho han dedicado el último tramo de campaña a divulgar a base de propaganda la falsa idea de una trayectoria al alza.

En cambio, los populares han caído en cierto modo en una euforia previa que puede provocarle efectos peligrosos. Están a punto de lograr un éxito histórico y sin embargo lo pueden empañar al vender demasiado pronto la posibilidad de gobernar solos. Que existe, sin duda, pero si acaban necesitando a Vox el PSOE aprovechará para desviar el foco de su más que probable desalojo hacia la frustración del adversario por un desenlace algo corto. Se han fijado el listón de los 150 diputados y si no aciertan a superarlo –aunque la suma con el partido de Abascal les alcance para la investidura– el balance puede sonar a relativo fracaso. Mientras Sánchez, que nunca logró pasar de 123 escaños en su punto álgido, con el poder recién conquistado, pretende que alrededor de 110 sean suficientes para librarlo de un asalto interno a su liderazgo. Cuestión de perspectiva: no es lo mismo ir de abajo arriba que de arriba abajo.

De esta forma oblicua, más atenta a las interpretaciones que a los hechos, la izquierda trata de amortiguar el impacto de su muy verosímil salida del Gobierno. En la mejor de las hipótesis, el truco apenas servirá más allá de los primeros momentos; luego se impondrá la cruda realidad de la pérdida de los ministerios y el despido de los cientos de cargos estampillados en el presupuesto. También González apeló a la «amarga victoria» de Aznar y le pronosticó un mandato poco duradero. Pero a pesar de todo ello, Feijóo corre el riesgo de que el domingo por la noche su triunfo presentido parezca incompleto cuando hace año y medio estaba ante un horizonte político y personal francamente incierto. Al final, de cualquier manera, la evidencia quedará por encima de impresiones, sentimientos, espejismos mediáticos y consuelos preventivos fabricados a golpe de sondeos. Habrá un vencedor y un perdedor y los ciudadanos lo sabremos.