- Sólo una reacción firme y potente de los sectores de la sociedad civil donde se albergan las reservas de energía saludable que aún nos quedan, podrá corregir el rumbo equivocado de un pueblo que merece el éxito
El pasado miércoles asistí en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas a la presentación del libro de Guillermo Gortázar Romanones, una excelente biografía del que fuera destacada figura política durante el reinado de Alfonso XIII. En la mesa de participantes en este acto estaban Octavio Ruiz Manjón, Benigno Pendás, Miguel Herrero, Alejandro Nieto y el propio autor. Todos ellos, salvo Herrero, que se limitó a presidir mayestáticamente la sesión, tuvieron interesantes y doctas intervenciones sobre el biografiado y su época, pero hubo una de las exposiciones que me impresionó especialmente y fue la de Alejandro Nieto.
Desde la serena atalaya de sus noventa años cumplidos, desgranó con lenta e inexorable cadencia la serie de fracasos experimentados por España a lo largo de los siglos XIX y XX en sus sucesivos intentos de construir un régimen democrático viable y estable. En su medido relato aparecieron con destellos ígneos el Rey felón, los espadones, las guerras carlistas, la Reina irrefrenable, el caos grotesco de la Primera República, la erosión imparable de la Restauración, el Monarca entrometido, el regeneracionismo primoriverista, el desorden sangriento de la Segunda República, la cruenta Guerra Civil, la larga dictadura y el último intento de dejar atrás nuestros demonios familiares mediante la reconciliación nacional y la Constitución de 1978.
Llegado aquí, se interrogó Nieto con tranquila amargura y sin señalamientos explícitos, si el revanchismo revisionista practicado desde 2004 por los Gobiernos socialistas y sus aliados separatistas, bolivarianos y filoterroristas, junto a la pasiva resignación imperante en la orilla liberal-conservadora, no serían el anuncio de un nuevo y decepcionante tropiezo en nuestro interminable y empedrado camino hacia la paz social, la solidez institucional y la prosperidad material.
Mientras le escuchaba se suscitó en mi mente una pregunta que me asalta desde que hace diecisiete años se inició la oscura empresa de demolición que ya campa desatada. Una pregunta que me considero en condiciones de formular con precisión como espectador y víctima de los entresijos del poder. El posible derribo de la obra de la Transición que se está gestando ante nuestros ojos impotentes acompañados de la alarmante indiferencia de la mayoría de nuestros conciudadanos, ¿se debe a deficiencias intrínsecas del edifico constitucional, institucional y electoral erigido tras la muerte de Franco por una alianza de los representantes del sistema que se apagaba y las fuerzas de una oposición hasta entonces impotente o han sido más bien los responsables de desarrollarlo y administrarlo desde su instauración los que lo han conducido al precipicio al que ahora se asoma?
No se construyó la mejor estructura deseable, sino la que fue posible en las circunstancias de aquel trance, se suele decir para justificar las evidentes vías de agua con las que se botó el casco de la nave
Existe una extendida corriente de pensamiento que disculpa los errores de diseño del orden constitucional del 78 -el bodrio del Título VIII, el Estado de partidos, la circunscripción provincial, el reparto proporcional de escaños, la constitucionalización de los privilegios vasco y navarro, el incomprensible artículo 150.2, la cesión de la educación a las Comunidades Autónomas…- por la búsqueda del indispensable equilibrio entre ruptura y continuismo que garantizase el éxito del paso sin traumas del autoritarismo a la democracia. No se construyó la mejor estructura deseable, sino la que fue posible en las circunstancias de aquel trance, se suele decir para justificar las evidentes vías de agua con las que se botó el casco de la nave en la que hoy surcamos el océano proceloso de la historia.
Desde esta óptica, serían los gobernantes y las élites políticas que han estado al cargo de pilotar nuestro barco colectivo los que, por su partidismo, cortoplacismo, ignorancia del pasado, menguante nivel intelectual y humano, venalidad y sectarismo ideológico, han arrastrado a nuestra baqueteada Nación al borde de la catástrofe que en estos días aciagos se barrunta en el horizonte.
Algo no marcha como debiera
Probablemente, este sea un falso dilema y la lamentable situación en la que nos hallamos traiga causa de la combinación de los dos factores mencionados. Las vigas endebles y las paredes cuarteadas de la morada que nos alberga por un lado y la incompetencia y la carencia de sentido de Estado de los encargados de su mantenimiento y correcto funcionamiento por otro. Sin duda, una muestra palpable de que algo no marcha como debiera en nuestra res publica radica en el hecho lacerante de que, en un país con tanta gente con talento, honrada y patriota, trepen con anómala frecuencia a los estratos más altos de la política aquellos que, expuestos a las inclemencias del mercado laboral, ocuparían puestos de rango menor o engrosarían las cifras de desempleo o que, sometidos a una evaluación seria de su categoría moral, no pasarían la criba más benevolente.
La conclusión es que sólo una reacción firme, sostenida y potente de los sectores de la sociedad civil donde se albergan las reservas de energía saludable que aún nos quedan, podrá corregir el rumbo equivocado de un pueblo que merece el éxito que un tropel de profesionales del rencor, el pillaje, la envidia y la destrucción, le niegan con siniestra contumacia.