IGNACIO CAMACHO-ABC
Apareció el Rajoy-esfinge, monótono hasta la fatiga. Santamaría cometió un desliz gratuito por pasarse de lista
Fiel a su naturaleza hierática y a su escasa fluidez expresiva, Rajoy estuvo bastante más espeso que Santamaría. Se agarró a tres conceptos básicos que repitió hasta la fatiga –el más importante, la imposibilidad de trocear la soberanía–, y cuando le requirieron detalles se desentendió con vagas excusas sobre su falta de retentiva. Fue más difuso que de costumbre, que ya es mucho, exagerando incluso esa galbana mental que en su etapa de dirigente convirtió en una impronta estilística. Por momentos, apareció aquel Rajoy pastoso, árido, renuente, de lengua de madera y aire de desidia, que esta vez, ante un montón de planteamientos capciosos, era la actitud que mejor le convenía. La exvicepresidenta fue más prolija, con su talante vivaracho y su apariencia de gran seguridad en sí misma. Ambos se situaron con claridad a la defensiva –una paradoja dado que quienes se sientan en el banquillo son los líderes independentistas–, atentos a no conceder bazas ni dejarse buscar las cosquillas, pero ella cometió, por pasarse de lista, un desliz grave y gratuito al afirmar que los actos políticos no tienen validez si no se publican. Olvidó que la declaración de independencia no se publicó, por lo que sus promotores le niegan relevancia jurídica: una resbaladiza cáscara de plátano que toda una abogada del Estado pisó con ligereza imprevista. El tipo de renuncio en el que su antiguo jefe nunca caería porque sacarle una palabra de más a una esfinge constituye un yermo ejercicio de melancolía.