Tiempos modernos

ABC 08/10/15
LUIS VENTOSO

· Claro que es posible un conservadurismo sin olor a naftalina

EN España se publican muchas encuestas de un rigor científico parejo al de las profecías de la vidente Adelina. Periódicos de cejas altas aseguraban hasta hace poco que Iglesias, la moda de hace dos veranos, iba a ser el más votado en las generales. Y se quedan tan anchos, porque todo se olvida, como aquellos proféticos titulares de «El rescate de España es cuestión de horas». El problema de las buenas encuestas es que son caras y además exigen mucha deontología y poco guiso. La del CIS pasa por ser la más fiable, por la sencilla razón de que se gastan el parné en entrevistas. Su último barómetro concede a Carmena una popularidad de 5,9 y Ada Colau alcanza el 6. Rajoy andaba la última vez por un 2,4 y Sánchez, en un 3,5. Siento discrepar de nuestra opinión pública y convertirme en un paria social, pero me temo que Mariano es un político mucho más cabal y competente que Manuela y Ada, que lo duplican en popularidad.

Aunque el PP va a ganar las elecciones (otra cosa es si le da para gobernar), ¿por qué no acaba de concitar más simpatías? Pues por tres motivos. Primero, porque la gamberrada de la corrupción fue tremenda (Matas, Fabra y Granados están en la cárcel, y hay que sumar la Gürtel, Bárcenas y una ministra que dimitió salpicada). Segundo, porque el actual Gobierno decidió hacerse el harakiri con un diseño televisivo que ha creado algo inédito: cadenas dedicadas por completo a derribar a un partido (y planean perseverar en el modelo). Tercero, porque es muy difícil seducir al electorado si no expones tu ideología de manera clara, firme y con brillo oratorio.

¿Cabe otro conservadurismo? No creo que Cameron tenga la cabeza de Grigori Perelmán, pero su discurso de ayer en el congreso tory fue un ejemplo de que es posible sacudirse ese inaprensible, pero insoslayable, olor a naftalina que conocemos. ¿Qué hizo Cameron? Nada difícil. Defendió con rotundidad sus valores conservadores de siempre (patriotismo, una defensa fuerte, bajada de impuestos, consolidación fiscal, control de la inmigración). Pero añadió una novedad: un reconocimiento expreso de que algo no funciona, de que hay gente fuera de las buenas noticias macroeconómicas y pasándolas canutas. Afirmó que el Reino Unido «es el país desarrollado con menos movilidad social». Pese a ser el clásico «posh» de las cuadras de Eton y Oxford, reconoció a las claras que si eres de buena cuna copas los mejores puestos y que escalar desde abajo se ha vuelto muy difícil. Concluyó que un Partido Conservador «no puede aceptar» ese muro y prometió un «asalto a la pobreza». Todo salpicado además con guiños liberales, como el elogio a las sufragistas y a los activistas que lograron derechos para los homosexuales.

¿Se imaginan a Guindos o Álvaro Nadal hablando en ese tono? No, porque levitan sobre las aguas macroeconómicas. Falta corazón, apelaciones solidarias directas a la gente de a pie todavía excluida de la evidente mejoría. El PP ha logrado un hito espectacular: España es el país desarrollado que más crece, y resulta inaudito que no se reconozca. Pero la política no se acaba ahí. Nadie se enamora de una calculadora. Y menos si en la tele repiten de sol a sol que es una estafa.