Juan Carlos Girauta-ABC
- ¿Por qué el monolito Biden no dejaba ese remanente de seis mil hombres con el que lo fatal dejaba de serlo, con el que los caídos y lo gastado no lo habrían sido en vano?
La corriente de la historia ha virado al chocar contra Biden, esa roca. Un pedrusco gordo. Un tipo que, pudiendo dejar una advertencia y seis mil soldados en Afganistán, suficiente para mantener el ‘statu quo’, ha preferido una pirueta narcisista en la que se ha partido la crisma. Siendo difícil meterse en el magín de un cubo de granito, yo lo veo así: quería su propio premio Nobel preventivo al modo de Obama; le pareció que una decisión de otros, como la retirada de tropas, no podía perjudicarle a él, mero ejecutor; creyó en informes de inteligencia según los cuales la vuelta al poder por los talibanes tomaría tres meses, pues algo iban a resistir los 350.000 afganos uniformados que
habían costado a los Estados Unidos cien mil millones de dólares en armamento, formación y salarios. Pasados los tres meses, el gran adoquín habría capitalizado una paz de atrezo gracias a que otro ejército, el intelectual y mediático que mueve y conmueve a todas las bellas almas de Occidente, se habría encargado de construir el relato de su intachabilidad.
Pero aun así, ¿por qué el monolito Biden no dejaba ese remanente de seis mil hombres con el que lo fatal dejaba de serlo, con el que los caídos y lo gastado no lo habrían sido en vano? Porque estamos en la era del espectáculo y él deseaba una escena final en la que la paz triunfase de su mano. La paz de la ficción, ojo. No la paz que exige prepararse para la guerra sino la paz que, trasladada a la vida real, precipita la guerra. La paz de pasarse por el arco del triunfo los inconmensurables sacrificios de otros para cazar tú al vuelo la medalla de hojalata y el aplauso de la masa reblandecida, antibelicista sin más. Repito que en los razonamientos del pórfido esto es un espectáculo, una obra de ficción para la carpa a lo Obama que el pedernal estaría montando sobre la sangre de muchos. En su guion, la obra se acaba con la salida de los últimos soldados -los últimos, si no se pierde el efecto dramático- y se remata con la imagen final de un grupo de afganas con hiyab -una cosa voluntaria e idiosincrática- dirigiéndose a su clase del máster de estudios de género. The End.
Lo que ocurra después del fin atañe, por definición, a otra película. No me mezcles obras. Biden es el héroe de esta. Pero he aquí que la escena final planeada no se puede grabar. La inteligencia occidental vuelve a revelarse una basura inútil y, a diferencia de JFK, no han recurrido a un estudiante destacado de teoría de juegos para que les explicara lo que entiende cualquiera… salvo la inteligencia americana: el mero anuncio de la retirada total provocará la toma inmediata del territorio, y también del armamento, sin pegar un tiro, gracias a la más que previsible deserción masiva de un Ejército de pacotilla, corrupto hasta el tuétano. Y, como sabemos, lo que se graba es una copia de la salida de Saigón. Siempre pueden decir que es un homenaje.