LUIS HARANBURU ALTUNA, EL CORREO 27/12/13
· Todos los nacionalismos tienen en la hostilidad su fundamento. Históricamente, la hostilidad al otro adquiere formas distintas, pero el esquema amigo/enemigo es su principal motor. Cuando el izquierdismo encabalga al nacionalismo, entonces la hostilidad toma cuerpo, además, en forma de oposición de clase.
Es el caso de nuestra izquierda abertzale, que considera enemigos no solo a quienes tienen un sentimiento de pertenencia distinto al suyo, sino también, y sobre todo, a quienes supuestamente se lucran del trabajo ajeno. Los empresarios, constituyen, de este modo, un colectivo especialmente denostado. Es esta hostilidad lo que en su día llevó a afirmar a Peio Gibelalde, presidente de la patronal Adegi, que Gipuzkoa era un territorio hostil para los empresarios.
‘Hostil’ viene de ‘hueste’, que significa ejército en armas o, también, enemigo. El territorio hostil es por lo tanto el territorio donde hay gente de armas o enemigos. Lo cierto es que, desde que ETA dejó de matar, el territorio guipuzcoano dejó de ser un territorio donde las armas imponían su ley, pero ello no significa que la cultura de la hostilidad haya cesado. Todavía hay que desmilitarizar las mentes.
Ante las palabras de Peio Gibelalde, algunos entendieron que cometía un exceso retórico, pero desgraciadamente son demasiadas, y muy recientes, las evidencias de que el empresariado vasco ha sido víctima de una hostilidad sin paragón en Europa. Hay empresarios que han sido asesinados en nombre de la libertad de la nación vasca. Inaxio Uría y Josemari Korta son los mas recientes, pero antes ocurrió el crimen de Berazadi y los tiros en la rodilla. Un gran numero de empresarios, grandes y modestos, sufrieron en su carne y en su bolsillo el atropello del impuesto revolucionario. Y todo ello ocurrió ante el silencio cómplice de una parte de la población vasca que durante años ha dado cobertura política a ETA. Lo cierto es que ser empresario en Euskadi tenía la dificultad añadida de que a los riesgos que comporta el emprendizaje había que añadir la inseguridad personal y la extorsión impune. Desde las instituciones vascas se lamentaron ciertas actuaciones del nacionalismo radical, pero hasta muy tarde no se actuó con determinación.
Recientemente he leído unas reflexiones donde se achacaba a los perjuicios religiosos el odio que en España se tiene a los ricos. Al parecer es una de las nefastas herencias del catolicismo, que ve en el empresario a aquel camello que, según el evangelio, no puede atravesar el ojo de una aguja. Hasta ayer mismo, los vascos hemos sido los campeones del catolicismo y durante décadas hemos hecho bueno el axioma que decía ‘Euskaldun fededun’, tal vez por ello, los ricos y los emprendedores han sido vistos con recelo, cuando no con desdén. El nacionalismo siempre se llevó mejor con la pequeña burguesía que con el empresariado. Luego vinieron las ínfulas revolucionarias del MLNV y el empresario pasó a ser un monstruo que chupaba la sangre del proletariado. Y sin embargo, los empresarios siempre han abundado entre nosotros. Al menos hasta ayer. Ahora los empresarios son objeto de las iras sindicales y se pretende ver en ellos la condensación del mal que ‘los mercados’ representan. ‘Los mercados’ son ahora el demonio sin cabeza ni ubicación que encarna las maldades que antes se atribuían a las fuerzas obscuras del infierno. Pero mal que pese a algunos, la relativa prosperidad de Euskadi se la debemos a los empresarios. Sin ellos no habría puestos de trabajo, ni habría crecimiento económico y regresaríamos a épocas pretéritas, que tal vez algunos añoren cuando hablan de decrecimiento y de crear huertas ecológicas.
La violencia desencadenada durante décadas por el nacionalismo radical ha dejado secuelas múltiples y una de ellas es la consideración de que con la ‘borroka’ todo es posible. El voluntarismo borrokalari de los sindicatos abertzales pretende hacer del País Vasco una burbuja donde las leyes del mercado y los criterios de la competitividad no tengan vigencia; se exige la insumisión a las normativas laborales y se pretende crear un ámbito de soberanía laboral para que la jurisdicción emanada desde Madrid y Bruselas no se aplique. Es la versión actualizada del pase foral de nuestros mayores, solo que esta ‘foralidad sindical’ no deja de ser una ensoñación.
El País Vasco es parte constitutiva de España y de Europa y como tal está sujeto a los vaivenes de la economía globalizada, que no entiende de cantonalismos ni de autarquías. La crisis ha tardado algo más en llegar, pero lo ha hecho con estrépito y furia, llevándose por delante a algunas de nuestras empresas más emblemáticas. Otras han optado por deslocalizar sus nuevas instalaciones, buscando mayor seguridad jurídica y mejor clima competitivo, como es el caso de Tubacex. Nos habíamos creído que nuestra idiosincrasia nos ponía a salvo de la crisis generalizada, pero ahora sabemos que algunas de nuestras especificidades se convierten en dificultades para salir de la crisis. Los salarios elevados, la conflictividad laboral y la subcultura del voluntarismo borrokalari son otras tantas rémoras que nos convierten en territorio hostil para la inversión.
Los empresarios, y no los políticos, son quienes hacen frente a la difícil coyuntura económica que atravesamos, pero estos necesitan del viento favorable de la opinión pública y del estímulo de las administraciones. La ausencia de relaciones institucionales entre las organizaciones patronales y la Diputación Foral guipuzcoana, en manos de EH Bildu, es además de una desmesura, un auténtico despropósito político. El progreso económico y el bienestar social requieren de la colaboración entre empresarios y administraciones. La hostilidad solo nos puede conducir al quebranto social y a la quiebra económica.
LUIS HARANBURU ALTUNA, EL CORREO 27/12/13