EL MUNDO – 29/01/16 – NICOLÁS REDONDO TERREROS
· Las diferencias entre el PSOE y Podemos no se circunscriben al derecho a decidir. Son sustanciales en materia laboral, educativa, de política exterior y giran en torno a la razón de ser del ideario socialista.
Dicen con frecuencia los analistas políticos que la sociedad española se ha radicalizado y, con más seguridad todavía, que la izquierda se ha radicalizado más; afirmación que justifica la existencia de obstáculos que están obligando al Partido Socialista a tomar determinados rumbos últimamente. Me inquieta todo lo que no se puede discutir, todo aquello que sirve de comodín para no hacer esfuerzos en buscar explicaciones, seguro que inconvenientes para algunos, más complicadas y que por lo menos ayudarían a entender mejor la compleja sociedad en la que vivimos.
La sociedad española de la Transición, profundamente ideologizada y con una clara voluntad de dejar el pasado atrás y una difusa, confusa y amplia panoplia de posibilidades de construir el futuro, era más moderada que la actual… ¿Seguro? Lo que yo vi durante aquellos años fue a dirigentes políticos capaces de definir sus posiciones y con ellas establecer límites razonables para conseguir una convivencia pacífica. Hubo, y no eran pocos, los que eran partidarios de una ruptura, de dar la vuelta a la tortilla, de erigirse en los vencedores vengativos de cuarenta años de represión franquista y de una guerra civil ya por entonces mitificada. Los hubo partidarios de posiciones radicales, acostumbrados a los saltos de nuestra historia. Pero hubo también, y fueron más inteligentes y numerosos, quienes propusieron soluciones razonables, moderadas, integradoras, sin necesidad de sentirse amenazados y condicionados por los poderes fácticos.
Y vimos la lucha por la hegemonía en los diferentes espacios ideológicos, tanto en la izquierda como en la derecha, pero en ambos sectores se terminaron imponiendo las expresiones políticas más moderadas; en la derecha la UCD, enfrentada a la AP de Fraga, y en la izquierda el PSOE, enfrentado con el todopoderoso PCE que ya se había empezado a revestir del difuso eurocomunismo, tan en boga por entonces en Italia y España. No creo que fuera fácil imponer la moderación o el sentido común entonces, en una sociedad golpeada también por la crisis económica y con la esperanza, que venía a galope a lomos de los cambios, de empezar desde cero; es decir, sin límites.
La mayoría de la sociedad, más que situada en un lado u otro, vive en realidad estados de ánimo diferentes que responden a los estímulos de la situación en la que vive y, aunque a algunos les parezca mentira, es capaz de interpretar lo que se le ofrece desde el ámbito político. Así mientras en aquel tiempo hubo dirigentes que supieron decir que no a las pretensiones más sectarias o más pusilánimes, que se enfrentaron a los que prometían el acceso a todo e inmediatamente, ahora parece que sólo hay un discurso político con matices y variantes de grado; hasta el punto que el PSOE sólo ha encontrado una línea infranqueable que impediría la negociación con Podemos: «el derecho a decidir».
Pero, ¿es acomodable la idea de Europa que tienen ellos y la que tiene la socialdemocracia española? ¿No es cierto que nuestra visión de lo público y lo privado es diferente? ¿Estamos de acuerdo en materia laboral, educativa o internacional con un partido como Podemos? Las diferencias no son de grado, son sustanciales y giran alrededor de la base de la igualdad, santo y seña del ideario socialista. Mientras nosotros defendemos la libertad individual como motor de la igualdad, ellos defienden la igualdad a expensas de la libertad.
Sigue siendo el mismo debate de antaño, lo que sucede es que ahora los dirigentes socialdemócratas no tienen la valentía que tuvieron los dirigentes de entonces de defender lo que defendían. Recuerdo, muy a principios de la Transición, que a una campaña inmensa del PCE –teniendo en cuenta la capacidad económica de aquel partido– con el eslogan de «socialismo es igualdad», nosotros opusimos «socialismo es libertad» –¡cuántas pegatinas de esas pusimos en Portugalete Patxi López, otros dos amigos que siempre tendré en la memoria y yo!–. No se me olvida tampoco una discusión en el Congreso de los Diputados de un texto que hoy sería revolucionario, el Estatuto de los Trabajadores, entre los secretarios generales del PSOE y UGT por un lado y los de CCOO y el PCE por el otro. Recuerdo aquel debate en el que Carrillo y Camacho remarcaban sus diferencias con los socialistas oponiéndose radicalmente a una ley según ellos restrictiva, que avasallaba los derechos de los trabajadores y que era una traición del PSOE a la izquierda y a la clase trabajadora.
Aquel debate terminó con la aprobación de la norma laboral, tan maltratada posteriormente, y con la decisión por parte de unos cuantos e importantes dirigentes del PCE de iniciar un acercamiento al PSOE. Pocos años después, el Partido Socialista obtuvo una mayoría absoluta desconocida hasta el día de hoy en la política española y el Partido Comunista entró en un evidente declive, en el que tuvo que ver el desmoronamiento de la Unión Soviética desde luego, pero también que habían perdido la iniciativa de la izquierda en España.
La gran suerte y la diferencia con lo que hoy sucede es que entonces hubo «gente» capaz de enfrentarse a otras posiciones políticas, demagógicas y radicales…. «hacen hoy las delicias del pueblo y su desgracia mañana», como decía Eurípides. Y la defensa de esas posiciones no hizo que el PSOE se asimilara a la derecha o que el PCE se lo comiera electoralmente. Se trataba, se trata hoy también, de defender unas posiciones alejadas de la demagogia y cercanas a las líneas que impone con su inmensa fuerza la realidad.
Para ser autónomo políticamente hay que ser primero autónomo psicológicamente, estar convencido de que el socialismo democrático tiene unas bases ideológicas suficientemente sólidas, legitimadas por éxitos indiscutibles y con capacidad para impulsar un programa que tenga en cuenta las nuevas realidades impuestas inevitablemente por la revolución tecnológica. Todo ha cambiado en los últimos treinta años, ya no valen las soluciones sencillas del pasado, pero sirven menos las recetas de siempre, las que han fracasado durante el siglo XX en Europa y en Sudamérica en el siglo XXI, siempre con el saldo de más pobreza y menos libertad.
No veo razones para responsabilizar del resultado electoral del 20-D exclusivamente a Pedro Sánchez. El PSOE viene arrastrando una lenta agonía desde hace tiempo; tuvieron que coincidir en un momento determinado varios factores: cuando el programa socialdemócrata fue sustituido por un programa radical, segmentado, sin limitaciones, que ha trasformado al partido en una organización no gubernamental con la necesidad de tener la bolsa del Estado para justificar su existencia; cuando perdió entusiasmo por defender lo que hizo durante la Transición, cuando dejamos de preguntarnos si lo estábamos haciendo bien o mal con tal de llegar al poder. En estas circunstancias se puede mirar al pasado desde dos perspectivas: la primera lamentando los errores cometidos, la segunda sacando lecciones de nuestra historia. Yo, sin nostalgia y analizando nuestra historia, tendría claro que un gobierno con Podemos, sabiendo de donde vienen y sin saber hacia dónde quieren ir, nos pondría en sus manos, la legislatura duraría lo que a ellos les conviniera y el final de la misma estaría diseñado a su gusto y beneficio; en definitiva, sería una equivocación irreversible para el socialismo democrático español.
Pero sobre todo sería un golpe para los españoles. Tal vez ha llegado la hora de decir que de Podemos nos diferencian muchas razones, pero la fundamental es la diferente importancia que damos las dos formaciones a la libertad. El Comité Federal sería un buen lugar y el sábado un buen momento para reflexionar sobre todo esto.
Nicolás Redondo Terreros es presidente de la Fundación Libertad y miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO.