Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo

La inversión extranjera se sigue concentrando en Madrid en detrimento de otras comunidades como Cataluña

El pasado jueves le comentaba la preocupante evolución de la inversión extranjera en nuestro país. Por falta de espacio no pude contarle algún dato más, como la distribución geográfica de la misma. Si recuerda, y si no para eso estamos, le decía que las entradas de capital extranjero dirigidas a asuntos productivos y no financieros había caído un 58,8% en términos brutos, que ascendía a un 60,3% en términos netos. Los datos proceden del ministerio de Industria, así que no hay sombra de sospecha de que estén maliciosamente manipulados. Si en vez de porcentajes hablamos de valores absolutos, en 2018 captamos en el exterior 49.549 millones, lo que supuso un récord histórico, que se han convertido en 2019 en tan solo 22.376. Un desastre.

Pero me faltó contarle la distribución por comunidades de destino de las inversiones extranjeras y eso me parece interesante. Las grandes pierden, pero se acentúa la tendencia hacia la concentración en Madrid. Captó 13.702 millones frente a Cataluña que, más o menos, repitió sus 3.233 millones. Pero, lo que resulta más preocupante para nosotros es que el descenso en el País Vasco fue tremendo, al pasar de los 2.691 de 2018 a los 227 millones en 2019. Por contra, en Castilla León se multiplicaron por 40 para llegar a los 1.839; en Andalucía, casi se duplicaron y en Galicia se multiplicaron por diez.

¿Es casualidad el constante ‘diferencial de atractivo’ de Madrid frente a Cataluña o es consecuencia de las distintas situaciones políticas y jurídicas que atraviesan ambas? Puede usted pensar lo que quiera. En este tema, las estadísticas ayudan mucho a la defensa de las posiciones respectivas, pues solo reflejan los movimientos realizados y de ahí podemos inferir las razones que los explican. Pero, evidentemente, no hay datos de las inversiones no realizadas, no sabemos quiénes desecharon la idea de venir a instalarse entre nosotros, ni las razones por las que lo hicieron.

Aparte de las razones económicas, también influyen el ambiente social o la estabilidad política

Pero creo que no nos equivocaremos mucho si pensamos que entre otras razones poderosas como la capitalidad, o económicas como el tamaño del mercado interno y el acceso a los externos y la comparativa de costes de producción influyen decisivamente el ambiente social, la estabilidad política y la seguridad jurídica de los territorios en los que piensan instalarse los inversores extranjeros.

Sea como sea, las cifras muestran y confirman la tendencia a la concentración en Madrid y al estancamiento en Cataluña. Lo nuestro, en el País Vasco, es más difícil de analizar, pues al ser mucho menores las cifras -hubo un tiempo en que fueron similares-, cualquier movimiento de entrada o salida distorsiona los totales.

Me temo que este año la evolución será peor, a pesar de que la necesidad de captar inversiones productivas es mucho mayor ante la caída de la actividad y del empleo. Lo será porque empeoran las incertidumbres de ambos tipos. La económicas por culpa de la crisis de la pandemia que resucita los nacionalismos. Ahí le vemos a liberales como Macron defendiendo la repatriación de producciones en el extranjero de sus empresas líderes y, no digamos a Trump en los Estados Unidos, extremando su lema del ‘American first’. La políticas porque vivimos una época de profunda inestabilidad gubernativa. No tenemos presupuestos generales y no será sencillo que dispongamos de ellos. No sabemos la concreción definitiva de la política fiscal que aplicará el Gobierno, balanceada en función de quien sea el emisor de sus planes.

Y la salida de Nissan empeorará también la situación relativa de Cataluña, en donde la actuación de su gobierno no ayuda para nada a crear ese especial hábitat de acogida que los inversores extranjeros reclaman. Nosotros reclamamos la libertad para orientar como queramos la política económica. Correcto, pues ellos reclaman también la libertad de actuar en consecuencia y no hay nadie que pueda obligarles a cambiar de opinión y a que hagan lo que nosotros queremos, y necesitamos, que hagan. Así que toca elegir.