FERNANDO SAVATER-EL PAÏS

  • Hace veinte años mataron a Indiano pero aún nuestros racistas feroces no condenan el atentado

Qué horror y que vergüenza, el racismo. ¿Estamos de acuerdo? En Estados Unidos hay una ola de protestas y disturbios por la semiejecución policial de Jakob Blake, afroamericano de 29 años: siete tiros a quemarropa por la espalda. No convencen (a mí, por lo menos, no) los atenuantes circunstanciales de que Blake había violado una orden de alejamiento de su pareja, de que trataba de robarle un coche con sus tres hijos dentro (de 3, 5 y 8 años), de que llevaba un cuchillo y desobedeció a los policías que le daban el alto. Todo eso podría haber justificado la utilización de la fuerza en su detención, incluso un disparo de advertencia, no ese ametrallamiento. Sólo el odio racial explica tal desprecio a la vida de un ciudadano.

Otro caso en paralelo: el asesinato en Zumárraga de Manuel Indiano, concejal del PP, tiroteado en su modesta tienda de chucherías por tres sicarios de ETA: también seis tiros en la espalda, esta vez mortales. Aquí no hay ninguna explicación basada en el comportamiento de la víctima, un ciudadano ejemplar con su mujer embarazada de siete meses, ni siquiera su adscripción política (que podría merecer antagonismo electoral, pero nunca fusilamiento). No debemos engañarnos con fábulas históricas o mitos subversivos, este crimen tiene tan poco que ver con la revolución como el de Blake con la defensa de la ley. Es pura xenofobia, nombre culto del racismo: de eso va esencialmente el separatismo. Una ideología en sí misma violenta, aunque todos los racistas no lo sean. Lo inquietante es que en EE UU gobierna a través de Trump y en España de los “moderados” apoyos de Sánchez. Hace veinte años mataron a Indiano, pero aún nuestros racistas feroces no condenan el atentado: les va bien así.