Tiempo de mentiras (de Ibarretxe)

Puede que el documento que se conoce como Plan Ibarretxe Articulado no sea más que un borrador entre ocho, lo que sí es cierto es que no contiene ni una octava parte de verdad. De hecho, el plan del lendakari se asienta en una falacia que le es previa y lo funda. La que sostiene que los vascos tienen que decidir porque llevan 8.000 años sin poder hacerlo.

Con lo grande que era la Edad de Piedra hubieron de tropezar en un impedimento llamado España. Y se dedicaron a construir cromlechs para capturar a Dios, como soñó Oteiza, a falta de poder capturar mayores competencias. Hoy los herederos del Neolítico y de Arzalluz tienden sus cromlechs o sus planes para cazar incautos. Y no deja de tener su gracia que recurran a un concepto marxista para ello, porque será la cantidad -los 8.000 años acumulados- la que se traducirá en calidad mediante el famoso salto cualitativo marxiano.

Truco que les debe repatear y mucho a los supuestos marxistas de la izquierda abertzale que no supieron trascenderse y se limitaron a postular un paso intermedio, el llamado ámbito de decisión. Un ámbito o poder paralelo que habría de surgir de la desobediencia civil apoyada en las herriko tabernas y la coordinadora de municipios Udalbiltza bajo la cobertura de la lucha armada hasta que cambiara la correlación de fuerzas y les cayera el poder como un higo maduro. En cambio llegan los Picapiedra y concluyen que se empieza a ser algo distinto desde el mismo momento en que se desea serlo. Nada de conquistas paulatinas, basta con un gesto fundacional. El Plan Articulado de Ibarretxe, por ejemplo.

Ahora bien, puede que la falacia original autorice y refrende el Plan pero se vendría abajo si no hubiera una serie de falacias adicionales que la prolonguen. Todo por culpa del tiempo. Introducir 8.000 años en la ecuación conlleva el riesgo de la cronología, es decir, de la Historia. Y la única manera de contrarrestarla es sustituirla por una historia sagrada: la cueva produjo un territorio por el que no pasaron ni los romanos, la Edad Media hizo de todos los vascos hidalgos autónomos, las Guerras Carlistas fueron intentos de independencia, la Civil una lucha contra España, la Transición una filfa, Franco vive… El preámbulo del propio Plan Articulado prueba que historia y fe son intercambiables: «Nosotros, ciudadanos y ciudadanas de la Comunidad Autónoma de Euskadi, integrada por los territorios de Araba, Bizkaia y Guipuzkoa, proclamamos nuestra pertenencia al Pueblo Vasco o Euskal Herria, y como parte integrante del mismo, manifestamos que El Pueblo Vasco o Euskal Herria es uno de los pueblos más antiguos de Europa y, como tal, tiene derecho a la existencia y a preservar su propia identidad en el conjunto de naciones y pueblos europeos».

La fe se entiende al mismo tiempo como triunfo de la voluntad. Y construye una pescadilla que se muerde la cola: creer que se fue, a despecho de cualquier soporte probatorio, autoriza a querer ser… como se fue. Esta falacia de orden teleológico cierra el ciclo del péndulo patriótico y retroalimenta el proceso en cada oscilación. El Pueblo Vasco cuasi perfecto del pasado -salvo la posibilidad de decidir, se vivía la vida buena vasca de las tradiciones- exige un Pueblo Vasco redondo. Si el pasado fue un paraíso perdido, el futuro habrá de ser el paraíso recobrado, una suerte de Edén en la Tierra regido por el principio de no contradicción. Se trata de un ensueño típicamente nihilista y como tal lleva en germen el totalitarismo. Al que se accede con predicar que el distinto no tiene derecho a la vida sólo por ser distinto. Ahí queda para la Historia aquella bravuconada o lapsus de Arzalluz sobre los sacudidores de árboles y los recolectores de nueces que ilustra cómo se comparte nihilismo y aclara por qué no se debe desalojar a Batasuna del Parlamento ni reprimirle manifestaciones prohibidas no vaya a ser que dejen de llover otra clase de nueces, las batasunas, para la conjura de Ibarretxe.

El asalto al tiempo necesario para que la Jerusalén Vasca pueda existir se completa con la destrucción del presente por la vía de convertirlo en un lugar inhabitable. No se puede vivir en el País Vasco porque está sometido a todo tipo de vejaciones, opresiones y desfalcos. España no hace sino agraviar como si no se hubiera cansado en los últimos 8.000 años. Y cuando los agravios inventados flaquean se recurre a provocarlos ya sea sustrayendo 32 millones del Cupo ya hinchando una lista de transferencias pendientes donde se mezclan las importantes -un puñado- y el chocolate del loro de las transferencias, la cosa es llorar y victimizarse. Por no mencionar el astuto recurso a las profecías autocumplientes: ¿veis cómo van a venir a por nosotros tal como os habíamos anunciado? Y eso porque estamos haciendo todo lo posible -ilegalidades incluidas- para que vengan a por nosotros… No hay más nacionalismo porque no se atiendan las demasías nacionalistas sino que el soberanismo provoca la cerrazón del Estado para mejor vender el nacionalismo del presente, esa molesta fase en la larga marcha hacia la Patria. Claro que se trata de una molestia bastante llevadera. Euskadi acaba de alcanzar una renta per cápita de 20.000 euros, lo que le sitúa por encima de muchos países europeos, y tiene un saldo a su favor con el Estado de 1.000 millones anuales. Hay dinero y poder de sobra para alimentar la propia clientela y volver invisible a esa otra mitad de la población que por haber cometido el error de no pensar nacionalista vive amenazada y está siendo excluida del proceso mediante el recurso a una serie de mentiras en cascada. Sondeos como el Euskobarómetro muestran que la gente que vive en el País Vasco se ve plural, mixta -tan española como vasca-, y nada deseosa de esa independencia que el plan de Ibarretxe garantiza y dice necesaria. ¿Dónde están las masas por centenares de miles exigiendo independencia en la calle? Incluso Arzalluz se siente obligado a dorar la píldora asegurando que no se trata de un proyecto de independencia por más que vaya implícita en la noción de cosoberanía y figure explícitamente en el Plan que transcurrida una primera fase se obtendrá como sea.

¿Que la inmensa mayoría de sectores a los que Ibarretxe presentó su aventura la rechazaron? Patrañas, Ibarretxe no hizo ahí sino mostrar su talante dialogante. ¿Que los vascos ya están decidiendo cuándo gracias a leyes fundamentales como la Constitución y el Estatuto -que goza de la conformidad de un 74 por ciento de los vascos- eligen y pueden ser elegidos? Sólo cabe contestar que el Estatuto es una carta otorgada, la Constitución un fetiche monolítico y todo lo que sale de ellos una trampa con forma de urna para desterrar lo vasco. ¿Qué ETA ha asegurado que no le moverá a la paz el Plan Ibarretxe? ¿Cómo va a ser cierto si el lendakari ya ha expuesto que su plan traerá la paz pese a que no sepa decir cómo conseguirá esa ausencia de violencia que necesita para la coronación de su conjura? Pero, ¿hay quien pueda tragarse que una ETA en activo, y el lendakari hace poco para que desaparezca, va a permanecer impasible en un proceso de independencia cuando su totalitarismo le exige la toma del poder? Engañabobos. Como eso de que el Plan no tiene cabida en la Constitución europea. Lo único que cuenta es el discurso apodíctico convenientemente aderezado de falacias. Y la presencia de una ETA amenazando en la sombra. Amparado en el sexo (de los ángeles), las mentiras y las cintas de vídeo, el Plan Ibarretxe Articulado no puede ser más que la hoja de ruta entre ninguna parte y ninguna parte. Una oscilación del péndulo patriótico que no es de este mundo pero que sin duda contribuye a hacerlo un poco peor.

Javier Mina, ABC, 9/9/2003