IGNACIO MARCO-GARDOQUI-El CORREO

Las discrepancias se mantienen. Nada hace mella en el ánimo del Gobierno que, tras el retorno del empleo a los niveles previos a la pandemia, asegura que en 2022 creceremos al 7%, lo que nos permitirá recuperar también el tamaño anterior del PIB. Por eso se atreve con todo. No le tiembla la mano a la hora de reformar la legislación que ha acompañado esta recuperación con el acuerdo de los empresarios y los sindicatos; ni teme a los efectos de las subidas de los salarios, de varios millones de ellos pues el SMI empujará hacia arriba a los inmediatamente superiores. Ahora ya el acuerdo empresarial ha dejado de ser relevante, ya que ellos tan ‘solo’ los pagan. Tampoco le asustan las subidas de las cotizaciones sociales y hace oídos sordos al desboque de la inflación, a la presión de los márgenes, a las disfunciones de las cadenas de suministros o a las restricciones que impone la pandemia y que no terminan de desaparecer. Es más, la parte que lidera Podemos anima a subir los impuestos a las eléctricas (¿quiénes creen que los pagarán, las empresas o sus clientes cuando los repercutan en la factura?) y a recuperr los impuestos sobre la riqueza, allá donde se hayan eliminado, e imponer unos tipos que resultan más absurdos que abusivos. Hablar de un 3%, cuando la rentabilidad que ofrece el propio Estado con su deuda se sitúa en los alrededores del 1%, es un auténtico atropello. De 30.000 millones.

Lo malo es que las instituciones europeas se empeñan en pintar un escenario menos colorido. Ayer, la Comisión Europea mejoró una décima las suyas para España, pero aún y así se quedan muy lejos de las estimaciones del Gobierno que, no lo olvide, sirvieron para calcular los ingresos de los Presupuestos recién aprobados. Si, otro año más, se equivoca en sus cálculos por exceso de optimismo, el error se reflejará en un aumento del déficit y de la deuda. En lugar del 7% gubernamental, la UE se queda en un 5,6% este año y un 4,4% en 2023. Como es habitual, la Comisión prevé un primer trimestre malo y una recuperación posterior. Siempre las malas noticias en el presente y las buenas en el futuro. Pero lo peor de todo me parece su aceptación de una inflación más duradera que, también aquí, subirá este año y bajará… el siguiente. Luego, siguiendo la tradición, se fue por los cerros de Úbeda a la hora de juzgar la tragicomedia de la aprobación de la reforma laboral y se refugió en las perogrulladas al contestar sobre los riesgos del endeudamiento masivo de los países del Sur. Como ve, sin novedad. Todo sigue igual.