Todo es falso

KEPA AULESTIA, EL CORREO 13/07/13

Kepa Aulestia
Kepa Aulestia

· La actitud del PP ante el ‘caso Bárcenas’ constituye un patrón estratégico de la política partidaria alienada por la corrupción.

El blindaje parlamentario ofrecido por el PP a Mariano Rajoy frente a las revelaciones de Luis Bárcenas es, en realidad, la coraza que necesita el propio partido para defenderse de la verdad. La conducta mostrada por los populares no es distinta a la que mantienen los demás partidos cuando son señalados por algún escándalo de corrupción. Pero la trascendencia institucional, el alcance político y la duración en el tiempo del ‘asunto Bárcenas’ permiten describir algo asimilable a un patrón estratégico. Patrón que obedece a un criterio fundamental: optar por lo que comporte un menor coste al partido. A pesar de las exigencias para que aclaren el caso, e incluso de algunas recomendaciones que sugerirían al PP y al propio Rajoy formular alguna autocrítica por los errores cometidos, es evidente que cada vez que los populares han tratado de explicarse han acabado enredándose en sus propias palabras. No podrían justificar ni sus descuidos, ni las proclamas de inocencia con las que han encubierto la corrupción, ni las balbuceantes versiones que a cada paso daban sobre su relación con Bárcenas y sobre cuál era el papel de éste antes y después de su imputación.

El pasado miércoles distintos responsables del PP y ministros del Gobierno Rajoy salieron a escena para insistir en la honestidad del presidente. Nadie se refirió a la contabilidad atribuida a Bárcenas y los ‘sobresueldos’. La intención era contraponer la honorabilidad de Rajoy al sinvergüenza de su extesorero, de modo que la consideración pública sobre la catadura de éste último sirviera precisamente para librar al presidente de cualquier sombra de duda. El juego de espejos entre el aborrecible Bárcenas y el honesto Rajoy permitía soslayar todas las demás preguntas.

El mismo miércoles la retirada de los parlamentarios del PSOE, Izquierda Plural y Grupo Mixto de la ponencia sobre la ley de Transparencia –seguidos de los de CiU y PNV– reflejó una manifiesta incompatibilidad. Los ‘boicoteadores’ de la ponencia parlamentaria se negaron a deliberar sobre una norma mientras su objetivo –acabar con la opacidad en la vida pública– era vulnerado simultáneamente por el partido en el Gobierno. Podían haberse aplicado el cuento todos ellos. Pero el problema no es estético; ni siquiera es sólo ético. El verdadero problema es que si nos atenemos a la redacción del anteproyecto, su articulado no podría impedir o prevenir las andanzas que se le imputan a Bárcenas, bien en el relato judicial o en el periodístico. Mientras que el repaso detallado de esas y otras maquinaciones aportaría, como casuística, supuestos que mejorarían sustancialmente la iniciativa en trámite.

El jueves los populares se aplicaron a sí mismos un nuevo torniquete. Si ya la víspera los ‘saboteadores’ de la ponencia sobre la ley de Transparencia habían llevado a González Pons a trazar una línea de separación entre quienes querrían la nueva norma –el PP– y quienes preferirían continuar sin transparencia –el resto de los grupos parlamentarios–, Alfonso Alonso acabó denunciando a los partidos de la oposición por apadrinar y defender a un ser tan despreciable como Bárcenas. Otra vez el discurso del partido gobernante se dirige a los más entusiastas de entre sus fieles, dando por imposible atender los requerimientos de la opinión pública. Todo en la confianza de que la sociedad esté suficientemente saturada del tema como para agradecer que se pase página.

No hay mejor defensa que un ataque sin contemplaciones. No hay recurso más eficaz contra el escándalo que enrocarse estrechando lazos familiares. Nada resulta más expeditivo que apelar a la solidaridad interna frente al cerco de los adversarios. Bárcenas pudo acogerse a esa misma solidaridad hasta hace no tanto tiempo, y ahora parece dispuesto a arrostrar algunos meses más de pena autoinculpándose con tal de que su condena arrastre también a otros. Hay una frontera muy tenue entre la defensa sectaria de la honestidad y la fabulación como recurso patológico. Ya todo es falso en el relato de los protagonistas, porque la versión de la mayoría de los señalados ha sido afectada por ese mal tan propio de las alturas: la fabulación no ya sobre una historia sino sobre la propia personalidad. Bárcenas puede creerse un hábil financiero y un sagaz mercader de obras de arte con la misma naturalidad con la que se encaramó a la cumbre del himalayismo. El problema es que todos los que comparecen en nombre del PP tienden también a fabular sobre su propia trayectoria personal o sobre el papel que creen les ha sido asignado en defensa de los intereses partidarios. De ahí que quizá les resulte más sano no decir nada. Lo dijo ayer Sáenz de Santamaría: el Gobierno se dedica a trabajar, y punto. La verdad está en el trabajo, y todo lo demás es falso. Lo dijo el jueves el propio Mariano Rajoy al volante de un nuevo vehículo: nada resulta más enfermizo que fijarse en el negativo de la película desdeñando todo lo bueno que se proyecta en la pantalla.

La fiscalía anticorrupción y el juez instructor no solo tienen que superar los obstáculos que les ponen los acusados para hacerse con indicios y pruebas fehacientes. Es que esos acusados encuentran la complicidad legal de todos cuantos se declaran dispuestos a colaborar con la Justicia y nunca lo hacen mientras no son citados para ello. Léase los responsables del PP que tachan a Bárcenas de delincuente, o las entidades bancarias que de pronto descubren que tan destacado personaje tiene varias cuentas abiertas a su nombre en tal y en cual oficina. Si María Dolores de Cospedal es llamada a declarar por el juez Ruz en calidad de testigo, la lista podría volverse interminable. Pero todo es falso, y la enfermedad no está en la fabulación tras la que el mal se disfraza de bien o casi, sino en la obstinada pretensión de aproximarse a la verdad sobre algo que ya no importa. Porque lo importante es sacar a España adelante. Cualquier vindicación de la verdad que perturbe dicho propósito se vuelve tan despreciable como el huésped de Soto del Real.

KEPA AULESTIA, EL CORREO 13/07/13