Luis Ventoso. ABC, 23/8/12
PP y PSOE se inhiben mientras los independentistas horadan a tiempo completo
HUBO un tiempo, no lejano, en que en España había ¡ministros ilustrados! Eran, pásmense, gente que consideraba que la reflexión intelectual constituía la argamasa del oficio político. Tipos excéntricos, que en lugar de vivir pendientes de la pedorreta del último perdían el tiempo leyendo ensayos. Políticos que buscaban un andamiaje filosófico que sustentase su praxis de gobernantes. José Manuel Romay Beccaría, hoy presidente del Consejo de Estado, era uno de aquellos iluminados: ¡un ministro con intereses humanísticos!
Romay llevaba Sanidad con Aznar, cartera que andando el tiempo se prestigiaría con el empaque de toda una Leire Pajín. El veterano ministro tenía una costumbre curiosa. Cuando concedía una entrevista, solía regalar algún libro de su interés al periodista. Uno de los habituales eran los clarividentes ensayos sobre el nacionalismo del pensador británico de origen judío Ernest Gellner.
Si los políticos hiperactivos que hoy dirigen el PP y el PSOE se hubiesen reservado una tarde para leer a Gellner (tiene algún librillo corto), sabrían que el mayúsculo pulso contra España que se libra en Cataluña y el País Vasco atiende a una pauta clásica y casi siempre triunfal, a menos que se le plante cara en el debate dialéctico.
Veamos un párrafo del viejo Ernest: «La presunción más desafortunada del ideólogo nacionalista, a saber: que las “naciones” están ahí, como lo más na-
tuit, tural del mundo, y que tan sólo están aguardando a que llegue el príncipe azul nacionalista que las arrancará de su triste letargo. El nacionalismo, aunque se presente como el despertar de una fuerza antigua, oculta y aletargada, en realidad no lo es. Es consecuencia de una nueva forma de organización social basada en culturas desarrolladas profundamente interiorizadas y dependientes de la educación».
Eso, y no otra cosa, es lo que está ocurriendo en el País Vasco y Cataluña. El príncipe azul, llamémosle CiU, Bildu o PNV, invoca una patria arcádica y secular, que jamás ha existido, para intentar crear un nuevo Estado. ¿Y eso cómo se logra? Pues puede hacerse con tres palancas: la violencia, la propaganda y la educación. En el País Vasco se han utilizado las tres, y a saco. En Cataluña se han empleado dos: la propaganda del perenne poder nacionalista y la educación, predicando desde preescolar el victimismo y el resentimiento contra lo español.
Hoy estamos pagando la pusilanimidad de nuestros políticos de la Transición ante los nacionalismos, un tono de cesión acomplejada que continuó incluso con Aznar y que se incrementó hasta lo suicida con Zapatero.
Conceder a las comunidades el control de la educación constituyó un error irreparable, que ha permitido convertir las escuelas en fábricas de futuros independentistas. Tolerar que en algunas regiones no se pueda estudiar en uno de los dos idiomas oficiales que fija la Constitución, ¡y que además es el más hablado!, es un delirio, pero se dejó hacer. Permitir que en Cataluña se multe a un hostelero porque ha osado a poner el nombre de su tasca en castellano es flagrantemente inconstitucional, pero se deja hacer. Mientras los Urkullus, Garitanos y Arturos Mas trabajan a tiempo completo para partir España, ¿dónde está el contradiscurso de Rajoy, Soraya, Rubalcaba, López…? Continúa el pactismo sumiso, que ha dado alas al soberanismo. Se ha renunciado a dar la batalla de las ideas y se pierde por goleada en el aspecto icónico del debate, permitiendo, por ejemplo, que se incumpla la ley con las banderas, o tolerando que se vaya proscribiendo todo lo que huela a España (toros, selección, Fuerzas de Seguridad…).
Resultado: cuando se abran las urnas en el País Vasco, igual nos llevamos las manos a la cabeza.
Luis Ventoso. ABC, 23/8/12