Greegorio Morán-Vozpópuli
- Si contemplamos los resultados de las elecciones en Cataluña, no se encuentra ni una razón que anime al optimismo
La consensuada obligación de todo columnista que se precie consiste en aliviar las penas y destacar las ráfagas de optimismo que tenga a bien imaginar. Por más esfuerzo que uno hace por encontrar algo parecido a los atisbos de una buena noticia, algo que anime al personal, debo confesar que no lo encuentro. Sin embargo, leo todo lo que cae en mis manos y percibo el sesgo hacia un optimismo que sólo aparece en los tertulianos titulados o en los que viven y se alimentan de los buenos oficios que ofrecen las filtraciones oficiales. Pero ni con esas. Hemos pasado de una supuesta conciencia crítica al papel de ansiosos buscadores de futuros esplendorosos. Aseguran que es bueno para la salud mental en tiempos de pandemia, pero tengo mis dudas de que tantas tragaderas tratando de dilucidar quiénes son los buenos que nos prometen y quiénes los perversos que nos lo impiden, acaben por enfermarnos de bulimia tontuna; una variante de la cretinez que no hay estómago capaz de digerir.
Si contemplamos los resultados de las elecciones en Cataluña, no encuentro ni una razón que anime al optimismo. Los independentistas han obtenido una victoria pírrica, porque no les facilita gobernar; las tres familias separadas no se avienen en principio a inaugurar gobierno. Esquerra, el partido de Puigdemont y la CUP se consideran incompatibles incluso sobre los modos de conseguir la independencia; objetivo capital de una parte de la ciudadanía que ni son la mitad más uno, ni la mitad de nada porque hasta los suyos les han desairado en las urnas, quizá en la convicción de que con todo lo que tienen encima no se imaginan que lo pongan en sordina y se hayan vuelto adolescentes. Sólo los que viven de sus padres o del erario público, que viene a ser lo mismo, pueden sentir un desprecio tan llamativo hacia los que están en las últimas y sin esperanzas de salir. El detalle de la quiebra de la familia política de Artur Mas es como una recapitulación: ¡no preocuparse, militantes funcionarios: nos uniremos a cualquiera de las otras opciones que pueden conceder cargos! Ninguna mafia abandona a uno de los suyos cuando está en las últimas.
Los socialistas han conseguido gracias a Illa salir del pozo; vuelven a ser los más votados, aunque esto no les sirva de nada salvo para certificar el milagro: un incompetente dejó su cargo y se presenta a otro
Los socialistas han conseguido gracias a Illa salir del pozo; vuelven a ser los más votados, aunque esto no les sirva de nada salvo para certificar el milagro: un incompetente dejó su cargo y se presenta a otro a la búsqueda de una oportunidad que, por cierto, le conceden. ¡Cuántos votantes de Illa, que no del PSC, le han apoyado para demostrar que achicados, ninguneados y corruptos, han de hacerse notar! El PSC está a la espera de las ofertas a Esquerra del Gran Trilero. Les dejen entrar o no en el Govern, siempre quedarán las maniobras en la oscuridad y los acuerdos bajo cuerda que les den la opción de participar en el reparto.
La entrada de Vox en el Parlament introducirá chistes y desplantes, nada que ver con la política, pero tiene algo de termómetro social. El voto conservador, arrastrado por el reaccionarismo, ya no será patrimonio exclusivo del independentismo. A los populares y a Ciudadanos les queda en Cataluña más deudas que saldar que las que podría cubrir su siempre dudoso patrimonio. Los esfuerzos por hablar de Bárcenas y no de la Sagrada Familia pujoliana obligarán a cambiar de discurso. Los herederos de Pujol echarán mano de este nuevo recurso y no les caerá la cara de vergüenza en el Parlament; tienen a su favor la benevolencia de los poderes económicos y mediáticos autóctonos. El espíritu de Trump acabará dominando el marco de los relatos. ¡A ver quién insulta más alto y tiene mayor eco! Vaya sociedad donde los chicos asentados se manifiestan contra Vox al tiempo que sus padres aplauden al Molt Honorable Delincuente en el Liceo. (Lo contó Miquel Giménez y fue en el estreno de “La Traviata”, hace unas semanas). No es lo mismo un chorizo de la tierra que otro foráneo, por eso aquí se llama butifarra, porque somos diferentes hasta en la carne de gorrino.
Quien crea que Cataluña después de las elecciones será ingobernable peca de cándido. Será más de lo mismo, ni siquiera cambiarán las caras. El erario público es el mejor pegamento de voluntades, y el debate sobre el independentismo y los indultos coparán el espacio de la enfermedad, la muerte y el desastre económico. El destino, esa palabra tan pomposa como inadecuada para el caso, lo decidirán entre el abad Junqueras y los juegos de supervivencia de Sánchez. Los partidos están para lo que manden y conforme a lo que repartan. Está fuera de norma el que tuvieran una opinión diversa a la cúpula. De ahí que sean tan importantes los escarceos entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias.
Gobernar sin oposición es como vivir en Disneylandia; cada día te inventas el espectáculo. Somo el culo de Europa en la epidemia y en la crisis económica, pero nos mostramos como hidalgos sin Quijote
Nada en el horizonte obstaculiza la ostentosa marcha del presidente. No porque haya demostrado su incompetencia o su escaqueo ante los dos frentes que pueden echar abajo no sólo el Gobierno sino la estabilidad social: la consigna se reduce a “imágenes” o “silencios”. La pandemia parece ya un libro cerrado por más que los muertos se cuenten por centenares y la Sanidad esté en emergencia permanente. Las vacunas, ésas que no acaban de llegar y que se van a repartir con criterios “científicos” dosificados por lo menos científico que ha creado la humanidad, que es un profesional de la política, han pasado a ser el trampantojo que oculta lo demás. Nadie pregunta nada, y si lo hace, los canales virtuales de alcantarilla nos lo embarran de tal modo que cada vez “estamos mejor” pero cada vez “sabemos menos”.
Gobernar sin oposición es como vivir en Disneylandia; cada día te inventas el espectáculo. Somo el culo de Europa en la epidemia y en la crisis económica, pero nos mostramos como hidalgos sin Quijote. En ocasiones me recuerda la fiebre autárquica del franquismo: “Nos envidian”.
Sin embargo, el forúnculo que le ha salido en el culo al Gobierno, cada día más purulento, puede acabar en la tentación de unas elecciones. Con nosotros de pacientes espectadores, Podemos y el PSOE están apostando al “juego del gallina”. El día que el tándem Iván-Tezanos detecten que la ocasión es oportuna para sajar el grano, el matrimonio de Galapagar, incluido su abundante servicio partidario, se habrán encontrado con lo único que no habían pensado y que les puede llevar a la inanidad social que alimentan. Nunca fue tan evidente que la política en general, incluida la catalana, dependen de un tipo arrogante que habita en La Moncloa rodeado de edecanes y plumillas excelsos.