Territorio liberado

EL CORREO 18/05/13
KEPA AULESTIA

La izquierda abertzale corre el riesgo de amurallarse en mitad del puente que da paso a su propio reciclaje en convivencia

El poder de prescripción que los rescoldos de ETA mantienen sobre la izquierda abertzale no dibuja tanto una estructura jerarquizada de control e instigación como un dominio moral que se apodera de todo ese mundo a través de sus últimos restos de activismo, de jóvenes que no tuvieron la oportunidad de foguearse antes del «cese definitivo de las actividades armadas» o de nostálgicos que reclaman una nueva transición a cambio de finiquitar la confrontación que protagonizan otros. Pero nada de eso hubiese ocurrido sin la previa gestación del universo simbólico y de vivencias que constituye el ‘territorio liberado’, cuya manifestación más plástica han sido los ‘askegunes’ instalados en el Boulevard de Donostia y en la Alameda de Ondarroa.

El ‘territorio liberado’ se manifiesta de mil formas. Unas son espaciales y geográficas. Otras responden a un momento de oportunidad, e incluso a determinadas horas de asueto. Incluso las hay que colonizan valores culturales, como el euskera. Lo mismo puede ser una txosna en cualquier fiesta patronal, una asamblea pretendidamente vecinal, cualquier manifestación en contra o a favor de lo que sea, un callejón en la noche del fin de semana, un medio de comunicación fuera de convenio o un puente convertido en castillo de naipes durante un par de horas. Mil son también las siglas, iniciativas y foros que componen el universo del ‘territorio liberado’, cuya pertenencia al mismo se da por supuesta aunque nunca se declara.

El ‘territorio liberado’ funciona como un organismo vivo y pluricelular, que se expande y contrae, se abre y cierra en movimientos cíclicos, a veces espasmódicos. Ha ocurrido con el ‘puerta a puerta’, que parecía ampliar el ‘territorio liberado’ hasta que la consulta de Legazpi le obligó a retraerse. Sus integrantes no acostumbran a aventurarse solos fuera del círculo protector –exceptuando las voces que adquieren alguna notoriedad pública– no sea que acaben abducidos por los valores que alienan al resto de la sociedad.

Así es como el ‘territorio liberado’ no solo procura la vivencia colectiva, los lazos de solidaridad interna, de cohesión y sugestión. Asegura también la generación de una ética propia, cuyas apariencias pueden resultar muchas veces toscas pero que es extraordinariamente sofisticada, porque constituye el mecanismo con el que la verdad más sectaria ha de contrarrestar los valores de la democracia y de la convivencia que comparten los demás. Y asegura el desarrollo de todo un corpus ideológico, más o menos oportunista. Solo desde el ‘territorio liberado’ cabe reclamar que la Ertzaintza distinga lo legítimo de lo legal y se someta a lo primero. Solo en el ‘territorio liberado’ puede gestarse una concepción particular de la justicia y de la injusticia, del bien y del mal. Solo guareciéndose en el ‘territorio liberado’ es capaz cada uno de sus integrantes de mantener incólume la muralla que separa el nosotros de los otros. Solo así el «nuevo escenario político» requeriría la suspensión del Estado de Derecho cuya legitimidad era antes negada a tiros y bombas.

Ni las imágenes más descarnadas de la detención de Urtza Alkorta conmovieron a nadie fuera del ‘territorio liberado’. Desde luego no generaron la tensión social a la que se refirió Urkullu, porque nadie se vio emplazado a sumarse a la muralla humana. Otra cosa sea la incomodidad generada al cambio anunciado de modelo policial. El consejero Retolaza siempre acarició la idea de que la Ertzaintza no se vería obligada a enfrentarse a ETA. Treinta años después, la consejera de Seguridad, Beltrán de Heredia, ha recibido la lección de que su cometido nunca puede ser el de una intermediación directa que solo sirve para un pasajero envalentonamiento de los figurantes de la resistencia. El ‘territorio liberado’ cuenta con la trama de complicidades necesaria para que los ‘askegunes’ se convoquen al mismo tiempo que la Policía reciba una orden de detención.

La resistencia que se prepara en torno a las 200 detenciones que podrían dictarse judicialmente en los próximos meses añade más irracionalidad a las actividades clandestinas que mantiene el núcleo armado de ETA. Su mera persistencia incrementará el listado de presos y el de las acusaciones que pesen sobre ellos y sobre sus colaboradores en una absurda espiral. En otro tiempo las personas requeridas por los tribunales se hubiesen dividido entre quienes huían y quienes se entregaban discretamente. Si ahora no huyen es porque no tienen a dónde ir, lo cual confirmaría la irreversibilidad del desistimiento etarra. Pero si el ‘territorio liberado’ queda reducido durante un tiempo prolongado a la escenificación endogámica de una resistencia pasiva, la izquierda abertzale podría acabar jugando con fuego.

En el peor de los casos contribuiría a mantener viva la llama de una violencia reivindicada como legítima. En el mejor retardaría la travesía del puente, en mitad del cual se encuentra, para desmontar definitivamente el ‘territorio liberado’ y emprender esa otra peripecia más aburrida que se llama democracia y en la que nadie puede jugar con la ventaja de representar, a la vez, a miles de votantes y a un poder fáctico victimista.