Feijoó anda con la calculadora sin pilas y las gafas mal graduadas; Sánchez va desabrochado por las Europas y se le ven las vergüenzas; Puigdemont exige que lo hagan fallera mayor ad vitam mientras los suyos le acusan poco menos que de traidor; Sumar se ha especializado en pases de modelos por vía de Mari Yoli. Y todos, absolutamente todos, se entretienen en el mostrador de la historia cada uno a su rollo, sin tener en cuenta que detrás estamos los españoles haciendo cola para asuntos infinitamente más urgentes y relevantes que sus pijadas. Porque como a ellos les cae puntualmente cada mes un pastizal llueva, nieve, haga un calor tórrido o sople un huracán no tienen la menor prisa. Es más, sospecho que todo lo que sea dilatar el afrontar la realidad – una realidad durísima, singularmente en lo económico – ya les va bien.
La clase política española es así de egoísta. Están los primeros en la cola y no se giran a ver quién hay detrás si no es para gritar “¡No empujen caramba, que estamos decidiendo la gobernabilidad!”. ¿Pero qué gobernabilidad ni que niño muerto? Aquí no se gobierna, en el sentido platónico del término – gobierno, del verbo kubernáo, dirigir con gubernaculum, timón, la Nave del Estado – desde hace mucho tiempo. Los políticos españoles, herederos de las cesantías del XIX, sólo están a ver a quién colocan de los suyos y como construyen poderosísimas redes clientelares en beneficio propio. Por eso no entienden que sus dilaciones, sus trucos de trilero y sus retrasos están acabando de hundir lo poco que queda de la nación. En Europa esperan con cara de pocos amigos las reformas estructurales para las que le soltaron a Sánchez una morterada y que ni se han hecho ni el presidente ha justificado ante las autoridades de la UE. Tampoco hay manera de saber cuántos parados reales existen. Nada. Silencio. Aquí todos somos fijos discontinuos y como el Rodolfo de Murger descansamos en la Providencia.
En Europa esperan con cara de pocos amigos las reformas estructurales para las que le soltaron a Sánchez una morterada y que ni se han hecho ni el presidente ha justificado ante las autoridades de la UE
El gasto público en cosas absolutamente superfluas se ha incrementado hasta límites estratosféricos, la deuda ha crecido de tal manera que va a ser imposible pagarla sin pordiosear una quita. La industria languidece, la construcción decae, las empresas van cayendo una tras otra inexorablemente. El pasado 2022 se batieron todos los récords con 26.207 disoluciones, un 10% más que en el ejercicio anterior. La mayoría, pequeñas o medianas con lo que tiene de ruina para la clase media y la micro economía que, dejémonos de pavadas, es la que acaba conformando la macro y determina el nivel de riqueza per cápita de cualquier país. Sumen a esto que el pasado mes de agosto el paro en nuestro país alcanzó las 2.702.700 sin trabajo (es un suponer, porque seguro que son más), una cifra abrumadora aunque Calviño diga que la economía va como una moto. Será como una moto sin ruedas, ministra.
Pero esos problemas se evaporan ante lo del señor que descuartiza a otro en Tailandia, el beso de Jenni y ahora los ukases que lanza un Puigdemont encantado de haberse conocido y de que Yoli le haya agarrado del brazo. Porque los políticos no están para ocuparse de la realidad, si no de ese mundo de yupi que se han inventado en el que nadie tiene que asumir responsabilidades ni tiene que rendir cuentas a nadie. Comprenderán, padres y madres de la patria, que a la mayoría de españolitos nos importe un huevo de avestruz si ahora hay investidura o hay elecciones en diciembre. Como si se la pica one chicken. que diría el clásico. Lo único que nos interesa a quienes estamos en la cola es saber si tienen ustedes para mucho, si los paripés se acabarán más pronto que tarde y, ¡oh, anhelada ilusión!, si piensan ustedes marcharse a sus casas a hacer punto y confección. Que sería muy de agradecer, sinceramente.