Miquel Giménez-Vozpópuli
- Viendo lo que sucede y la calidad de quienes protagonizan lo sucedido es disculpable que al observador le de una tremenda pereza describirlo
Bien podría ser que los rigores de un estío, que ya se intuye banal y plúmbeo, influyeran en mi ánimo. Tampoco desdeño que el maratoniano ejercicio de escarbar entre la basura oficial, intentando encontrar algo interesante, no haya producido estragos en mi espíritu. Padezco el síndrome de Stendhal, pero al revés, y me abruma tanta fealdad, tanta apología de lo vulgar, de lo chabacano, de la ordinariez elevada a la categoría de ministerio. A lo mejor, a fuerza de destilar tinta, mi pluma se encuentra agostada y ya solo sirve para arañar de manera estéril el folio en blanco. Quién sabe. El de escribidor es oficio que castiga el hígado, a no ser que formes parte de la inmensa legión de maxmordones y mamacallos que no deben preocuparse lo más mínimo acerca de sus artículos. Porque los hacen al dictado.
Posiblemente, encontrarnos a final de la temporada periodística o no haber parado de trabajar un solo día los últimos dos años tengan influencia. Aunque lo que me resulta realmente extenuante, lo que me provoca fatiga mental y física son los temas que trato. Ya saben, la política. Siempre he creído que el mal cansa muchísimo, más que cualquier otra cosa en la vida.
El mal consume, desgasta, abruma, siempre de manera devastadora. De ahí mi pereza, mi desgana a la hora de ponerme frente al teclado para describir la última barbaridad escupida por este o aquel memo con coche oficial. Ni les cuento cuando se trata de trasladarles las tropelías, los robos, las manos puercas metidas hasta lo más hondo en las cajas públicas por parte de quienes deberían preservarlas con su propia vida, si fuera menester.
El mal consume, desgasta, abruma, siempre de manera devastadora. De ahí mi pereza, mi desgana a la hora de ponerme frente al teclado para describir la última barbaridad escupida por este o aquel memo con coche oficial.
No creo que exista nadie a quien no le canse escribir a diario acerca de la misma pena de muerte aplicada al mismo reo, de la misma manera despiadada. Pero eso es lo que nos toca en suerte a algunos. A diario hemos de poner negro sobre blanco como se asesina a una sociedad con los métodos más brutales. A sangre fría, sin que nadie pueda o quiera, mucho peor, evitarlo.
La crónica de este asesinato, compréndanme, da pereza a cualquiera. Porque de crónica negra hablamos, si hemos de ser precisos en la calificación. El analista político en España no puede serlo sin adoptar el lenguaje y metodología del cronista de policiales. Obviamente, la mayoría prefiere camuflarse bajo el ropaje de crítico de revista y presentarnos el panorama político y social como una serie de números musicales con mucha vedette y plumas de marabú. Pero aquellos a los que las tramoyas del teatro no nos impiden ver el fondo del escenario debemos referir lo que vemos. Y eso no es más que un crimen perpetrado por muchos, el crimen peor de todos, el que condena a la extinción a todo un país ante una platea en la que la mayoría aplaude – siempre cuando es más inconveniente o no tiene previsto el autor, seamos sinceros – mientras que el resto se queda en silencio sin atreverse a protestar pateando el suelo o dando una silba.
Da mucha pereza, pues, referir lo que pasa en esta interminable tragedia a quienes piensan que están viendo una película de los Hermanos Marx. Y ni les digo intentar hacerlo con quienes se ofenden porque les afeas su complicidad al callarse como muertos. El esfuerzo solo se ve recompensado por la satisfacción del deber cumplido, lo que no es poca cosa, y el desprecio o animosidad del resto. De casi todo el resto, para no meter a todo el mundo en el mismo saco.
Uno quisiera tener energías suficientes como para saltar a las tablas y gritar al público si no ven tanto engaño, tanta lentejuela que solo oculta miseria moral, tanto robo, tanta medianía. Larra lo dejó escrito en numerosísimos artículos. La pereza, ese cáncer que corroe nuestro país y del que todos somos en parte culpables.
Pero, ya lo ven, tamaño esfuerzo da mucha, muchísima pereza. Es mucho peor que no hacerlo por cobardía, pero hay lo que hay.