Editorial en EL PAÍS, 23/7/2011
Sea el yihadismo quien ha ejecutado la matanza de Oslo, o sea en su nombre o en nombre propio un grupo o un individuo vinculado a grupos extremistas, de derecha o de izquierda, estos atentados demuestran que los Gobiernos europeos no deben bajar la guardia en la prevención y el combate contra esta plaga que sigue abatiéndose sobre nuestras sociedades.
La confirmación de que fue una bomba, quizá un coche bomba, la causa de la gran explosión que sacudió ayer el céntrico distrito gubernamental de Oslo, incluida la propia oficina del primer ministro, y mató al menos a siete personas, abre, a falta de datos precisos, una serie de graves interrogantes a propósito del atentado.
Noruega es uno de los países más pacíficos y tolerantes del mundo, y el ataque, no reivindicado y de gran magnitud, iba dirigido contra su corazón político, la oficina del jefe del Gobierno Jens Stoltenberg, a quien inicialmente se consideró herido por la explosión, y los ministerios aledaños. Sus consecuencias se han visto aminoradas por tratarse de un viernes de verano, con la zona semivacía, pero Oslo era anoche lo más parecido a una ciudad en estado de sitio, con soldados en las calles y la policía buscando nuevos explosivos.
La violencia de raíz política era un fenómeno prácticamente desconocido en el país escandinavo, uno de los de mayor nivel económico del mundo y una sociedad ejemplarmente abierta. Cualquier conclusión sobre un atentado que marca un hito es, por tanto, prematura mientras las autoridades noruegas no avancen en su investigación.
Entre las hipótesis abiertas se abre camino la de una acción terrorista de «grupos locales antisistema», según la versión de la policía, sobre todo por la detención de un sospechoso de nacionalidad noruega, conectado a su vez con un tiroteo posterior, con víctimas, en un campamento juvenil del partido gubernamental en una isla próxima a la capital.
Aunque esta detención aleja la teoría del atentado con vinculaciones a grupos terroristas islámicos, es pertinente, sin embargo, señalar que el atentado de Oslo, aunque mucho más grave, tiene similitudes con los registrados en Estocolmo en diciembre pasado, reivindicados después como una venganza por el papel de Suecia en Afganistán. Noruega mantiene a través de la OTAN una activa participación militar en la guerra que libra la Alianza contra los talibanes y Al Qaeda, así como contra las tropas de Gadafi en Libia. Esa presencia del país nórdico en Afganistán, considerada modélica por Washington, ha sido causa de repetidas amenazas por parte de la organización yihadista. Hace un año fueron arrestadas en Oslo tres personas acusadas de preparar ataques terroristas. La fiscalía reveló que los detenidos, pertenecientes a la franquicia de Osama bin Laden, estaban vinculados a desbaratados atentados en Nueva York y Manchester.
Sea el yihadismo quien ha ejecutado la matanza de Oslo, o sea en su nombre o en nombre propio un grupo o un individuo vinculado a grupos extremistas, de derecha o de izquierda, estos atentados demuestran que los Gobiernos europeos no deben bajar la guardia en la prevención y el combate contra esta plaga que sigue abatiéndose sobre nuestras sociedades.