TONIA ETXARRI, EL CORREO – 18/08/14
· El estudio se realizó en 2012. Quizás ahora el resultado del Observatorio Vasco de la Juventud sería menos preocupante. Habrá que esperar nuevos sondeos. Pero los datos de hace dos años están ahí. Uno de cada cuatro jóvenes vascos justificaba, entonces, el uso de la violencia para imponer las ideas políticas. Seis meses después de que ETA, acosada por el Estado democrático, hubiera anunciado que abandonaba el terrorismo que había destrozado a tantas familias y que dejaba el saldo de 858 muertos sobre sus conciencias.
Cabe pensar que, una vez comprobado el fracaso de las revueltas de las primaveras árabes que han degenerado, en su mayoría, en Estados caóticos en donde la vulneración de los derechos humanos es constante, aquellos jóvenes consultados por la encuesta no sigan ahora tan fascinados por el empleo de la violencia. Cabe pensar también que ahora que observamos horrorizados, con una impotencia perfectamente descriptible, las imágenes que los propios asesinos del Estado Islámico difunden en las redes para propagar el miedo en la «infiel» Occidente, los resultados no serían tan inquietantes.
Pero son datos para la reflexión doméstica. Si transcurridos seis meses desde que ETA anunciara el fin de su barbarie, uno de cada cuatro jóvenes consultados seguía justificando la utilización de la violencia, ¿esa parte de la juventud vasca no estaba de acuerdo, entonces, con el fin del terrorismo?
Porque después del espanto que hemos padecido en este rincón del planeta, tan avanzado y tan próspero en plena democracia, la semilla de los últimos cincuenta años ha dejado una raíz muy profunda de desentendimiento y hartazgo social. Ese poso de indiferencia acomodada en la falta de exigencia democrática, si no se contrarresta con grandes dosis de educación en valores democráticos y honestidad en el relato de nuestra historia, acabará formando una costra de justificación de la imposición de las ideas por cualquier método. Si de quienes sembraron el terror se dice que fueron «patriotas» que no tuvieron más remedio que «defenderse» del Estado, o que aquí se practicó un enfrentamiento «entre dos bandos», además de ser un relato falso, lo que quedará para futuras generaciones es la mitificación de la barbarie. Como una vía más de presión para imponer las ideas. Es decir: la justificación del terrorismo.
Las conclusiones del estudio señalan que, a medida que aumenta el nivel de preparación de los jóvenes consultados, disminuye la defensa de la intolerancia. La clave sigue estando en la educación. En la información veraz. Todo depende, pues, del relato. Según sea la historia que escuchen los jóvenes, así será la reacción. Cuando se realizó el estudio, era el año en el que los herederos de Batasuna pretendían hacer de la negociación con ETA su único programa político, mientras el espacio de la equidistancia se iba llenando de adeptos hasta colgar en la ventanilla «aforo completo».
La jugada de EH Bildu, en todo este tiempo, ha sido muy hábil. Desde el poder político que ostenta, sus representantes han logrado extender un manto anestésico sobre gran parte de la sociedad vasca que, después de haber estado sometida a la presión terrorista durante casi cinco décadas, ahora prefiere restar importancia a cualquier intento de ensalzar la memoria de ETA, porque la banda, total, ya no mata. Se ha llegado a caer en el juego de situar al mismo nivel a «presos y víctimas», como si se tratara de dos bandos enfrentados. Se ha llegado a pedir, desde algunos partidos políticos, altura de miras «a todos». Una petición que, como sabe bien el PNV, resulta desproporcionada porque quienes tuvieron chantajeados a los ciudadanos vascos y justificaron los desmanes de la banda terrorista son quienes tienen mayor responsabilidad para exigir a ETA que se disuelva.
En estas semanas festivas hemos podido ver gestos de acercamiento de la izquierda abertzale hacia familias que sufrieron el asesinato. Asesinatos que fueron justificados por el mundo de Batasuna. Siguen sin condenar la historia del terrorismo. Pero se dejan ver en actos de conmemoración a víctimas muy concretas para dar a entender que ya no son lo que fueron. Y donde no hay palabras, aparece la foto. Una imagen fija que, si no va acompañada de un rotundo desmarque de la historia de ETA, especificando las diferencias entre víctimas y verdugos, no tendrá credibilidad.
En el aniversario del asesinato del socialista Juan Mari Jáuregui, EH Bildu participó como un partido más. Uno de sus asesinos pidió perdón a través de una carta. Pero lo más importante fue su emplazamiento a Sortu para que deje «su silencio e inmovilismo». En el homenaje al empresario Joxemari Korta, el portavoz de la Fundación Bidetik agradecía el acompañamiento de algunos representantes de la izquierda abertzale pero ponía el dedo en la llaga al señalar que quien no se define ante la violencia «y se calla, se convierte en cómplice».
Para cerrar bien este abominable capítulo de nuestra historia, es preciso mucho más que gestos . Además de reconocer el daño causado, tendrán que colaborar con la justicia para demostrar que su revisión de la historia va en serio. Mientras la izquierda abertzale calla, los partidos políticos democráticos practican el insulto, donde les falta el razonamiento, como forma violenta de expresión que no aporta al ambiente más que crispación y enfrentamiento. Insultar a un representante democrático comparándolo con Hitler o negarse a empadronar a inmigrantes llamándolos «mierda» merece un reprobación de los partidos propios. Quienes caen en la degeneración de la injuria, no merecerían mejor destino que el de la dimisión. Lo demás, son cuentos.
TONIA ETXARRI, EL CORREO – 18/08/14