JUAN CARLOS VILORIA-El Correo

  • Lo de cambiar de voto nunca ha tenido buena prensa; sobre todo, en la izquierda

Durante décadas el bloque de izquierda y el de la derecha han competido electoralmente apoyados en unas bases de votantes muy sólidas. El triunfo dependía de un pequeño margen de indecisos que se acababan inclinando a uno u otro lado, o del efecto caballo ganador de última hora. Porque en España lo de cambiar de voto, cambiar de partido, nunca ha tenido buena prensa. El voto ha sido, especialmente en la izquierda, casi una religión. Dejar de votar «a los míos» se vivía como un desgarro, como una traición, casi de forma vergonzante. Digo que ha sido porque, con la aparición de los partidos de la nueva política y especialmente en las últimas elecciones en Madrid, las costumbres están cambiando. El 4 de mayo ha registrado el tránsito más intenso de uno a otro bloque de los que se recuerdan. La tocata y fuga de votantes ha dejado a Ciudadanos en la cáscara y al PSOE con menos de la mitad de sus fieles. Este último dato es el más significativo porque los socialistas y populares, después de tantos años de bipartidismo, han disfrutado de la fidelidad política por encima del balance de su gestión en el Gobierno. Vox, Podemos y Ciudadanos intentan fidelizar el suyo con suerte dispar. Pero en las elecciones en las que el PP de Ayuso ha barrido se han derrumbado dos supuestos: que cuando vota la mayoría gana la izquierda y que antes de cambiar de partido hay que pasar por la abstención.

Con el 80% de participación, la candidata de la derecha ha ganado en todos los municipios de Madrid menos dos. Y el paso de cientos de miles de votantes del PSOE al PP, sin aparcar en la abstención, es un fenómeno nuevo que indica un cambio importante en la significación del voto: que puede estar perdiendo ese componente ideológico, tradicional, familiar, para ajustarse más a un criterio de gestión, administración y valores. Los partidos hacen gala en las campañas de su vocación -‘Por el cambio’- y animan a la gente a cambiar, pero la verdad es que le tienen pánico. La frase atribuida a Churchill -«he tenido que cambiar de partido para no cambiar de principios»- puede estar funcionando como catalizador de la conciencia en un importante núcleo de votantes que no acaban de asimilar las consecuencias de la gran operación ‘Frankenstein’ improvisada por Pedro Sánchez.

Se puede frivolizar hablando de cañas y berberechos o dejar que el capo de Bildu dé lecciones sobre lo que significa la libertad. Pero el terremoto de Madrid tiene su epicentro en lo más profundo de los principios de una sociedad que desconfía del rumbo que ha impuesto el sanchismo. La crisis en la cohesión nacional, el cambio de los valores educativos, la separación de poderes, la hipérbole de las minorías. Ahora parece que ya está mejor visto cambiar el voto.