La palabra fascismo le gusta mucho a Pablo Iglesias. Tanto que en la entrevista masaje de Ángels Barceló en la SER la usó 15 veces en menos de 20 minutos. Urge que recuperemos el valor del lenguaje y el significado de las palabras. Por eso no me acaba de convencer la descalificación de Ana Rosa Quintana: “usted es un fascista”. Comprendo sus razones y hasta comparto el ánimus iniuriandi, pero Iglesias no es un fascista sino algo que se le parece mucho en el afán totalitario: un comunista. Lo reclamaba con énfasis en ‘El Gato al Agua’: “¡Yo soy comunista!”. Preguntado por Ferreras dijo que era por Gª Serrano, una ocurrencia para escandalizar caperucitas.
Lo que pasa es que no fue una sola vez. “Yo no he dejado de autoproclamarme comunista nunca”, dijo a los chicos de la UJCE en Zaragoza (1/3/2012). “Las ideas del comunismo, tan malversadas hoy, siguen siendo esencialmente justas y permanecen porque su noble utopía está por encima de las equivocaciones de los hombres”, (31/1/2020) en el homenaje a Marcos Ana, asesino precoz y poeta mediocre.
Así pues, fascistas y comunistas son totalitarios, cada cual con sus crímenes, que son más los comunistas, pero ya que la precisión conceptual y terminológica no es el fuerte de esta chusma no debemos dejarnos arrastrar y pasar de odiar el fascismo a llamar ‘fascismo’ a todo lo que odiamos.
En el futuro, en La Moncloa debería trazarse una línea roja con la indicación “hasta aquí llegó un botarate al que Sánchez nombró vicepresidente en enero de 2020”. Este tipo que no para de repetir lo de la ultraderecha y el odio, había acuñado una expresión sinónima (7/10/2016: “Hay que politizar el dolor y convertirlo en propuestas para transformar la realidad”. O sea, transformarlo en odio. El odio estaba en las consignas de Pitita Maestre y sus descamisadas: “Arderéis como en el 36” y en los asaltantes del mitin de Vox en Vallecas: “A por ellos como en Paracuellos”.
Así que Iglesias expone su disyuntiva: democracia o fascismo, aunque la democracia sea para él una añagaza táctica: “La palabra ‘democracia’ mola, por lo tanto habrá que disputársela al enemigo. La palabra ‘dictadura’ no mola, aunque sea dictadura del proletariado”. Es una cuestión de conveniencia, a él le da igual ocho que ochenta y Juana que su hermana. En su entrevista del lunes con Ángels Barceló, qué par contra el fascismo: “A los fascistas hay que callarles la boca en las tertulias”, catequizaba a la periodista. ¿Qué más le da una tertulia que un debate electoral?
Los presuntos simbólicos de las balas transparentes al escáner, rematados por el esperpento de esa pobre ministra de Industria que denuncia en Madrid un déficit de ¡quinientos mil hogares! y que muestra una foto de una navajita de diez centímetros de hoja ampliada hasta parecer el machete de un mambí, enviada por un esquizo que escribe en el sobre su remite. Es probable que el autor eligiese a la víctima por afinidad intelectual. Pablo se ofrece como víctima de una violación en manada: “Yo sí te creo, Pablo”, aunque seguramente quien no le crea sea su novia en los asuntos que les atañen como pareja. Rocío Monasterio lo echó del debate. El día que ella le repita la despedida que Iglesias le hizo a su marido en el Congreso, “cierre la puerta al salir”, la democracia española habrá dado un paso adelante. Faltaría hacerle la misma invitación a Sánchez, pero de momento el doctor Fraude habría perdido su coraza.