Emilio Guevara, EL PAÍS, 10/7/2011
Estamos ante un rebrote evidente del independentismo, precisamente porque el terrorismo está en vía de extinción. Y en esta coyuntura no cabe jugar a defender. Hay que tomar la iniciativa, sin que sean los adversarios los que nos impongan los tiempos, el lenguaje y el relato.
Me temo que solicitar a los concejales de Bildu en los Ayuntamientos que condenen a ETA y toda su historia de crímenes, no solo es una pérdida de tiempo, sino también de energía en un empeño que ni ataca la raíz del problema político más grave e insidioso que padecemos, ni sirve de mucho para clarificar la situación política que estamos viviendo. Estaría muy bien que de repente se hiciera la luz y aquellos que han sido parte de ETA, o han seguido sus órdenes, y les han jaleado y apoyado, abjuraran de su propio pasado. Pero, ¿cambiarían en algo las cosas si este milagro ocurre, que no va a ocurrir?. ¿Bastaría para conseguir no ya la paz, sino la libertad para todos y cada uno?. Si de verdad queremos una profunda y auténtica normalización de nuestra dividida sociedad, más importante y decisivo sería, en palabras de Martin Luther King, que nuestra generación se arrepintiese, no tanto de las odiosas palabras y acciones de las malas personas, como del clamoroso silencio de la buena gente.
Yo sí me creo que la creación de Sortu, y entre tanto se produce su legalización la de Bildu, representa el fin de ETA como vanguardia del movimiento independentista y la emancipación de quienes habían sido su brazo político. La piraña se ha quedado sin agua en la pecera y por tanto su muerte es inexorable. Hemos pasado décadas desando que ETA perdiera el liderazgo férreo del mundo batasuno y apoyo social, pero cuando cada día aparecen signos de que esta pérdida se está produciendo, nos resistimos a reconocer que lo hemos conseguido, y seguimos como hipnotizados por la serpiente, atribuyéndole una capacidad política y una influencia sobre la izquierda radical que ya no tiene y que nunca probablemente podrá recuperar.
En cuanto organización terrorista ETA está derrotada, marginada y condenada a desaparecer, por más que pueda en el futuro cometer algunos atentados, que serán rechazados también por Sortu y por Bildu. Hoy más que nunca ETA es una banda criminal y un problema meramente policial. Hoy, el que ETA anuncie que se disuelve definitivamente sería algo deseable, pero no resolvería el problema real de muchos ciudadanos vascos: la falta de libertad.
El verdadero mal radica en la herencia de ETA: la forma en que ha pervertido el sistema de valores en Euskadi, el mantenimiento de unos fines independentistas incompatibles con el pluralismo de esta sociedad, la manipulación del lenguaje y el uso de una simbología al servicio de un proyecto totalitario, impuesto y excluyente. Pero esta herencia tampoco existiría si no fuera porque coincide con la simbología, los mitos, el lenguaje y los fines del nacionalismo. Yo sí creo que al nacionalismo, y dentro del mismo a los que se consideran patriotas de izquierda, le estorba hoy ETA, no por un escrúpulo moral o por convicción democrática, sino porque han percibido que sin ETA pueden acumular su fuerza para conducirnos a una Euskadi independiente y euskaldún. Por eso hablan ahora de paz, pero olvidan lo más importante: la libertad de todos los individuos.
Esta sociedad no necesita a un mesías que nos traiga la paz, entendida como la ausencia de pistoleros y matones. Necesitamos estadistas, líderes y partidos que nos devuelvan la libertad, sin la que la paz es solo una apariencia o sucedáneo de tal concepto. Necesitamos ser libres para vivir, expresarnos y votar sin miedo. Ser libres para utilizar la lengua que queramos para adquirir conocimientos y relacionarnos con los otros. Poder elegir cómo, dónde y en qué idioma educamos a nuestros hijos. Tener las mismas oportunidades para acceder a la función pública y al trabajo, sin que razones lingüísticas o ideológicas discriminen a nadie. Que se perciba una voluntad común de acabar con el fanatismo, con la estigmatización social de los que no comulgan con la ideología y el sentimiento de identidad nacionalista. Si no se logra todo esto, de nada o muy poco servirá una apariencia de tranquilidad social.
No es cierto que en Euskadi estemos ante un nuevo tiempo. Sigue estando en juego la batalla entre quienes buscan cambiar las fronteras exteriores y los que nos resistimos a que ello se consiga a costa de crear de barreras y fronteras interiores entre vascos. Entre los que hablan de derechos colectivos de un sujeto inventado, y los que defendemos que los únicos titulares de los derechos fundamentales, que prevalecen sobre cualquier otro derecho, interés o pretensión, son cada uno de los ciudadanos. Ahora bien, tampoco podemos ignorar que se han producido cambios en el campo de batalla, y que, si bien la partida es la misma, tenemos que jugarla con nuevos planteamientos. Estamos ante un rebrote evidente del independentismo, precisamente porque el terrorismo está en vía de extinción. Y en esta coyuntura no cabe jugar a defender. Hay que tomar la iniciativa, sin que sean los adversarios los que nos impongan los tiempos, el lenguaje y el relato. Hay que saber explicar claramente a los ciudadanos las consecuencias políticas, sociales y económicas que podemos sufrir si no sabemos reducir una fractura social que no tiene ninguna justificación democrática y nos empeñamos en obtener un Estado propio que sólo con la fuerza y sobre la división podría nacer. Esta es la partida a jugar. Y no podemos enredarnos en discusiones estériles, y malgastar la fuerza atacando a los señuelos. Es tiempo de claridad.
Emilio Guevara, EL PAÍS, 10/7/2011